sábado, 15 de diciembre de 2018

EL TILCUATE


Del tilcuate dicen los viejos que lo saben todo, que es una culebra gigante, gruesa, barbuda como estropajo deshilachado, de color negro y cola partida en dos como los pescados. Gusta de vivir cerca de los amates porque se revuelca en el agua o en el fango, y cuando se enoja por cualquier cosa, aunque sea de una tontería, causa trombas que destruyen los caseríos hasta que desaparecen por completo. Es enamoradiza. Cuando los hombres salen a cuidar sus milpas, se mete por las ventanas y arrastrándose lentamente llega hasta la cama y se prende del pecho de las madres jóvenes porque le gusta la leche dulce que brota de los pezones hinchados. Eso cuentan, aunque se desconoce cómo fueron creadas, los más ancianos repiten siempre que fue por una equivocación de Dios.

José González Gálvez   

miércoles, 21 de noviembre de 2018

POR EL DOLOR DE NO TENERTE


                                                       Amado para mí es el sueño,
                                                        y mejor ser piedra.
                                                        Miguel Ángel  Buonarroti                                                                                                                                                                                
                                                      
Te llamo a pesar de la distancia. Hoy es una tarde nublada, amenaza la lluvia. Hace frío. Los árboles se agitan y botan sus hojas secas.

     Tu nombre es Níobe, lo escribiste una noche en mi espalda. Ahora me siento como un ciego que tropieza continuamente con las paredes. Mi malestar es un dolor que se queja como hueso dislocado. Extraño muchas cosas de ti: tu piel fría y tu olor de flores de piedra. Me percato de un placer inusitado al besar tu cuerpo, tus pies impecables, tus pechos pequeños, tu abdomen plegado, tu muslo levantado en ángulo para que el brazo sostenga tu cabeza de diosa.

   Te recuerdo, ¡por supuesto que te recuerdo! Esa noche estabas coronada de lunas y estrellas, cubierta de un resplandor inusual. Me llamaste y acudí a ti. Juntos nos llenamos de luz. Nuestra comunión fue de otro mundo; saboreamos nuestros humores, escuchamos nuestra respiración agitada, navegamos tomados de la mano en un mar sin límites, y gravitamos como asteroides recién descubiertos.

     Me acostaré con tu imagen y el sabor de tu piel. Mañana, cuando el sol invada mi habitación y la llene de ascuas, sabré que dormiste a mi lado, que no eres solamente un bloque de mármol.

José González Gálvez 

Febrero de 2017

Imagen: Miguel Ángel Buonarroti

EN PÚRPURA TENDIDO


De los poetas que conozco de Coatzacoalcos. Los registros poéticos de José González Gálvez son totalmente diferentes. González Gálvez hace gala de una voz que guarda un sobrio equilibrio, nada de gritos ni de estridencias, él sabe que la poesía se hace hablando tranquilamente, con palabra suave y delicada. De este modo, aborda temas de diversa índole, los cuales trata de manera ponderada, sin siquiera acercarse a los bordes de la cursilería, o bien a la denuncia desmedida y desapasible.

El poemario En púrpura tendido está compuesto por cinco libros: “Quinteto de cuerdas”, “Figuras talladas en la piedra”, “Valses”, “Palabras convencidas” y “Otras palabras”. Cada uno de ellos posee su propio contexto y una singular estructura poética. Todos sabemos que la poesía atiende al valor sonoro del artefacto verbal, es decir, a su musicalidad y que dicho artefacto expresa siempre las ideas y emociones de poeta. Así mismo comprendemos que la poesía podrá carecer de metro y de rima, pero de lo que jamás habrá de desposeerse es de ritmo.

El poema, dice Fernando Lázaro Carreter, pertenece al linaje de los actos lingüísticos que producen el vidente, la sibila, el mago, el vate, el profeta, la clase de actos que se admiten como propios de personas dotadas de ciertos poderes que no le son conferidos al común de los mortales, poderes, podríamos decir, sobrenaturales, que están más allá del mundo real. El poeta también ve más allá, hacia ese afuera, y los lectores lo conocen solamente mediante su testimonio y para hacerlo puede introducir en el poema elementos del mundo cotidiano, pero esos componentes experimentan una transformación al penetrar en los versos, porque son sacados del mundo real, de su ámbito espacio-temporal y funcionan sólo en relación con los demás objetos usados por el poeta para construir su mundo imaginario.

