viernes, 30 de octubre de 2020

PRESAGIOS

 



De entre todas las negruras

despuntas, sol de los soles.              

Guadalupe Amor

 

La imagen perpetua de tu piel, semeja un tenue relámpago que palpita e hincha su cresta luminosa en inefable metáfora.

      El viento gime dentro del cántaro y despierta una canción pródiga en lluvia.

      Lúcido, el árbol se mece en lontananza. También el trigal se confunde como movimiento de las nubes.

    La furia mortecina de la noche semeja un vórtice oscuro que rechaza la claridad lábil y pulsátil de la aurora.

    Estamos sentenciados: somos polvo, y nos movemos impávidos en esta terrenal angustia.

 

José González Gálvez

En la tarde del 23 de octubre de 2020

 

Imagen: Andrew Ferez    

UNA FRASE DE FRIDA KAHLO

 


miércoles, 21 de octubre de 2020

INVOCACIÓN

 


¡Oh! Bondadosa Artemisa la de los pies ligeros

en la suave hierba humedecida.

Úngeme con tus saetas el costado

y deja que mi sangre fluya

como pequeños cardenales encopetados.

 

José González Gálvez

 

Coatzacoalcos, 5 de octubre de 2020

Imagen: Guillaume Seignac

 

domingo, 18 de octubre de 2020

MI CALLE DE SAN ILDEFONSO (FRAGMENTO)

 


     La conocí en 1923, en la Preparatoria. Era Frida Kahlo. Tendría 13 años. Había nacido un 7 de julio en Coyoacán en la casona que hoy habita. Era una chica espléndidamente alegre, sobreabundante de vitalidad. Pasaba casi inadvertida la parálisis infantil de su pie derecho, acontecida en 1916. De mediana estatura proporcionada, lucía esbelta por esa especie de luz que irradiaba su rostro. Negra la nutrida cabellera ocasionalmente peinada de “chinos”, después arreglada con recorte varonil. Reducida y delicada la nariz. Breve la boca y delgados los labios maliciosos. La barbilla partida. Abundante y cerrada la moruna ceja. Larga y rizada la pestaña que hacía tenue la sombra al suave café tierno de los ojos. Bella y despejada la frente juvenil. Levemente oval el rostro como en aquella muchacha semidesvanecida que logró Renoir en “El columpio”. Supuesta la memoria cabal de que su cuerpo daba indicios, se antoja reconocer, por contraste a lo curvo de las formas, su mirada tan recta, expresión de su vida. La reconstruyó con una mochila que le fue inseparable, que le prestaba gracia, tinte de colegiala, ritmo de ingenuidad. Excepto lo húngaro de su apellido, todo en ella, como ella misma, era mexicano. Se diría que en ella lo refinado y lo distinguido se articulaba con lo popular. No era una cautivante belleza de Cumplido, ni una chica de las que fotografió el XIX con candoroso estilo. Sugería un poco a las figuras femeninas, sencillas y encendidas que hicieron las primicias tipográficas de Posada en Aguascalientes; tenía un calor de llama mexicanísimo, fáustico, en movimiento. Unida su clara inteligencia a su avidez literaria. Frida poseía singularidad de personaje de corrido mexicano, muchacha culta de la clase media que parecía desprendida de las páginas de Azuela, de sus primeras novelas de costumbres. Su animada conversación, sus modismos  deliciosos, aun el “caló” debido a los “Cachuchas” —que fue su grupo— acusaban en Frida la preparatoriana una jovialidad peculiar, una coqueta picardía, el cadencioso arrastre de las sílabas, las rápidas frases de su mal hablado ingenio. Entonces prefería usar blusas de manga corta, con lo que sus redondos brazos alegraban nuestra vista. Y prefería los colores vivos en sus telas.

