miércoles, 21 de noviembre de 2018

EL BOSQUE EROTIZADO (FRAGMENTOS)


Ya es una leyenda conocida incluso en las montañas Rocallosas: dicen que cuando Alicia Ahumada camina entre los árboles algo se despierta en ellos. La más inesperada vitalidad se enciende en todas las plantas del bosque. Y seguramente también en el aire que habitan y en la tierra y en la humedad que las nutren.

     Esa nueva agitación de las plantas, ahora llena de tierra, agua y aire, convoca incluso al fuego en su manera menos destructiva: el bosque erotizado es una especie de llama vegetal, de ardor sin duda, de efervescencia de madera. Y la savia comienza a correr por dentro de las ramas como la sangre en las venas de ciertos amantes. Eso afirman quienes repiten la leyenda siempre con huellas de asombro en los ojos.

     En el bosque de Alicia Ahumada sucede eso que podríamos llamar el surgimiento de Eros. Y sus fotografías son el espacio donde sucede su aparición, su epifanía: la irrupción en la vida cotidiana de una dimensión excepcional. Así se llama a la aparición del mundo profano de algo distinto, sagrado para algunos, poético para otros. El erotismo llevado a considerarse sagrado o la aparición de la poesía. En el caso de las fotografías de Alicia Ahumada se trata sin duda de ambos: un Eros trascendente que es a la vez un poema visual. En sus árboles late el inquietante dios poema: Eros, amo de su bosque.

     En las fotos de Alicia, la vitalidad ritmada late de pronto hasta en las hojas caídas. La corteza, más que nunca es piel. Pero ahora es piel anhelante. Las ramas se extienden en la noche como brazos, como piernas. Se abren y se cierran como si llamaran con ese lenguaje de anhelo a lo que quieren abrazar, a lo que quieren sostener entre las nervaduras de las ramas, entre esos nudos que parecen rodillas.

     Varios troncos que se dividen en dos ramas ya no pueden hacerlo si no dejan en el delta de su separación la fisonomía de un pubis e incluso de un sexo. De manera a la vez sutil y abrupta, cada uno parece enarbolar bellísimos labios vaginales. Así, la palabra “enarbolar” adquiere en este bosque, gracias a Alicia, un significado erótico: significa levantar en alto, no una bandera sino el erotismo del árbol. Su teatro de sexualidad extendida.  

     En todos los árboles de este bosque, de golpe, su sexo canta, se muestra feliz o adolorido, es cicatriz o brote nuevo. Hay incluso extraños falos oscuros en árboles de cortezas claras, inquietantes como ramas interrumpidas en su decidido crecimiento horizontal. El bosque todo es una erección de la vida. Y en otra rama más cercana, un  musgo púbico que tampoco es verosímil si no fuera porque está ahí, a la vista, multiplicando ante nosotros el desfile carnavalesco de cuerpos que se revitalizan.

     Desde hace tiempo he creído que eso que se llama “asombro”: un fuerte pero agradable impacto físico y emocional ante algo distinto o nuevo que se juzga maravilloso. Y creo que es parte sustancial de la actividad poética: descubrir las cosas que no cualquiera es capaz de mirar y a partir de ellas, de esa aparición excepcional, crear una obra de arte que permita compartir el descubrimiento asombroso.

     Y qué revelación es más radical y más digna de provocar entusiasmo y asombro que el descubrimiento del erotismo latente en el mundo. Alicia Ahumada nos pone ante los ojos a un Eros desnudo en el mismo bosque del mundo donde antes, tal vez, podíamos olerlo pero obstinadamente se nos escondía.

Alberto Ruy Sánchez 
Artes de México colección luz portátil 2006

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