Lo misterioso de la poesía de José González Gálvez –atribuyéndole este término en el sentido de enigmática, porque la poesía de González Gálvez, desde nuestro punto de vista, es tan clara como el agua de un manantial- es su fuerza ilocutiva, esto es, qué se propone el poeta cuando escribe. Y esa fuerza, pensamos, consiste en un deseo posesorio de la personalidad del lector, que el poeta pone en marcha. Esto, por supuesto, no sólo sucede en las poesías sentimentalmente conmovedoras, sino también en las que son puro juego y cuya intención no es otra que la de convertirnos en jugadores, en compañeros lúdicos del poeta, divertido en su mundo imaginario. González Gálvez, pues, no sólo convida al lector a acompañarlo en su lírico viaje, sino que le hace un llamamiento perentorio para que se identifique con él.

La atracción del lector al lugar del poeta no se produce fácilmente, los dos han de contribuir a ella, por eso, dice Octavio Paz, autor y lector, ambos, se convierten en creadores. En la comunicación literaria, contrario sensu, a la conversación ordinaria, el autor no conoce al lector, da la impresión de que lanza su obra como una botella al mar, en espera de que alguien la recoja. Así es el acto poético en José González Gálvez, una botella lanzada al mar, sólo que esta vez ya la hemos recogido.

Francisco Morosini, en Xalapa, Veracruz 2005

Imagen: Ernesto Zavala Absalón

EL BOSQUE EROTIZADO (FRAGMENTOS)


Ya es una leyenda conocida incluso en las montañas Rocallosas: dicen que cuando Alicia Ahumada camina entre los árboles algo se despierta en ellos. La más inesperada vitalidad se enciende en todas las plantas del bosque. Y seguramente también en el aire que habitan y en la tierra y en la humedad que las nutren.

     Esa nueva agitación de las plantas, ahora llena de tierra, agua y aire, convoca incluso al fuego en su manera menos destructiva: el bosque erotizado es una especie de llama vegetal, de ardor sin duda, de efervescencia de madera. Y la savia comienza a correr por dentro de las ramas como la sangre en las venas de ciertos amantes. Eso afirman quienes repiten la leyenda siempre con huellas de asombro en los ojos.

     En el bosque de Alicia Ahumada sucede eso que podríamos llamar el surgimiento de Eros. Y sus fotografías son el espacio donde sucede su aparición, su epifanía: la irrupción en la vida cotidiana de una dimensión excepcional. Así se llama a la aparición del mundo profano de algo distinto, sagrado para algunos, poético para otros. El erotismo llevado a considerarse sagrado o la aparición de la poesía. En el caso de las fotografías de Alicia Ahumada se trata sin duda de ambos: un Eros trascendente que es a la vez un poema visual. En sus árboles late el inquietante dios poema: Eros, amo de su bosque.

     En las fotos de Alicia, la vitalidad ritmada late de pronto hasta en las hojas caídas. La corteza, más que nunca es piel. Pero ahora es piel anhelante. Las ramas se extienden en la noche como brazos, como piernas. Se abren y se cierran como si llamaran con ese lenguaje de anhelo a lo que quieren abrazar, a lo que quieren sostener entre las nervaduras de las ramas, entre esos nudos que parecen rodillas.

     Varios troncos que se dividen en dos ramas ya no pueden hacerlo si no dejan en el delta de su separación la fisonomía de un pubis e incluso de un sexo. De manera a la vez sutil y abrupta, cada uno parece enarbolar bellísimos labios vaginales. Así, la palabra “enarbolar” adquiere en este bosque, gracias a Alicia, un significado erótico: significa levantar en alto, no una bandera sino el erotismo del árbol. Su teatro de sexualidad extendida.  

