viernes, 17 de mayo de 2013

CON EL RECUERDO INFINITO DE TU NOMBRE EN MIS LABIOS




 Eres la mar profunda habitada de sorpresas; hay peces
                                                 castaños en tu vientre, sueños de marino en la baranda,
                                                 viejos navíos sepultados en el fondo.

                                                 Eraclio Zepeda: Asela


Todo se mueve en el oleaje interno
de tu orgasmo.
cuando me separas
soy un buzo sin escafandra
que se ahoga
en el reflujo sexuado de hipérboles.
Tu voz me sabe a mar  amándote
como juego de cetáceos gigantescos
antes de la copula.
Eco intenso de dolor
en el laberinto de medusas transparentes.
Mar adentro de tu cuerpo
fluyendo rabioso 
por tus orificios expuestos.
Que solitario y callado estoy
en el océano de tu piel debilitada.
Es tu olor que me huele
a sargazos, trilobites, radiolarios.
Amar, amargura, amarre
todo me confunde
en la brújula descarapelada
de un buque solitario.

José González Gálvez

Septiembre 2009


viernes, 3 de mayo de 2013

EL OFICIO DE LA TARDE

-Abre las ventanas, -dijo ella desde el tocador -para que salgan todos los humores y los vientos extraviados. 

Sentado en su sofá preferido, fumando con parsimonia su enésimo cigarrillo, veía como el cielo se llenaba de nubes encarnadas que ocultaban la luz diáfana del sol, convirtiendo la tarde en una superficie parda. 

-Te pedí por favor que abrieras las ventanas. 

Dejó caer la ceniza sobre el piso ajedrezado, se levantó, juntó unos papeles donde escribía la biografía de un emperador romano y las guardó en un folder rubricado. 

-Podrías ayudarme un poco, no te pido mucho, abrir las ventanas no representa un gran esfuerzo. 

Fue hasta el baño, se lavó la cara y las manos, se peinó concienzudamente y se ajustó el chaleco. Se encaminó hasta la ventana de la sala, hizo a un lado las cortinas de gasa y de un tirón la abrió, lo recibió el viento aletargado de la tarde. Sin prejuicios se recargó en el dintel. Una paloma gris picoteaba nerviosa el quicio de la pared. Con la mirada, quiso encontrar que buscaba tan afanosamente. Cuando el ave presintió que la miraban, levantó el vuelo. Él se paró en el dintel y se tiró al vacio.

José González Gálvez
 

Septiembre de 2012

DONDE EL SUPLICIO DEJA SU HUELLA



Ya las horas afilan sus navajas 

Octavio Paz

Te recuerdo que también fuimos amantes
ayer, en el crepúsculo tardío
cuando las pavesas se elevaban en el lecho
y un frío de mucílago se cocinaba
en el interior de los huesos.
Fuimos amantes de almanaque
contando los días por separarnos
los fines de semana que nunca repetimos
esas efemérides que resultaron vanas.
Recuerda que nos quisimos como enajenados
comimos el fruto del árbol del bien y del mal
nos indigestamos de tanto amor concebido
bajo el celestinaje lunar de plata bruñida
labios húmedos que recorrieron con ansiedad
las esquinas más recónditas de los cuerpos
fuimos vísceras rosadas en diástole y sístole
pieles en alta presión como un relámpago.
No tiene caso que cierres las ventanas
ya escaparon los vientos alisios con nuestros
momentos más hermosos grabados en sus alas.
Te recuerdo que como amantes fuimos apoteósicos,
ahora somos una evocación amarga como licor de ajenjo.


José González Gálvez


Marzo 2013

BAJO LA CLARA APARIENCIA DEL OLVIDO

Porque a mí, a la lejana, no la quieren. 

Julio Cortázar 



Jamás se le ocurrió buscar entre las fotografías de la familia. Nunca recordó las imágenes sepias mordidas por la soledad y olvidadas entre el mobiliario de la buhardilla. Entretenida en su reciente descubrimiento, Alina sepultó sus dudas. Había dejado de pensar en la otra, en esa mujer tan idéntica que parecía su alma gemela: la hermana que nunca había tenido. Dejó de preocuparse; ya no más pesadillas, ni sueños confundidos. Estaba libre, como si después de todo, el cordón umbilical que las mantenía fijas a la placenta, se hubiera desquebrajado. Había logrado exorcizar a la lejana. 

Se sentía independiente. Soberana absoluta de los espejos, alejada de los temores, ahora podría reflejarse única. Bellísima con su rostro ovalado, pétalo de rosa, la mirada aristocrática heredada de la bisabuela, el cabello ondulado, sedoso, en bucles color de encino. Ella, la indispensable Alina, la concertista privilegiada, con su pianoforte de maravilla y sus movimientos de felino. 

Esa noche durmió tranquila, engolosinada en una placidez de santa, que no le permitió descubrir que en el espejo ovalado del tocador, la otra Alina, la miraba con repulsión.


José González Gálvez 


Enero de 2011