jueves, 20 de noviembre de 2014

LA OTRA MITAD DE HORACIO QUIROGA

  

Horacio Silvestre Quiroga Forteza, fue cuentista, novelista, poeta, dramaturgo y maestro uruguayo que radicó en Buenos Aires Argentina. Es considerado hasta la fecha como uno de los mejores cuentistas latinoamericanos. Su vasta obra está situada entre la declinación del modernismo y la emergencia de las vanguardias.
Estudió en el Instituto Politécnico de Montevideo y en el Colegio Nacional. Se inició en las letras bajo el patrocinio del escritor Leopoldo Lugones. Funda la tertulia “Los tres mosqueteros” y colabora con sus escritos en “La Revista” y “La Reforma”. A los diecinueve años  crea la “Revista de Salto”. Se marcha a París durante tres meses y a su regreso instaura el Consistorio del Gay Saber, que pese a su corta existencia presidió la vida literaria de Montevideo.
Dentro de su vasta experiencia, sintetizó las técnicas de su oficio como escritor en el “Decálogo del perfecto cuentista”, estableciendo pautas relativas a la estructura, la tensión narrativa, la consumación de la historia y el impacto final del relato.
Su obra está influenciada por las lecturas de Edgar Allan Poe, Rudyard Kipling y Guy de Maupassant, recreando un estilo que le permitió narrar magistralmente la violencia y el horror que se esconden detrás de la aparente apacibilidad de la naturaleza.
Sin embargo su “aparente apacibilidad” está marcada por el signo de la tragedia y el exterminio con una cruz imborrable de Miércoles de Ceniza. En la otra mitad de la vida de Quiroga, bíblicamente Abel no mató a Caín; los padres, hermanos, esposas, hijos, amantes y amigos marcharon juntos al este del Paraíso y abrazados murieron lentamente la muerte del suicidio, la enfermedad y el asesinato fortuito.
Cuando Horacio contaba con dos meses de edad muere su padre al disparársele accidentalmente su escopeta durante una cacería. Doce años después su padrastro Ascenso Bargo se suicida con una escopeta. En 1901 fallecen dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, víctimas de la fiebre tifoidea. Un año después mata accidentalmente con una pistola a su amigo Federico Ferrando. Su primera esposa Ana María Cires se suicida durante una fuerte crisis depresiva. Se casa con María Helena Bravo quien lo abandona después de nueve años de matrimonio. Cuando contaba con la edad de 59 años, se entera que padece cáncer de próstata y se suicida ingiriendo cianuro en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires. Sostuvo una intensa amistad que se transformó en romance con la poeta Alfonsina Storni, quién se suicidara en 1938. Un año después se suicida su hija Eglé y años más tarde su hermano Darío también haría lo mismo, ambos fueron producto de su primer matrimonio.
Horacio Quiroga utilizó ampliamente las leyes internas de la narración y buscó un lenguaje que lograra transmitir con veracidad lo que deseaba relatar, alejándose de manera lenta de la escuela modernista.
Publicó casi al final de su vida lo siguiente: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”.

José González Gálvez 
Noviembre de 2014

ROJO EN EL CORAZÓN DEL VIENTO

                                                            Solo mi corazón sobre la cama queda latiendo.
                                                            Jaime Sabines

Me llamo Eleonora Fabrizia Paula Maruja, descendiente directa de la dinastía de los duques de Braganza y prima segunda del virrey de la Nueva España. Desde que fui desterrada a este pequeño islote de San Brandán, para pasar recluida el resto de mi vida entre farallones, me conocen como la reina loca, por la manía perniciosa que tengo de pintar corazones abiertos, chorreando sangre espesa y humeante, en las paredes. Y es tal mi delirio que ya no alcanzan las murallas de la ciudad para tantos dibujos de niña grande.

