domingo, 8 de septiembre de 2019

UN POEMA DE RUBÉN DARÍO


 
              WALT WHITMAN

En un país de hierro vive el gran viejo,
bello como un patriarca, sereno y santo.
Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo,
algo que impera y vence con noble encanto

Su alma del infinito parece espejo;
son sus cansados hombros digno del manto:
y con arpa labrada de un roble añejo,
como un profeta nuevo canta su canto.

Sacerdote, que alienta soplo divino,
anuncia en el futuro tiempo mejor.
Dice al águila: ¡Vuela!, ¡Boga! al marino,

y ¡Trabaja! al robusto trabajador.
¡Así va ese poeta por su camino
con su soberbio rostro de emperador!

PITA AMOR. LA ENTREGA A SI MISMA (FRAGMENTO)



…Pita sacó de una caja de madera un vestidito plisado de seda azul…Un vestidito de niña, con pequeñísimos bordados de flores…”Este es el vestido de una niña muerta”…Y en el fondo nosotros pensamos más en la niña Pita, en la “niña enorme y viva para siempre”, como dijo Frida Kahlo. Y Pita, en medio de lo mucho que ha vivido, como ella misma lo confiesa, sigue siendo una niña de cabellos enmarañados, de grandes ojos oscuros, con sueños y pesadillas enredadas en las pestañas. Esta niña que vive en un universo infantil de vestidos nuevos, de tules y encajes, espejos, moños, disfraces y muñecas rotas, de berrinches y pataleos, de interminables “yo quiero” y tercos “no me gusta”, trae la luz y las señales del talento en los ojos desmedidos y en la frente delirante…

Elena Poniatowska
Periódico Novedades 26 de septiembre de 1954



JUAN RULFO: FOTÓGRAFO (FRAGMENTOS)



Estamos ante un caso poco común; el de un gran escritor que tomó también una importante cantidad de fotografías notables. Aún no podemos saber si las fotografías de Juan Rulfo (1917-1986) pasarán a formar parte de la historia de la fotografía mexicana del mismo modo que sus cuentos y novela son parte ya de la literatura que México ha dado al mundo, pero quizá la selección de imágenes en este libro —en una colección que lo coloca al lado de artistas, fotógrafos y arquitectos mexicanos— pueda ofrecernos una respuesta.
     Las fotografías de Rulfo son un conjunto de obra mucho más extenso que su literatura que, como es bien sabido, descansa en dos libros publicados durante su vida: Pedro Páramo y el volumen de cuentos El llano en llamas. Existen alrededor de 7 000 negativos, aunque el número de temas sin duda es más reducido, ya que muchas secuencias fotográficas corresponden a un mismo momento. Guillermo Kahlo (1870-1941), de quien se conservan unas 4 500 fotografías, es considerado un autor prolífico dada la precariedad de su equipo y la enorme inversión de tiempo que requería entonces la fotografía (placas, en lugar de los modernos rollos de películas). Rulfo tenía una cámara más moderna. Adquirió su primera Rolleiflex a finales de los años treinta y utilizó ese tipo de cámara durante unos veinticinco años.

                                 

     Guillermo Kahlo, quien se especializara en fotografía arquitectónica, es un caso comparable y un antecedente interesante para Rulfo. Aproximadamente la mitad de las fotografías de Rulfo son también edificaciones. Kahlo hacia 1904, Hugo Brehme a principios de los años veinte y Rulfo probablemente en los cincuenta, tomaron fotografías similares de la pirámide Cholula desde la cubierta de la Capilla Real, entre múltiples cúpulas. El predominio de temas arquitectónicos en las fotografías de Juan Rulfo sugiere un propósito o un proyecto. Su conocimiento de las construcciones y su historia era considerable, por lo que sus fotografías no son neutrales, a diferencia de las de Kahlo, que manifiestan un espíritu formal clásico. Por el contrario, la visión de Rulfo sobre los edificios es expresiva: sentía una atracción por las continuidades y los efectos del tiempo y el deterioro.

     Probablemente las fotografías más notables de Rulfo no sean las de los edificios en sí mismos, sino aquellas donde convergen los lugares (en un sentido menos específico) y la gente: elementos combinados en sus numerosas fotografías de campesinos en pequeñas ciudades provincianas, los pueblos y sus alrededores, que fueron, además, escenario para sus cuentos. Estas fotografías ofrecen una oportunidad única de mirar a través de los ojos de un gran escritor. Son las mujeres y los niños quienes se hacen más presentes en esos pueblos (puesto que los hombres se han ido a buscar trabajo), y Rulfo —fotógrafo— mostró gran simpatía hacia ellos, como podemos deducir de sus ficciones, donde la condición de las mujeres y los niños es una preocupación fundamental. Rulfo tomó fotografías admirables de niños pueblerinos.


