domingo, 21 de abril de 2019

PARA BEBER TU VOZ


                                                        Nunca la luz se repartió en tantas luces.
                                                        Octavio Paz

Tu cuerpo es de ámbar. Tu piel es de sándalo.
Tu cuerpo irradia luminosidad como medusa crossota
que nada silenciosa en un mar de plasma.
Eres lámpara votiva desparramada en la cama
en el perímetro exacto que nuestros cuerpos marcan.
Surges como un escalofrío palpitante
que recorre mi piel dormida con la noche.
Es tu aliento archipiélago convocado
que regurgita algas y espuma blanca.
Frente al muro infranqueable de tus sueños
mi voz se abre y se cierra confundida
en un asombroso despertar de hielo que se quema.
Para beber tu voz pongo mi oído en el diafragma
y escucho poco a poco el silabeo lento de tus palabras.
Acaricio con mi sueño el redondel oscuro de tus tetillas
que se endurecen dentro de un vaho de saliva calcinada.
Un hilo de luz se enreda en tu cintura
perpetua cicatriz que grita y se apaga.
Arrodillado ante tus pies que tanto me fascinan,
te espero impaciente, insomne, sediento,
porque sé que tú también me esperas
porque juntos somos clepsidra detenida en el tiempo.

José González Gálvez 

Octubre 31 de 2018

Imagen: Lucia Deblock

LA MESA HERIDA (FOTOGRAFÍA)


CIRCUITO CLANDESTINO DE TU AMOR


Mujer
sueño en verde con sabor a menta.
Descúbreme tu cuerpo frutecido,
rebosante de manzanas en sidra
de peras en licor, uvas en vino.
Tu cuerpo inverosímil,
mimetizado, enredado en zarcillos,
en espigas de cebada, corteza de laurel.
Tu cuerpo cubierto de prosa en clorofila.
Muéstrame la orquídea de tu sexo,
la espesura de cedros perfumados.
Mujer
descúbreme tu cuerpo.

José González Gálvez 

Imagen: Catrin Welz – Stein

LA MESA HERIDA


                                                                                     Nace incesante noche
                                                                                     acaso desde la mesa oscura,
                                                                                     centro imperioso ahora
                                                                                     de oscura, ciega vida.

                                                                                     Ida Vitale
                                                                                    
Dentro de la iconografía sorprendente de Frida Kahlo existe una obra cuyo paradero es desconocido. Se trata de “La mesa herida”, óleo sobre lienzo pintado en 1940 para la Muestra Internacional del Surrealismo en la Galería de Arte Mexicano de Inés Amor en la Ciudad de México. La autora trabajó arduamente para su realización y como en la mayoría de sus obras, nos muestra su tragedia. Todo el cuadro, que mide 122 por 244 centímetros, transpira dolor.

Como si se tratase de un escenario, existen cortinas recorridas y anudadas, los siete personajes eclécticos están acomodados en tres de los lados de la mesa en una escena que nos recuerda la Última Cena, aquí Frida se encuentra doblemente representada, como ella misma y como la mesa.

En el centro Frida hace las veces de Cristo, y un Judas de papel maché vestido con overol, con la cabeza desproporcionada en relación al resto del cuerpo y rodeado de cohetes, se identifica con Diego, que hace el papel de Judas, y que al abrazarla la está engañando ya que esta recargado sobre la mesa, como lo estuvo Judas en la Última Cena cuando Cristo dijo: “Pero, mirad, la mano de aquel que me ha traicionado está conmigo sobre la mesa” (Lucas 22:21). Ambos personajes sangran: el Judas en el cuello de la camisa y en el peto, y Frida en una parte de la falda. Recordemos que Frida se encontraba finalizando el trámite de divorcio con Diego cuando pintó el cuadro y que irónicamente tenía treinta y tres años.

El brazo derecho de Frida termina en un muñón a la altura del codo, de donde una prótesis en forma de tubo se extiende y se dobla descansando sobre la mesa y continua hacia arriba para ofrecerle una escudilla a la escultura nayarita precolombina, compartiendo el mismo brazo para simbolizar la unión a sus raíces mexicanas. La figura de Nayarit es parte de una escultura más grande que perteneció a Diego Rivera y que actualmente se encuentra en el museo Anahuacalli. A su lado, un esqueleto de barro y resortes sostiene un mechón de cabello de Frida; el esqueleto tiene el hueso pélvico atado a la silla para mantenerlo erguido como si se tratará de un corsé como los veintiocho que utilizó la misma Frida. Los tres personajes cercanos a Frida están lastimados, el ídolo tiene piernas de palo, el esqueleto y el Judas tienen los pies derechos vendados y ensangrentados. Estos tres personajes son los mismos de los cuatro caracteres que aparecen en el cuadro “Los cuatro habitantes de la Ciudad de México” pintado en 1938.