     En todos los árboles de este bosque, de golpe, su sexo canta, se muestra feliz o adolorido, es cicatriz o brote nuevo. Hay incluso extraños falos oscuros en árboles de cortezas claras, inquietantes como ramas interrumpidas en su decidido crecimiento horizontal. El bosque todo es una erección de la vida. Y en otra rama más cercana, un  musgo púbico que tampoco es verosímil si no fuera porque está ahí, a la vista, multiplicando ante nosotros el desfile carnavalesco de cuerpos que se revitalizan.

     Desde hace tiempo he creído que eso que se llama “asombro”: un fuerte pero agradable impacto físico y emocional ante algo distinto o nuevo que se juzga maravilloso. Y creo que es parte sustancial de la actividad poética: descubrir las cosas que no cualquiera es capaz de mirar y a partir de ellas, de esa aparición excepcional, crear una obra de arte que permita compartir el descubrimiento asombroso.

     Y qué revelación es más radical y más digna de provocar entusiasmo y asombro que el descubrimiento del erotismo latente en el mundo. Alicia Ahumada nos pone ante los ojos a un Eros desnudo en el mismo bosque del mundo donde antes, tal vez, podíamos olerlo pero obstinadamente se nos escondía.

Alberto Ruy Sánchez 
Artes de México colección luz portátil 2006

EL DOLOR QUE LO DICE TODO


Tiemblo con un sudor azul que me descose el alma. Tus manos me toman de los hombros para que voltee a verte, y me observas con esa mirada lustrosa, llena de humedad.

     La luz del sol se esconde entre las ramas de los abetos y se filtra en destellos que no hieren, solo parpadean en tu cuerpo perfilándolo, en tu piel morena, en tus músculos que se distienden a pesar de los movimientos pausados. Me acomodo a tu abrazo sugerente pero me siento incómodo.

     Te miro y tu mirada es un enigma insondable que no me dice nada. Ya no eres tú, ni soy yo, somos uno solamente, un animal mitológico, biforme, de cuatro extremidades inferiores que aúlla por la falta de amor.

José González Gálvez 

Abril de 2015

BIOGRAFÍA DEL GATO (FRAGMENTOS)


El Génesis lo calla pero el gato debe de haber sido el primer animal sobre la tierra, el núcleo a partir del cual se generaron todas las especies. En una de sus andanzas por el planeta humeante el gato inventó a los seres humanos. Su intención fue crearnos a su imagen y semejanza. Un error ignorado lo llevó a formar gatos imperfectos. Sí pudiera comprobarse que descendemos del gato sería indispensable una reestructuración de las ciencias. Es demasiado incómoda para los sabios; por ello prefieren no investigar nuestros orígenes.

     En el fluir de los siglos, para compensarnos de tantas desventajas, aprendimos a hablar. El gato, en cambio, quedó aprisionado en la cárcel de sus sentidos. No obstante, limó su astucia y su sabiduría. Algunas religiones primitivas lo divinizaron. En la Edad Media se le atribuyeron malignos poderes y pactos sobrenaturales. Fue perseguido bajo el cargo de participar en aquelarres con demonios y con hechiceras. Hoy ha proliferado en todo el mundo como animal doméstico. Es parte integrante de la galería familiar. Se le tiene el respeto y el recelo que inspira todo ser superior.

     Quienes lo aman y quienes lo detestan coinciden en asignarle atributos fantasmagóricos: ser dueño de siete vidas, anunciar desdichas si es de color negro, y un sinfín de cosas que no le hacen mella: su personalidad resulta insobornable a la opinión ajena. Sigue tan gato como cuando era adorado por los egipcios o lo acosaban la ignorancia y el salvajismo de épocas tan oscuras como la nuestra. Ahora y entonces resiste la seducción o el desafío de las miradas: no pestañea ante nadie.

