viernes, 15 de febrero de 2013

DOSSIER: MARIPOSAS PARA UN SUEÑO





llama cortada en flor vela en vela
donde la mariposa de alas negras se quema

Octavio Paz

Ella me dice –sueña-, y al bajar los párpados mis sueños son mariposas densas, oscuros borrones en las paredes húmedas, hilachos podridos que se conservan incólumes en las franjas del tiempo.

Desde ayer estoy recabando datos para una compilación  sobre las agoreras, así bautizadas por mi amiga Rosa Lotfe.  Ya volví a releer su relato que las identifica como un dolor ancestral que le carcome las entrañas, un miedo atroz por esos enormes  insectos de alas pardas cuyo único delito es estar presentes cuando no se les llama.

El poeta Jaime Sabines escribió de ellas: “Decías que una mariposa negra es el alma de un muerto. Y hace muchos días que esta mariposa no sale de la casa. Hoy temprano la he visto sobre el cristal de la ventana, aleteando oscuramente, y dije: ¡Quién sabe! ¿Por qué no habías de ser una mariposa rociando mi casa con el callado polen de sus alas?”


Como epígrafe para mi trabajo sobre las agoreras, tomé prestado un párrafo del también poeta Pablo Neruda, incluido en las odas de su libro Navegaciones y regresos: 

                  “Oscuras mariposas entrevuelan,

                   se persiguen en la húmeda mañana,

                   la soledad es grande y sigue sobre

                   tu cinta interminable”


Pero también en el antiguo continente, estos oscuros lepidópteros rondan el espacio de los mortales, Antonio Machado, poeta español no pudo escapar a su influjo, y las definió de este modo:

                   “Una negra mariposa

                     revolotea en el cuarto.

                     La hora cárdena… La tarde

                     los velos se van quitando.”


Para el escritor Rolando González Riojas, estos insectos alados interiorizan el amor más  allá de la muerte, y quedan esgrafiados en la piel como símbolo de la lucha constante entre eros y thanatos.

“Yo me convertí entonces en el peor de tus miedos y en el protagonista principal de tus más oscuras pesadillas, mis alas negras y sedosas revolotearon sin que se lo ordenara y fueron a buscarte. Salí de noche con el viento de frente a buscar mi muerte; a buscar que me mataras, pero en ti, como yo lo había querido, como la única opción que me dejaste para no separarme nunca más de ti y me posé entonces delicadamente sobre tu vientre desnudo.

Tu grito aterrador me aturdió y quise decirte que no temieras nada. Pero no alcancé a hacerlo. Tus cinco dedos cayeron sobre mi frágil cuerpo con toda la fuerza de tu miedo y ahí quedé. Pintado para siempre sobre tu piel, ya no pudiste deshacerte nunca más de mi… Mi querida Mariana.”

Ahora, ella, me dice –despierta-, y no puedo levantar los párpados, porque dos enormes mariposas entre negras y parduscas me lo impiden, dos insectos opacos que emergieron de lo más profundo de mis sueños o de mis pesadillas, y ahora mi querida Rosa de los dos aromas, ya no puedo saber si temerles o mantenerme impávido ante su presencia.

¿Tú qué me aconsejas?

José González Galvez

Marzo de 2011