La mesa tiene piernas humanas  desolladas, mostrando los tendones y los músculos, y tres nudos de la superficie sangran como si fueran heridas o vulvas abiertas que hacen referencia presumiblemente a los abortos sufridos. En un costado de la mesa, se encuentra su mascota el cervatillo Granizo, en el otro costado están sus sobrinos, los hijos de su hermana Cristina: Isolda y Antonio. Isolda y Granizo miran al espectador mientras que Antonio dirige la mirada directamente hacia Frida cuyo rostro es una mezcla de vulnerabilidad e ironía. La escenografía no puede ser más certera: una vegetación insólita y exuberante en tonalidades que parecen diluirse con la luz, y en el fondo un cielo borrascoso como la vida misma de Frida.

Después de su exhibición en la Galería de Arte Mexicano, la pintura se exhibió en Nueva York en el Museum of Modern Art (MOMA) en la exposición “Veinte siglos de arte mexicano”, posteriormente regresó a la Casa Azul donde permaneció durante cuatro años. En 1942 es presentada en el Palacio de Bellas Artes durante la fundación del “Seminario de Cultura Mexicana”, posteriormente la autora decidió obsequiarla a la Unión Soviética, al Museo de Arte Occidental Moderno de Moscú en la denominada sala México, presumiblemente el Museo Pushkin. El 29 de enero de 1946 el primer ministro de la embajada de la URSS en México Andrei Glebsky agradeció la donación, y la obra estuvo de gira en varios países socialistas pero desapareció en Varsovia cuando se exhibía en el edificio Zacheta en 1955 antes de llegar a Moscú. Desde entonces “La mesa herida” se encuentra extraviada, a pesar de los incontables esfuerzos de varios historiadores de arte como: Teresa del Conde, Raquel Tibol, Raúl Cano Monroy y Helga Prignitz-Poda.

Una copia de la pintura permanece en exhibición en el Kunstmuseum Gehrk-Remund de Baden-Baden en Alemania.

Escribió la historiadora de arte Janis Bergman-Carton respecto a la obra de Frida: “A pesar del dolor que se percibe no son los gritos agonizantes de una víctima; representan una resurrección transformativa e intelectualizada de una vida dedicada tanto a la mente como al cuerpo”.

Abril de 2019

Imagen: Bernard Silberstein 

EL DESPOJO (TEXTO CINEMATOGRÁFICO DE JUAN RULFO)




Secuencia 1
Pedro, un taciturno campesino indígena que lleva enorme guitarrón a cuestas, va rumbo a un pueblo cercano a través de un paraje desolado. Hace un alto en el camino. Sentado en una loma, reflexiona.
VOZ DE PEDRO (en off): Ora no puedo volverme atrás. Tengo que llevarme a mi mujer y a mi hijo. Ora que si se me atraviesa don Celerino, pos ahí Dios dirá. Pero lograré mi propósito. Y si me quitan la vida, pos qué importa. Al fin y al cabo ya le perdí el amor desde hace tiempo. Está bien que se quede con mi tierra, mis adobes y mis tejas. Pero nunca se quedará con mi mujer. Me la llevaré para lejos y para nunca.
Repuesto por el descanso, Pedro sigue bajando al pueblo.
Secuencia 2
En el pueblo, Pedro se topa con don Celerino, un mestizo prepotente y malencarado, frente al umbral de una casa grande. Su enemigo lo descubre y lo increpa.
DON CELERINO: ¿No te dije que no quería verte más por aquí?
Sin previo aviso, Pedro saca su pistola y lo balacea.
PEDRO: Nomás he venido a esto.
Antes de doblarse, el moribundo don Celerino le dispara también con su pistolón. Pedro se desploma hacía atrás, herido de muerte. Antes de caer, su imagen se congela, pero la acción, imaginaria, continúa.
Secuencia 3
Pedro llega a su jacal, agitado. Entra apresuradamente, dirigiéndose a donde se encuentran su esposa Petra y su hijo Lencho, un niño de nueve años. Atropellándose, da órdenes a la mujer.
PEDRO: Cuíjele, Petra. Vine por ustedes. Acabo de acabar con ese hombre que nos trajo la desgracia.
PETRA: Pero Lencho no puede andar. Está parálisis desde que lo aporrearon por defenderme.
PEDRO: Eso ya lo arreglaremos de algún modo. Junta cuanto tengas. Pero apúrate, que se nos está yendo el tiempo.
Petra condesciende t se afana. Sosteniendo en sus manos un pequeño atado, anuncia a su marido haber concluido su tarea.
PETRA: Esto es todo mi guardado.
Secuencia 4
La pareja inicia la huida. El hombre lleva cargado el cuerpo desmayado, lívido, de su hijo. A la salida de un poblado, creen haber estado a punto de atravesársele a un espíritu maligno.
VOZ DE PEDRO (en off): ¡Qué bueno que no nos cruzamos con El Nahual!
Secuencia 5
El fatigoso peregrinar de la pareja por la tierra reseca sigue su curso. Al llegar a una cumbre la mujer se desespera.
PETRA: ¿Y adónde nos llevas, Pedro?
PEDRO: A un lugar donde nos libremos para siempre de la gente de Hermida.
Secuencia 6
Petra y Pedro, con el niño siempre en brazos, deambulan por la desolación de un llano que parece no tener término. El padre trata de darse ánimos consolando al niño desfallecido.
PEDRO: Ya estamos cerca. Te aliviarás pronto. Allá donde vamos es tan verde la tierra que hasta el cielo es verde. Allí no te lastimará nadie. Podrás jugar sin que te muerdan las espinas y las víboras.
Secuencia 7
Los fugitivos bajan por una ladera. Obsesionados, sienten que alguien les viene pisando los pasos.
PETRA: Apúrale Pedro.
PEDRO: Ánimo, Lencho, no ves que El Nahual nos viene persiguiendo.
Secuencia 8
En un recodo del camino, Pedro se sienta a frotar frenéticamente el cuerpecito yaciente de Lencho, que ha entrado en agonía. Petra lo mira hacer, sobrecogida.
PETRA: Búllelo, búllelo, que se nos está enfriando.
Secuencia 9
Después de ponerle una rústica cruz de madera a la tumba de su hijo en medio del llano, Pedro se evade mentalmente, alucina, ve a su mujer con el pecho desnudo y los cabellos sueltos, que le sonríe desde un pasado idílico. Música, ruidos estilizados, silencios.
Secuencia 10
El flujo trastocado del tiempo se remonta por fin hasta la imagen congelada con que se interrumpía la secuencia 2, cuando Pedro se desploma acribillado por su rival. Se restituye el movimiento de la imagen y el cuerpo del campesino termina ahora de caer, de espaldas, en cámara lenta, con gran pesadez, sobre el enorme guitarrón cuyas maderas crujen en un estridente acorde y lanzan mil astillas por los aires. Varios pies de pueblerinos curiosos se aproximan en torno del cuerpo exánime.