 

Baltazar Dromundo

Editorial Guaranía 1956  

CELINA O LOS GATOS

 


Celina o los gatos no son una serie de cuentos sino una sucesión de textos que guardan entre sí ciertas relaciones de estructura y aún de personajes: relaciones que se tejen por debajo de la trama visible y sustentan la forma, que es a la vez múltiple y unitaria. Temas, personajes y atmósfera no aluden la vecindad de cierto refinamiento que bordea los cursos, y que es característico de todo romanticismo. Hay un mundo cerrado y una vocación hacía la desolación y el aniquilamiento, que se manifiesta en la progresiva fragmentación y ordenamiento arbitrario del tiempo y del espacio. El lenguaje parece ser la última tabla de salvación accesible en ese naufragio y aun así su validez, como la eficacia de la memoria, se ponen en duda. Su vigencia estaría en una continuidad de las formas, hilo de Ariadna que asegura la voluntad de integrar algo en el laberinto de las voces, los diseños y los ritmos. Al final se recogen, se reincorporan, palabras, frases deliberadamente separadas de su contexto dentro del mismo libro y aun de otros textos de la propia autora y de diversas fuentes, contemporáneas o no. Es el espejo que refleja al espejo, prisma que fija las imágenes en un segundo nivel y que a la vez las desintegra y las dispersa, anticipándose a la labor corrosiva del tiempo y ligándolas con otras visiones, expuestas al mismo proceso.

 

Siglo XXI Editores 1968

EN LA OTRA ESQUINA DE LA NOCHE

 


 

                                                          Un alarido, un aullido, mitad horror, mitad triunfo,

                                                                                 como solamente puede brotar del infierno.

                                                                                 Edgar Allan Poe: El gato negro

                                                                                                                                                            

Había determinado regresar a las escolleras después de mi caminata vespertina. Fue una decisión que me tomó por sorpresa. Nunca me imaginé que una aparición tan fugaz determinara mi destino. Fue de momento, como un flashazo cuando vi una manada de pequeños gatos ocultándose entre las enormes rocas grises.

    Volví en la noche para buscarlos, les llevaba alimento para poder localizarlos. Eran casi las diez. Tuve que sobornar al vigilante para poder pasar. Ya había colocado la gruesa cadena que impedía la entrada. Hacía frio, el viento helado me golpeaba el rostro. Las enormes luminarias parpadeaban y a lo lejos los buques permanecían inmóviles. Las olas chocaban necias contra las rocas. Un rumor sordo inundó el ambiente. Llegué hasta el faro, su luz monótona cambiaba de rojo a verde. La pequeña puerta metálica que en la tarde estaba cerrada, ahora permanecía abierta. Me acerqué para preguntar si alguien se encontraba dentro.

     Un maullido potente se coló entre mi piel y comencé a temblar. La oscuridad, como un enorme gato negro se abalanzó sobre mí. No me dio tiempo ni de gritar.

 

José González Gálvez  

Coatzacoalcos, junio 20 de 2019

sábado, 17 de octubre de 2020

TE EXTRAÑAMOS TANTO XAVIER VILLAURRUTIA

 


No mereces estas noticias Xavier, tú no, tú más que nadie no debe ser molestado. Nadie ha desaparecido, todos tus Contemporáneos se mantienen aunque solamente sean espejo de ellos mismos. Nadie ha podido coincidir cara a cara, y cuerpo a cuerpo ni se diga. Solamente tú estás Xavier a pesar de que encontraste el fondo del dolor más doloroso que existe: la soledad.

Únicamente descansabas viendo los cielos que pintaba Agustín cuando te sentías desesperado, ebrio de dolor, sofocado por el orgasmo del desamor.

No es justo Xavier, no es justo que traten de hacerte a un lado, que ignoren tantas palabras escritas, tantos poemas, tanta nostalgia encumbrada en los delirios del páramo de la muerte.

Por eso no mereces el olvido. No mereces estar sepultado en el Tepeyac bajo toneladas de polvo que en las noches se convierten en golondrinas desorientadas. Disgregado en un naufragio de huesos que no encuentran reposo en el disturbio de los siglos.

