miércoles, 4 de julio de 2018

CUANDO VUELVO A PRONUNCIAR TU NOMBRE


La luna menguante se desplazó y de su interior brotaron diminutos labios de plata que lentamente se posaron en tu piel desnuda.

José González Gálvez 

Miércoles 6 de junio de 2018

LA ESPUMA DE LA NOCHE AZTECA

Una y otra obra aclaran el rostro velado, secreto, del mundo. Cantar de ciegos, bajo las máscaras de México, hace aflorar a la memoria de un pueblo, las crueldades ocultas en cada ser y que vienen de la noche de los tiempos, la espuma de la noche azteca.

     Pero Carlos Fuentes no sólo es el escritor de esta noche. Se maravilla de los colores del día, de la vida. Y nos maravilla por la riqueza, el estallido, la flama, pero también por los frágiles matices de su pintura: un barroco a la manera de Fellini –con un gesto muy vivo de Beardsley- a lo que se agrega una sensibilidad a flor de piel, de palabras. Es carnoso, delicado, llameante, como el cuerpo de Claudia Nervo, la heroína de Zona sagrada, un cuerpo “color de rosas blancas”.

     “Los cuerpos son jeroglíficos sensibles”, escribe Octavio Paz en el prefacio que escribió para Cantar de ciegos. Los cuerpos son como la escritura enmascarada de la memoria. Cada cuerpo se dibuja, toma consistencia, en el mundo como la señal de una magia, de una brujería. Cada cuerpo porta consigo su parte de sombras, de fantasmas, de miedos, de tabués. Un jardín secreto… Pero en Guillermo, hijo de Claudia, el jardín secreto se ha convertido en una selva.

     El héroe profesa a su madre una pasión incestuosa y mística. Claudia es un monstruo sagrado: actriz mexicana mimada, adorada. Una devoradora de diamantes, una flor carnívora, una castradora. Fascinada por su imagen, como Narciso, busca en los ojos de los demás los espejos que le digan la eternidad de esta imagen. Se transforma sin cesar, unas veces pantera o garza, unas veces Cleopatra, esforzándose por fijar una imagen de sí misma, deseándose inmutable, deseándose estatua.

     El hijo mira la carne como un tabú, una carroña, la máscara de la muerte, y, cuando galantea con una muchacha, Bela, lo hace bajo la mirada de su madre, como un descenso a los infiernos, para que su madre, al fin, se interese por él.

      Guillermo ha escogido el angelismo. Se quiere ángel cerca de la divinidad imagen pura y lisa también él. Su búsqueda se parece a un vía crucis. Se piensa en la frase de Santa Teresa: “El amor es duro e inflexible como el infierno”. El hijo acaba por identificarse con la madre y, un día se viste, se engalana con ella. El adorador se confunde con la imagen que venera: con su totém. Su fiebre es tan fuerte que ha trasgredido la más profunda de las prohibiciones: la del incesto. Guillermo ha tentado al diablo. El amor es un crimen. No hay amor sin gusto de crimen. Al final de la bellísima novela de Carlos Fuentes, Guillermo parece que expía. Sufre una última metamorfosis. Él que soñaba con el angelismo, se convierte en perro: casi una carroña.

Francois Bott
Le Monde, París Francia. 

EL DRAMA DEL DESENCANTADO


…el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.

Gabriel García Márquez

EL VIENTO QUE LLORA EN TUS PALABRAS


                                                Su despertar respirando
                                                de flor que se abre al viento.
                                                Alejandra Pizarnik

Muchas gracias Rosa Lotfe


Invadida por el mistral
tu cuerpo se encoge y se abre
en bisagras relucientes
paralelepípedo que se desgaja
en piel, músculos, membranas
en superficies cóncavas
de lágrimas y párpados
ojos que todo lo ven y todo lo sueñan
que imaginan dolor doloroso
exiliados sin identidad posible
diáspora que continua imperturbable.
Te acaracolas
cuando el mistral inclemente
lame tu piel de cera
tus membranas de olivo y granada
sensación de dolor y recuerdo.

José González Gálvez 


Marzo de 2008