                      

     La naturalidad de estas fotografías dice mucho sobre la habilidad de Rulfo para borrar sus propia presencia, una cualidad importante para un fotógrafo, como sabemos gracias a Henri Cartir-Bresson; cualidad natural en Rulfo, cuya personalidad reticente era legendaria. Rulfo utilizaba una cámara de caja que habría sostenido contra su pecho mientras miraba hacia abajo para encuadrar al sujeto en el visor, en lugar de mirar directamente a través de la cámara.

     Los ecos de las tradiciones pictóricas en las fotografías de Juan Rulfo son más hipotéticos que su relación con otras en cuanto al tema y la composición. Existen paralelismos entre algunas imágenes de Rulfo y las fotografías tomadas por Manuel Álvarez Bravo (1902-2002) antes, durante y después de los años en que Rulfo utilizara su cámara (aproximadamente entre 1940 y 1965). Hay fotografías tomadas por Rulfo que se emparientan con imágenes de Álvarez Bravo. Y Álvarez Bravo es sólo el ejemplo más obvio de tales ecos; existen también similitudes con fotografías de Tina Modotti y Edward Weston.

     Pero también podemos hallar asociaciones con la producción fotográfica posterior. Encontramos,  por ejemplo, cierta correspondencia entre las fotografías de Mariana Yampolsky en Estancias del olvido, y las ficciones y fotografías de edificios en ruinas que tomó Rulfo.

     Recordando sus primeros años juntos, Clara Aparicio ha descrito a Rulfo y a su Rolleiflex como inseparables. Pero hacia la época del Homenaje Nacional, en 1980, Rulfo no había usado su cámara con regularidad desde principios de los sesenta. Si este periodo marcó el fin de sus fotografías, fue también el final de una etapa de su vida. La década anterior había sido intensamente laboriosa y pública. Fue durante ese periodo cuando publicó sus dos grandes libros de ficción, El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), escribió su novela corta El gallo de oro (1958) e hizo una importante contribución al cine a través de dos películas avant-garde: El despojo (1959), en colaboración con Antonio Reynoso, y La fórmula secreta (1964), donde colaboró con Rubén Gámez. El trabajo más importante de Rulfo después de este periodo lo llevó a cabo en el Instituto Nacional Indigenista, donde se hizo cargo de las publicaciones, cerca de setenta volúmenes a lo largo de veintitrés años; de modo que el término “antropólogo” podría añadirse al de “escritor” y fotógrafo” en cualquier breve descripción de Juan Rulfo.

Las razones por las cuales una nueva generación de fotógrafos —la generación de Graciela Iturbide— puede no haber conocido la fotografía de Rulfo tienen que ver, finalmente, con la reticencia y modestia de Rulfo. Él pudo haber ejercido alguna presión para que estas fotografías fueran publicadas, pero lo hizo en pocas ocasiones. Casi a pesar suyo, sus dos libros adquirieron el estatus de clásicos (García Márquez y Borges lo dijeron con mayor claridad: su novela es una de las más finas novelas escritas en español y tal vez es cualquier idioma). La modestia lo caracterizó como hombre, como escritor y como fotógrafo. Y aun así nos ha dejado un extraordinario trabajo en ambos medios: la literatura y la fotografía.


Andrew Dempsey
Círculo de Arte 2005
CONACULTA


        

AURA



“Lees este anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más”: así comienza Aura, novela hechizante, donde lo verdadero es lo imposible, donde el amor a la vez sacrifica y devuelve la vida, y la inmortalidad tiene un precio que algunos están dispuestos a pagar.
     Pocos textos de la literatura mexicana de imaginación tienen la belleza y la expresividad de este relato en que los procedimientos de la ficción están llevados a sus últimas consecuencias. Las imágenes del sueño alteran la realidad o la realidad se ve contaminada por el sueño. El hecho es que Carlos Fuentes, dueño de todos sus recursos, empleando una nueva, eficaz libertad literaria que revive antiguos mitos e inventa símbolos nuevos, ha dado aliento a una atmósfera de sombras y ecos donde está manifiesto el tema de verdadera identidad, donde el erotismo es una afirmación invencible de la vida y donde el amor vuelve a unirse, por encima del tiempo, a través del mal y de la muerte.
     Aura es más que una intensa historia de fantasmas: es una lúcida y alucinada exploración de lo sobrenatural, un encuentro de esa vaga frontera entre la irrealidad y lo tangible, esa zona del arte donde el horror engendra la hermosura.

Ediciones Era 2012