Se extravió tu correspondencia Xavier, tus extensas cartas a Novo, a Owen, a Cuesta, a Gorostiza, a Pellicer. Hasta tu trato con Antonieta y Clementina han desaparecido.

De todos modos mantenemos tus poemas intactos, todos esos años de desasosiego escritos en tinta indeleble, toda tu prosa convertida en Dama de Corazones. Son tu diario Xavier, todos tus poemas son tu diario escrito paso a paso, lágrima a lágrima, pesadilla a pesadilla.

Xavier: nunca tuviste dudas de tu existencia, pero sabemos que tu vida fue un infierno diario de navajas afiladas, un acero azul clavado en el fondo de tu realidad.

Por eso te extrañamos tanto Xavier, por tu sensibilidad, por ese dolor silencioso que derramaste como un crepúsculo apagado. Por tu vida Xavier y también por tu muerte inesperada, temprana. Muchos dicen que te suicidaste, que preferiste morir antes de seguir padeciendo el infortunio pernicioso de la soledad. Agustín trató de buscarte, trató de impedir tu destino injusto. Trató de hacerte saber que su amor era ilimitado; pero te adelantaste a tu propio laberinto, a la zona sagrada donde habitan los que padecen el insomnio del dolor. Xavier, volteaste antes de tiempo como la mujer de Lot, como Orfeo, y ahora tu calvario es deambular entre brumas, en ese purgatorio interminable del cual no podrás salir nunca. Tu corazón se rompió Xavier y no podemos encontrar los pedazos.

Ahora padecemos el hábito solitario de la lectura para dar contigo. Buscamos pistas en esa espiral inacabable, llena de nostalgias, de trampas, de fata morganas.

Perdónanos Xavier, pero es que te extrañamos tanto y no sabemos como vivir sin ti.

 

José González Gálvez

viernes, 16 de octubre de 2020

DE GATOS Y OTROS MUNDOS (FRAGMENTO)

 


Los gatos son esos seres suaves, ondulantes, crueles y tiernos, siempre imprevisibles, solitarios y nocturnos que introducen en nuestro mundo cotidiano el ámbito de lo desconocido. Los otros mundos, espacios secretos e incomprensibles que nuestro mundo niega para poder asegurarse cierta invulnerabilidad, la protección de las cuatro paredes de un pequeño universo doméstico y sin sorpresas, son por su naturaleza misma indescriptibles. ¿Cómo hacer, entonces, para cercar un tema tan evasivo, resbaladizo y esotérico?

     Apoyadas las dos patas delanteras en el tronco de un árbol de corteza casi desgajada, de copa amarilleada por el otoño, recibiendo las gotas de lluvia que derrama una sola nube de tormenta, ligeramente amenazadora, en la superficie superior del cuadro, un gato helecho nos mira con pupilas verdes e inmóviles.  El gato helecho de Remedios Varo comparte la naturaleza vegetal, pasiva, receptiva, femenina de esas plantas que proliferan en la humedad y en la sombra y se extienden como los hongos, los musgos y todas las especies de vegetaciones parásitas. Ha dicho Octavio Paz que Remedios Varo no pinta el mundo al revés sino el revés del mundo y es ese revés del mundo, precisamente, el que sugiere la mirada abismal de los gatos. Cuando aparece lo fantástico en lo cotidiano rondan los gatos. Son ellos nuestro contacto con todo lo que es imaginario, inasible, insondable e inaccesible. Por eso hay tantos gatos en los recintos de especulación fabulosa que nos entreabre Remedios Varo. Gatos de hojas secas, gatos híbridos que son un poco mujeres y un poco lechuzas, gatos que saltan bruscamente sobre mesas con manteles puestos e introducen el desorden, que traen al interior de los cuartos cerrados un aire extraño y fantasmal, que al ser acariciados despiden chispas por un inusitado artilugio eléctrico; gatos que asoman la cabeza por huecos abiertos en el piso, que vienen de otra parte, de quién sabe dónde, que nos miran con una mirada procedente de algún lugar fuera del cuadro y aun fuera del mundo, desde el principio de la creación, con la impasividad de una esfinge.