     Lo calumniamos al suponerlo miembro de una familia coronada por el tigre. El tigre es un gato al que la ferocidad ha embrutecido, una ampliación superflua, inferior a la síntesis y armonía de su modelo. Creemos haberlo subyugado porque está a nuestros pies. Sin embargo, como este mundo es un espejo donde todo lo vemos invertido, en la dimensión de la verdad el gato se encuentra muy por encima de nosotros. Compartimos algunas semejanzas. Por ejemplo, el cortesano plagia los ardides del gato y todos imitamos su ingratitud. Nunca damos las gracias y siempre dejamos de ronronear en cuanto hemos obtenido lo que esperábamos.

     El gato inventó el existencialismo: cada momento representa para él una elección. A fuerza de meditar veinticuatro horas al día vive en el absurdo y la vacuidad de todo sólo se aferra al instante en que vive. Nunca sabremos lo que piensa el gato acerca de ese mundo tan mal hecho y los seres con quienes comparte a pesar suyo el tiempo. Vana tarea estudiar el misterio del gato, enigma irresoluble, máscara por la cual nos contempla y nos juzga algo que ni siquiera sospechamos.

José Emilio Pacheco
Ediciones Era 1990

Imagen: Franz Marc

AYER, ESA TARDE CUANDO NOS QUISIMOS TANTO



Cuando desperté, traté de recordar lo sucedido pero no pude, me resultó casi imposible. Una tremenda jaqueca parecía taladrar el epicentro del umbral, escondido en alguno de los lóbulos del cerebro.

     Traté de recordar, y poco a poco las ideas fueron quedando sobrepuestas como las piezas de un rompecabezas inconcluso. En el armario había un paraguas, una gabardina raída, un par de zapatos de hule gastados, una bufanda descocida y un olor a viejo que abofeteó mi olfato sin misericordia. Me perdí en el rojo sangre del amanecer de un jueves cualquiera.

     La luna oval del tocador veneciano estaba rajada, en alguna parte de sus astillas parecía estar escondido el trasgo de la inseguridad y del infortunio. Sobre el tapete persa se encontraban los alcatraces marchitos y las amapolas sin aroma, había muñecas con cara de porcelana y vestiditos de organdí colocadas en armarios Regencia, un libro con poemas de T. S. Eliot bajo las mesitas de taracea, cálices de plata repujada, una otomana del tiempo de los zares y un clavicordio Pleyel. Al volverme hacía atrás me topé con un Cezanne, y de pronto recordé todo, una sucesión de imágenes insólitas abrevaron en el laberinto interminable de mi memoria.

     Esa tarde de noviembre llovía, y el mundo parecía cubierto de una atmósfera acuosa y benévola, grávida de corpúsculos pluviales. Entonces tocaste a la puerta y al entrar, el gris de las horas inútiles se diluyó en un suspiro continuo. Te veías hermosa con el cabello mojado y escurriendo agua por la gabardina, dejaste el paraguas en el quicio de la puerta y te quitaste la bufanda y los zapatos de hule. Te recuerdo con el rostro salpicado de gotas minúsculas y el corpiño húmedo dibujando el contorno de tus pechos, y la falda de algodón dibujada a tus caderas. Nos miramos intensamente y el silencio dijo más que las palabras, y ahí, junto al fogón encendido resplandeció la ceremonia secreta de nuestros cuerpos.

     Nuevamente se hizo el silencio, y por mucho tiempo dejaron de acudir a la cita las notas tristes del clavicordio. Mi corazón se llenó con el rumor sordo de cientos de polillas desorientadas, y mi aliento con el olor fétido de las criptógamas en descomposición.

     Ahora, veinte años después de aquella tarde memorable de noviembre, aún no me acostumbro a tu ausencia, no puedo perdonar el vacío de tu cuerpo y el sonido cada vez más lejano de tus palabras. Abandoné para siempre la escopeta, el cuerno de caza y los lebreles. Y me siento impotente, lleno de cólera, con los puños cerrados, rumiando un hálito de ansiedad que no he podido sofocar desde entonces.

José González Gálvez 

Coatzacoalcos, octubre de 1989

Análisis del texto:
Tema: el amor
El motivo: la rememoración del encuentro amoroso
Elementos: el tiempo, la atmósfera creada, el dolor por el amor ido, la vejez.