Jorge Ayala Blanco
Ediciones Era, S.A. 1986

Imágenes: Rafael Corkidi

miércoles, 3 de abril de 2019

PABLO NERUDA: SU VEHEMENCIA POR LA MAR ATLÁNTICA

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.

El virtuosismo lento y pausado de “Una canción desesperada” del poeta chileno Pablo Neruda, nos ofrece una atmósfera de agua de mar en continuo ajetreo. De un oleaje quieto, a veces golpeado por el viento contra los pilotes de un muelle de madera o cemento. Nos habla de buques que se van a pique, hundimientos  que pudieron ser y no fueron, de faros y de buzos ciegos, en un ritmo inusual, que se antoja como una barcaza olvidada por sus pasajeros. De escombros y pájaros negros, tan negros como la noche misma.

  El autor nos describe un mar desquiciante que ahora yace en cementerios, de un recuerdo que no se puede extinguir a pesar de tener encima la tumba del tiempo. Nos explica en metáforas puras, todo un reciclaje de sentimientos que se atraen y se rechazan como si fuesen polos opuestos. En su estribillo: -todo en ti fue naufragio- da el toque crucial del contenido de su oda que huele a flores de mar.

   Poeta de hoy y de toda la vida, poeta que no se niega, que se acepta porque sus palabras se nutren del fondo marino, “Una canción desesperada” evoca la Isla Negra de sus últimos momentos, donde una mujer de amor, lo acogió entre sus brazos para siempre.

Es la hora de partir. Oh abandonado!

Enero de 1991

QUEMANTE SOLEDAD


También de amor muero a veces
y pido morir amando
mientras la docilidad de tus besos
escarcha mi piel
aterida por el viento.
A veces muero de amor
cuando tus lágrimas bañan mi pelvis
y tus caricias me saben
a sal de muchos sueños
en el tiempo conjugado de los verbos
en la quemante soledad de tu pasado.
Muero porque muero
al sentir  tus dudas cubriendo mis deseos.
Pido muerte de amor únicamente
al abrirse  las heridas de tu cuerpo
y el molusco de tu sexo se humedece.
Entonces de amor muero
y así, hasta morir me sabe a muerte.

Junio de 2001

PECADO



Cuando el nivel de la escritura llega hasta donde lo llevó Laura Restrepo, hay que quitarse el sombrero.
José Saramago

Su fascinación por la cultura popular y su humor impecable […] ahorran a sus novelas cualquier tentación hacia el patetismo o melodrama e infunden placeres de lectura inconfundibles.
Gabriel García Márquez

Penguin Random House Grupo Editorial 2016
Imagen: Christian Schloe

EL GATO NEGRO (FRAGMENTO)



El cadáver ya corrompido y cubierto de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había llevado al asesinato y cuya voz delatora me entregaba ahora al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

Edgar Allan Poe
Saturday Evening Post of Philadelphia 1843