Dentro del sopor
de la noche, Druso se revolvió inquieto en el lecho. Tamara tomó unas tijeras y
lentamente le cortó los labios.
No se escuchaba
música de fondo, solo un lamento de susurros tristes. El tiempo pasó volando
como ave mitológica.
Tamara, sentada
en el borde de la cama, veía como brotaba de su vagina trémula, una fuente
plagada de medusas rojas.
José González Gálvez
José González Gálvez
Julio de 1987
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