     El primer párrafo gira en torno a la palabra umbral, esta palabra es la que le deja el espacio al lector para recrear la imagen que se describe, puesto que sonora y semánticamente, la palabra se nos aparece como un encuentro que puede interpretarse de disímbolas maneras –ahí la ambigüedad de la obra- a partir de esta palabra el lector encontrará motivos suficientes para adentrarse en el mundo que nos propone.

     El segundo párrafo es el planteamiento presente, el que hay que tener en la memoria para adentrarse en el desenlace. Quizá las palabras claves sean rojo sangre porque dan una idea del estilo del autor; la sugerencia es hacia el erotismo, porque el rojo sangre sugiere a la pareja sexual a partir de la idea primigenia de la relación hombre-mujer, claro, girando alrededor de la figura femenina. Esta idea del amor erótico, se nos reforzará en la octava palabra del tercer párrafo rajada es demasiado descarnada y por ello su obviedad, obsérvese que el adjetivo se impone a un sustantivo femenino y en la siguiente línea, de golpe se nos propone la atmósfera general de la obra, inseguridad e infortunio son las palabras claves por donde el autor le va dando la redondez a la idea que se esta proponiendo. No se pase por alto otra palabra clave cálices, en ella el autor se adentra en la magia del amor como un estado religioso: Dios y el amor en su plenitud. Más allá la belleza como aspiración creando la atmósfera general que prepara su encuentro con el correspondiente erótico sexual, y no se queda corto: el amor, Dios y la belleza se pierden por un laberinto interminable. Del cuarto párrafo solo se salva –literalmente- la última oración: resplandeció la ceremonia secreta de nuestros cuerpos, adjetivos –su abuso- y las obviedades dan al párrafo la factura de lugares comunes, pero en el quinto párrafo se nos propone la ambigüedad, solo alcanzable por sensibilidades exquisitas: la vejez en el fondo, con su fealdad y lo grotesco de su presencia, sin embargo la forma es comparable a una tonada: fétido, criptógamas y descomposición le dan al texto su altura y cierre magistral.

     El desenlace no podría ser mejor, el autor juega con los elementos varoniles abandonados, así como en el segundo párrafo yacen también abandonados los elementos femeninos: hombre y mujer en el tiempo.

     El autor es un buceador del erotismo a partir de la pareja humana, los elementos se enlazan de tal manera que el relato –salvo las excepciones- se adentra en la insondable realidad del encuentro sexual.

Julio César Sánchez Narváez

Imagen: Carla Ripey  

viernes, 26 de octubre de 2018

LOCALES (FRAGMENTOS)


El hombre no elige ni su nacimiento, ni a sus padres, ni su país, ni el momento de su muerte, pero si elige o puede elegir lo que va a colgar en su pared. Es quizá la más espontánea o la más desesperada de sus elecciones: colgar o colgarse, la afirmación de su persona sobre la tierra, la prueba de su amor, su herencia y su destino. Su lugar sobre este planeta, su razón de vida. Las grandes pequeñas cosas que lo acompañan son sus señas de identidad y las del espacio que habitó, la foto del relicario que ha de acrecentar el misterio de su vida amorosa, el amuleto, la violeta prensada, el mensaje de amor, la baraja de la buena matrimonio o cualquiera de esos objetos mágicos que al extraviarse nos hacen perder la cordura.

     Un clavo puede detener la vida, un clavo pude reventarla como revienta la carne de los crucificados, de un clavo nos agarramos y con un clavo y un ganchito es fácil abrir la cerradura, robar un coche o sacarle la confesión a un inculpado. De un clavo cuelga el Papa y su leitmotiv: “México siempre fiel”, de un clavo también la encueratriz, la plegaria al Sagrado Corazón que señala su pecho con su mano triste, el zapatito blanco del bebé para la buena suerte, la foto del padre de familia que les heredó el negocio a sus hijos.

