Hay una
primera imagen de Juan García Ponce que cincuenta libros han fijado para
siempre. Esa escritura que es su única vida activa lo ha convertido en una de
las leyendas más vivas de la literatura moderna en México. Es el artista como
héroe y vidente de la mirada. Un pornógrafo al mismo tiempo que un pedagogo;
nos enseñó a leer a Robert Musil, a Pierre Klossowsky o a Georges Bataille para
que tuviésemos las llaves de su propio reino milenario. ¿O fue al revés? En
Juan la lectura es hija de la literatura, y la prosa, madre disoluta del
pensamiento.
Y regreso al personaje llamado Juan García
Ponce, teólogo de la pornografía y agorero de libertinos, lector de Broch y
Borges, coleccionista de damas galantes y de mujeres fatales, sádico que vota
por el Eterno Femenino, crítico de pintura que cruza el espejo, narrador
compulsivo, enfermo que vence a la muerte con la enfermedad, el artista como
héroe que nos mira, a través de sus cuentos, con esas leyes de la hospitalidad
que conoce mejor que el Diablo.
“El
gato” es el sueño supremo de la mirada; cuento que me recuerda a Lewis Carroll,
y más que a éste, aburrido mirón victoriano, a su prodigiosa Alicia. Con “El
gato”, García Ponce cruza el espejo para siempre. Desde entonces vive entre los
gatos de Von Gunten y con las niñas de Balthus.
Christopher
Domínguez Michael
Seix Barral
agosto de 1997
Imagen:
Roger Von Gunten
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