miércoles, 21 de noviembre de 2018

AYER, ESA TARDE CUANDO NOS QUISIMOS TANTO



Cuando desperté, traté de recordar lo sucedido pero no pude, me resultó casi imposible. Una tremenda jaqueca parecía taladrar el epicentro del umbral, escondido en alguno de los lóbulos del cerebro.

     Traté de recordar, y poco a poco las ideas fueron quedando sobrepuestas como las piezas de un rompecabezas inconcluso. En el armario había un paraguas, una gabardina raída, un par de zapatos de hule gastados, una bufanda descocida y un olor a viejo que abofeteó mi olfato sin misericordia. Me perdí en el rojo sangre del amanecer de un jueves cualquiera.

     La luna oval del tocador veneciano estaba rajada, en alguna parte de sus astillas parecía estar escondido el trasgo de la inseguridad y del infortunio. Sobre el tapete persa se encontraban los alcatraces marchitos y las amapolas sin aroma, había muñecas con cara de porcelana y vestiditos de organdí colocadas en armarios Regencia, un libro con poemas de T. S. Eliot bajo las mesitas de taracea, cálices de plata repujada, una otomana del tiempo de los zares y un clavicordio Pleyel. Al volverme hacía atrás me topé con un Cezanne, y de pronto recordé todo, una sucesión de imágenes insólitas abrevaron en el laberinto interminable de mi memoria.

     Esa tarde de noviembre llovía, y el mundo parecía cubierto de una atmósfera acuosa y benévola, grávida de corpúsculos pluviales. Entonces tocaste a la puerta y al entrar, el gris de las horas inútiles se diluyó en un suspiro continuo. Te veías hermosa con el cabello mojado y escurriendo agua por la gabardina, dejaste el paraguas en el quicio de la puerta y te quitaste la bufanda y los zapatos de hule. Te recuerdo con el rostro salpicado de gotas minúsculas y el corpiño húmedo dibujando el contorno de tus pechos, y la falda de algodón dibujada a tus caderas. Nos miramos intensamente y el silencio dijo más que las palabras, y ahí, junto al fogón encendido resplandeció la ceremonia secreta de nuestros cuerpos.

     Nuevamente se hizo el silencio, y por mucho tiempo dejaron de acudir a la cita las notas tristes del clavicordio. Mi corazón se llenó con el rumor sordo de cientos de polillas desorientadas, y mi aliento con el olor fétido de las criptógamas en descomposición.

     Ahora, veinte años después de aquella tarde memorable de noviembre, aún no me acostumbro a tu ausencia, no puedo perdonar el vacío de tu cuerpo y el sonido cada vez más lejano de tus palabras. Abandoné para siempre la escopeta, el cuerno de caza y los lebreles. Y me siento impotente, lleno de cólera, con los puños cerrados, rumiando un hálito de ansiedad que no he podido sofocar desde entonces.

José González Gálvez 

Coatzacoalcos, octubre de 1989

Análisis del texto:
Tema: el amor
El motivo: la rememoración del encuentro amoroso
Elementos: el tiempo, la atmósfera creada, el dolor por el amor ido, la vejez.

     El primer párrafo gira en torno a la palabra umbral, esta palabra es la que le deja el espacio al lector para recrear la imagen que se describe, puesto que sonora y semánticamente, la palabra se nos aparece como un encuentro que puede interpretarse de disímbolas maneras –ahí la ambigüedad de la obra- a partir de esta palabra el lector encontrará motivos suficientes para adentrarse en el mundo que nos propone.

     El segundo párrafo es el planteamiento presente, el que hay que tener en la memoria para adentrarse en el desenlace. Quizá las palabras claves sean rojo sangre porque dan una idea del estilo del autor; la sugerencia es hacia el erotismo, porque el rojo sangre sugiere a la pareja sexual a partir de la idea primigenia de la relación hombre-mujer, claro, girando alrededor de la figura femenina. Esta idea del amor erótico, se nos reforzará en la octava palabra del tercer párrafo rajada es demasiado descarnada y por ello su obviedad, obsérvese que el adjetivo se impone a un sustantivo femenino y en la siguiente línea, de golpe se nos propone la atmósfera general de la obra, inseguridad e infortunio son las palabras claves por donde el autor le va dando la redondez a la idea que se esta proponiendo. No se pase por alto otra palabra clave cálices, en ella el autor se adentra en la magia del amor como un estado religioso: Dios y el amor en su plenitud. Más allá la belleza como aspiración creando la atmósfera general que prepara su encuentro con el correspondiente erótico sexual, y no se queda corto: el amor, Dios y la belleza se pierden por un laberinto interminable. Del cuarto párrafo solo se salva –literalmente- la última oración: resplandeció la ceremonia secreta de nuestros cuerpos, adjetivos –su abuso- y las obviedades dan al párrafo la factura de lugares comunes, pero en el quinto párrafo se nos propone la ambigüedad, solo alcanzable por sensibilidades exquisitas: la vejez en el fondo, con su fealdad y lo grotesco de su presencia, sin embargo la forma es comparable a una tonada: fétido, criptógamas y descomposición le dan al texto su altura y cierre magistral.

     El desenlace no podría ser mejor, el autor juega con los elementos varoniles abandonados, así como en el segundo párrafo yacen también abandonados los elementos femeninos: hombre y mujer en el tiempo.

     El autor es un buceador del erotismo a partir de la pareja humana, los elementos se enlazan de tal manera que el relato –salvo las excepciones- se adentra en la insondable realidad del encuentro sexual.

Julio César Sánchez Narváez

Imagen: Carla Ripey  

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