     Gala Narezo estudió pintura desde los ocho años hasta los veinticinco y luego se dedicó a la fotografía. Vivir en la colonia Roma, salir todos los días a caminar sus calles le reveló un mundo fascinante en el que pulula una vida secreta que pocos imaginan. Gala Narezo se acostumbró a saludar: “¿Cómo le va doña Luisa?”, “¿qué se ha hecho don Fermín?, “¿hoy en la noche van a reunirse a jugar baraja en la trastienda de don Pepe?, “¿cuándo cumple sus quince Jesusita, que se ha puesto tan bonita?.

     En la colonia Roma, Gala Narezo recoge las entrañas de estas accesorias que ella llama “teatritos de luz”. Iniciados hace cien años, ahora desaparecen porque las tiendas de autoconsumo las aniquilan.

     En la vida de los hombres se ignora si hay zurcidos invisibles (porque para eso son invisibles), pero al penetrar a una colonia como la Roma se sabe cómo se llevan sus habitantes, quienes son, qué les molesta, qué esperan de los demás, cuál es su modo de vivir, y eso, Gala Narezo, con su cámara, ha sabido mostrárnoslo con una paciencia amorosa y lopezvelardiana.


Elena Poniatowska 
Artes de México colección luz portátil 2009

DOBLE CÍRCULO DEL AMOR


El espliego se abrió sorpresivamente
un surtidor de azules y violetas perfumó el aire
porque la corola tiene cinco labios pulsátiles
que se quiebran de dolor ante el estímulo.
Mis dedos son labios que reptan en tu pecho
se detienen convulsos en la línea pilosa
de tu ombligo hasta el pubis recortado
donde el olor a lavanda es más intenso
un perfume enervante que arrebata
un mareo delicioso que te inclina
sobre el tallo vigoroso que se blande al compás
de una lengua hambrienta y mojada en saliva.
Los momentos de lucidez son pocos
porque la locura arrebata
te sumerge en un lago de inconciencia
donde difícilmente saldrás ileso.
El amor es un pleito de guepardos
una soledad devastadora que te muerde la yugular
sin soltarla hasta que enmudeces y lloras.
Un campo de espliego se yergue plácido
en lontananza abierto a la brisa diaria
sus pistilos bailan a contracorriente
las corolas desfallecen exhaustas
pero a diferencia de lo incierto
mi amor por ti perdura a pesar de las vicisitudes
de esos aires que vuelven en invierno.

José González Gálvez 

Marzo de 2014

Fotografía: Aníbal Angulo

martes, 9 de octubre de 2018

ALFONSINA STORNI (FRAGMENTO)

LA MADRE


Anunciada por el rumor del viento, la mujer sin edad, incita la aparición de una atmósfera mágica, alucinante. Camina parsimoniosamente entre tilos y eucaliptos, pisando el suave musgo y la incipiente turbera, como si flotara con su vestido blanco de mil vuelos, entre zarzas y madreselvas, acariciando los helechos húmedos y las tiernas esparragueras. Es una mujer hermosa, con el cabello azafranado cuajado de jazmines, unos ojos color agua de mar, unos labios afrutados, y un cutis de lirios recién abiertos. Se hace acompañar siempre de liebres y cervatos, de mariposas y efímeras. Cuando se sienta, acarrea el murmullo de las estrellas, sofoca los atardeceres solemnes, incita el nacimiento de la lluvia y la caída de las hojas secas. En la noche, mientras ululan los búhos, baila, se agita, enloquece entre los tréboles y la hiedra, entre los líquenes y las piedras, imitando el sonido de los autillos, y al alba el rumor de las fieras. Es virgen y es madre. A veces cuando las clepsidras se descomponen, flota con su vestido ampón desparramado en siemprevivas, hasta desaparecer en el poniente como un astro moribundo.