     Obsesión del tiempo, presencia de lo inmemorial, de lo antiguo, del alba de la conciencia y del fin de todas las cosas. Testigos privilegiados de la vida y de la muerte.

 

Julieta Campos

Siglo XXI Editores 1968

Imagen: Remedios Varo  

lunes, 12 de octubre de 2020

EL PINCEL Y LA LIRA

 


Es un suceso relevante leer un libro escrito por alguien con acceso a información privilegiada, bien documentado, que contiene innumerables hechos sobre la vida temprana de Frida Kahlo.

     En este libro conocemos nuevos aspectos sobre la época escolar de Frida Kahlo (1021 – 1929) cuando tuvo sus primeros encuentros amorosos también con Miguel N. Lira (1905 – 1961), el escritor y poeta de Tlaxcala, a quien amaba cariñosamente y a quién dedico uno de sus primeros cuadros.

     Es el mérito de un profesor de Inglés de Tlaxcala, Jaime Ferrer, haber estudiado cuidadosamente el archivo de Miguel N. Lira y su prometida Rebeca Torres Ortega, haber encontrado estos cuantiosos detalles y compilándolos en este agradable libro, que es un “texto obligado” para cualquier fan de Frida Kahlo.

     Este no es uno más de los libros biográficos que repiten una y otra vez las mismas viejas leyendas. Este libro renueva nuestro conocimiento y agrega importante información a la biografía de Miguel N. Lira y Frida Kahlo.

 

Helga Prignitz-Poda

AUTORRETRATO CON TRAJE DE TERCIOPELO

 


Apenas cerrada la puerta que ella misma dibujara con un dedo en el cristal con “vaho” de una ventana; devuelta a su soledad de siempre enferma; repudiada por el “interior de la tierra” a donde llegó esa vez no por propio designio, sino por el “primer accidente” que sufriera en su vida al ser atropellada por un tranvía cuando tenía dieciséis años, FRIEDA KAHLO iluminó su primer autorretrato.

    Muy lejos estaba en 1926, de desgarrarse “el seno y el corazón para decir la verdad biológica de lo que siente en ellos” para citar las palabras del “segundo accidente” sufrido, es decir: Diego Rivera; y más distante aún de plasmar las visiones y fantasías que hoy dominan su arte de retablo, surrealista y mágico. Simplemente, Frieda era una niña que quería jugar a ser pintora.

    De entonces a hoy, ella ha insistido en el tema de pintar el paisaje de sí misma. Todos sus autorretratos son interrogaciones, dice Paul Westheim “en torno al sentido y destino de ese ser humano que es ella misma en medio del misterio de este Universo”. El que hoy reproducimos, como antecedente de todos los demás, —el original fue destruido por Frieda al filo de navaja— ¿no plantea ya una interrogación? Su figura frágil destaca de entre un mar de olas agudas, retorcidas, toscas; tal como si presintiera, en ese año de su iniciación pictórica, que iban a clavársele, en el tránsito de su vida a muerte, como dardos de dolor, de soledad, de drama.

 

Miguel Nicolás Lira

Revista Huytlale, abril de 1953

jueves, 1 de octubre de 2020

UN POEMA DE ALBERTO RUY SÁNCHEZ LACY

 


La boca que dice es sexo que canta.

Decir es desear

       y tocar sus manos invisibles.

Decir es saborear el mundo

                      y ser devorado por él.

Decir es entrar en la selva

       con los ojos cerrados.

Decir es soñar y actuar el sueño.

Decir consume nuestro aliento

      pero nos da existencia.

Decir conjura las ausencias.

Decir es parvada de nubes

         y polvo en estampida.

Decir hace llover, apaga estrellas,

         retira mares, rompe piedras.

Decir es música muy lenta.

Decir nos conduce al fondo del silencio:

         un abismo habitado de deseos.

Decir es y no es.

 

Alfaguara 2011

Diseño de portada: Luis Rodríguez