José González Gálvez 

Ramos Arizpe Coahuila 1977


Fotografía: Flor Garduño

LA ÚLTIMA PALABRA




      Ya no tenía fuerzas
    Su cuarenta y siete aniversario no significó más que un día menos en aquella vida que se acababa. Frida era consciente de ello.
      Sin fuerzas. Totalmente agotada.
      “Embolia pulmonar.” Fue el último diagnóstico de los médicos, cuando, al amanecer del 13 de julio de 1954, encontraron a Frida en su cama.
     ¿Su último cuadro? Espléndidas sandias abiertas, apetitosas; un bodegón titulado ¡Viva la vida!
      ¿Sus últimas palabras? Una frase en su diario:
      “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”

Rauda Jamís

CIRCE Ediciones S.A. 1994
Pintura: Frida Kahlo
Fotografía: Lola Álvarez Bravo

VOY A DORMIR (POEMA DE ALFONSINA STORNI)



Dientes de flores, cofia de rocío,
Manos de hierbas, tú, nodriza fina,
Tenme prestas las sábanas terrosas
Y el edredón de musgos encardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
Una constelación; la que te guste;
Todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
Te acuna un pie celeste desde arriba
Y un pájaro te traza unos compases

Para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
Si él llama nuevamente por teléfono
Le dices que no insista, que he salido…

INCENDIO DE CENIZAS



Mi amor es un amor líquido
que se diluye como el plasma
abarcando todas las esquinas de tu cuerpo.
Es un cielo encaramado
en la azotea.
Una oscuridad que se pierde
entre el ramaje de los árboles.
El mar ahora respira
una trayectoria de tristeza.
Frente a ti soy línea insomne
un ser desmadejado
alambres eléctricos sin fuerza.
Todas las noches
me quemo en tus cenizas
al amanecer muero en llanto.
Tócame la frente
ardo en espera.
Córtame los labios
para no besarte.
Desármame con cautela
en el centro de la hoguera
mi corazón seguirá latiendo de ansiedades.

José González Gálvez 

Diciembre de  2001


Fotografía: Imogen Cunningham

JUAN GARCÍA PONCE (FRAGMENTOS)



Hay una primera imagen de Juan García Ponce que cincuenta libros han fijado para siempre. Esa escritura que es su única vida activa lo ha convertido en una de las leyendas más vivas de la literatura moderna en México. Es el artista como héroe y vidente de la mirada. Un pornógrafo al mismo tiempo que un pedagogo; nos enseñó a leer a Robert Musil, a Pierre Klossowsky o a Georges Bataille para que tuviésemos las llaves de su propio reino milenario. ¿O fue al revés? En Juan la lectura es hija de la literatura, y la prosa, madre disoluta del pensamiento.

Y regreso al personaje llamado Juan García Ponce, teólogo de la pornografía y agorero de libertinos, lector de Broch y Borges, coleccionista de damas galantes y de mujeres fatales, sádico que vota por el Eterno Femenino, crítico de pintura que cruza el espejo, narrador compulsivo, enfermo que vence a la muerte con la enfermedad, el artista como héroe que nos mira, a través de sus cuentos, con esas leyes de la hospitalidad que conoce mejor que el Diablo.

“El gato” es el sueño supremo de la mirada; cuento que me recuerda a Lewis Carroll, y más que a éste, aburrido mirón victoriano, a su prodigiosa Alicia. Con “El gato”, García Ponce cruza el espejo para siempre. Desde entonces vive entre los gatos de Von Gunten y con las niñas de Balthus.

Christopher Domínguez Michael
Seix Barral agosto de 1997


Imagen: Roger Von Gunten

HISTORIA FILMADA EN CAMARA LENTA


Dentro del sopor de la noche, Druso se revolvió inquieto en el lecho. Tamara tomó unas tijeras y lentamente le cortó los labios.

    No se escuchaba música de fondo, solo un lamento de susurros tristes. El tiempo pasó volando como ave mitológica.

     Tamara, sentada en el borde de la cama, veía como brotaba de su vagina trémula, una fuente plagada de medusas rojas.

José González Gálvez 

Julio de 1987

EL GOLEM (2)



“Volvamos al Golem. Se supone que si un rabino aprende o llega a descubrir el secreto nombre de Dios y lo pronuncia sobre una figura humana hecha de arcilla, ésta se anima y se llama Golem. En una de las versiones de la leyenda, se inscribe en la frente del Golem la palabra EMET, que significa verdad. El Golem crece. Hay un momento en que es tan alto que su dueño no puede alcanzarlo. Le pide que le ate los zapatos. El Golem se inclina y el rabino logra borrarle el aleph o primera letra de EMET. Queda MET, muerte. El Golem se transforma en polvo.”

Jorge Luis Borges


Obras Completas III, Barcelona Emecé 1989

El GOLEM (1)


Los discípulos de Paracelso acometieron la creación de un homúnculo por obra de la alquimia; los cabalistas, por obra del secreto nombre de Dios, pronunciado con sabia lentitud sobre una figura de barro. Ese hijo de una palabra recibió el apodo de Golem, que vale por el polvo, que es la materia de que Adán fue creado. En el año 1915, el austriaco Gustav Meyrink la renovó para la escritura de esta novela. Alemania, harta de sonoras noticias militares, acogió con gratitud sus fabulosas páginas, que le permitían olvidar el presente. Meyrink hizo del Golem una figura que aparece cada treinta y tres años en la inaccesible ventana de un cuarto circular que no tiene puertas, en el guetto de Praga. Esa figura es a la vez el otro yo del narrador y un símbolo incorpóreo de las generaciones de la secular judería. Todo en este libro es extraño, hasta los monosílabos del índice: Prag, Punsch, Nacht, Spuk, Licht. Como en el caso de Lewis Carroll, la ficción está hecha de sueños que encierran otros sueños. Hacia esa fecha, Meyrink había dejado la fe cristiana por la doctrina del Buddha.


Jorge Luis Borges

Terramar Ediciones 2006 

LA HUELLA DEL GRITO


Alberto Ruy Sánchez busca explorar la intimidad donde los cuerpos hablan de distintas maneras y huyen de todos los lugares comunes. Dentro de una atmósfera íntima y abstracta una mujer desnuda, con vientre de espejo, grita en el vaivén erótico, una y otra vez. Comparte sueños, ardores, alegría y plenitud.

La huella del grito es un diálogo magistral e interminable de las carnes y los alientos de dos que se aman, de dos que se matan; resignificando el habla de los cuerpos sin dejar de producir el estremecimiento intrínseco de este lenguaje.

Las fotos de Alejandro Zenker, además de atrapar los gritos amorosos del texto, se convierten en un relato paralelo que, a la postre, se entrelazan con la poética del autor.

Solar Servicios Editoriales 2002

CUANDO LOS PÁRPADOS SE CIERRAN


El palisandro estornuda, y la sangre late,
circula dentro del tronco estructura hermética
en arterias construidas por termitas
caminos que bajan y suben en espiral tortuosa
donde transita un líquido verde,
lleno de esperanza, con vitalidad premonitoria
océano embarazado por el oleaje que no se detiene
un lecho marino que fecunda las semillas,
las esporas, los óvulos, las algas
levadura fermentada por semen malaquita.
Ahí brotan sin precedentes los manglares,
las ceibas majestuosas y los ahuehuetes desordenados
un hervidero de selva lujuriosa
peciolos ligeros que se levantan con el viento
pétalos que giran y duermen bajo el sol.
Verde que te quiero verde
escribió alucinado Federico García Lorca.
El sueño enciende con sus alas
la majestuosidad de un sol dormido.
Entonces la creación dio comienzo 
al cerrarse lentamente los párpados del poeta.

José González Gálvez 

Julio de 2014


Imagen: César Augusto Bertel

UN POEMA DE FRIDA KAHLO



Diego:
Nada comparable a tus manos
ni nada igual al oro – verde de
Tus ojos. Mi cuerpo se llena
de ti por días y días, eres
el espejo de la noche, la luz
violenta del relámpago, la
humedad de la tierra. El
hueco de tus axilas es mi
refugio, mis yemas tocan
tu sangre. Toda mi alegría
es sentir brotar la vida de
tu fuente – flor que la mía
guarda para llenar todos
los caminos de mis nervios
que son los tuyos.

Fotografía: Imogen Cunningham