Mis captores no quisieron mancharse, pero yo hubiera deseado correr la misma suerte de toda la familia real, ahora soy una huérfana expósita, encerrada en estas enormes murallas para volverme loca. Cuando sin pensarlo tallé mis manos abiertas en los bloques de piedra múcar, las descubrí lastimadas, en carne viva, entonces, por una malsana asociación de imágenes con los ritos aztecas, pinté un corazón sangrante. Así nació la idea, y así nacieron cientos de corazones en las murallas expuestas a la sal corrosiva del mar, a los vientos alisios del norte, al guano fermentado de los albatros sin rumbo.
La reina loca, la reina roja, la reina madre. Me quitaron todos los títulos nobiliarios, se llevaron los espejos para que no fuera testigo del tiempo, me escondieron las llaves de las habitaciones, pero me abrieron el aldabón del portón principal, sola así puedo recorrer a solas las murallas que protegen la ciudad casi vacía, porque sus habitantes son cada vez menos, desaparecen como engullidos por las salinas de los alrededores.

Una noche me despertó el golpeteo insistente de una ventana, me levanté presurosa, había tormenta, el resplandor de los relámpagos enceguecía por momentos, cerré los postigos y me iba a regresar cuando descubrí una de las puertas con la llave en la chapa. La curiosidad pudo más que mil advertencias. Abrí la puerta y entré. Encendí un quinqué para hacer a un lado la penumbra; en un apolillado armario se encontraba un libro único, tan viejo como la construcción de la muralla, en sus páginas había una clasificación interminable de herbolaria y anatomía humana, en un apartado estaba la imagen casi viva de un corazón sangrante, tan precisa y nítida que podía tomarlo entre mis manos. Sentí que mis hombros se humedecían, entonces noté horrorizada que del cielo raso goteaba sangre.

Estoy cansada, quiero dormir y cerrar los ojos para siempre, quiero abrazar a mis hijos, reunirme con ellos en el limbo porque sé que no han podido llegar al paraíso, quiero ayudarlos a cruzar el lago, ponerles las monedas en los ojos y besarlos. Pero me estoy consumiendo en vida, atiesándome por la salmuera inclemente que está impregnada en el aire.
En una de las tardes de verano en que salgo a mi paseo diario, noto el viento tranquilo, sin ningún sonido, y una luz diáfana que parece no ser de este mundo, una luz submarina, de ópalo profundo, cáustica como el veneno, una luz enérgica que me transparenta hasta los huesos, y me incrusta en la piedra múcar hasta disolverme en esquirlas calcáreas que vuelan como escupidas por un vórtice. Entonces los corazones de las murallas comienzan a latir al unísono hasta secarse y quedar como manchones difusos.

Siempre existen puertas que nunca deberían abrirse.


José González Gálvez 

Abril de 2013

sábado, 8 de noviembre de 2014

LA TENTACION DE SAN GERONIMO Y MELISENDA

Lo último que Melisenda vio antes de perder la cabeza, fue el vuelo de un ángel en el aciago día de sus miserias.
Su desgracia fue haber conocido a San Jerónimo, un hombre que se había quedado ciego por alcanzar la santidad en vida y la bendición de poder hablar con Dios cuando caía en éxtasis.
Lo conoció en laudes y a partir de ese momento no volvió a tener sosiego, jamás pudo borrar de la memoria su figura adelgazada por el ayuno perpetuo, sus pies de mártir y su cara afilada por la gloria del Espíritu Santo.
Desencajada, se consumía por dentro. Consiente de su culpa no podía dormir, tampoco escuchaba las homilías pues cubría sus oídos con bolas de esparto. No comulgaba, y a solas utilizaba el cilicio anudado a la cintura y los horcones de madera sobre sus hombros.
Pero nada le daba descanso, todo sacrificio le resultaba inútil. Prisionera de los amores en discordia, no podía olvidar la figura de San Jerónimo. Lo imaginaba desnudo, con la piel cubierta de cicatrices, pero con las extremidades firmes a pesar de su cuerpo de estilita, y poseedor de una fortaleza descomunal para los quehaceres del placer.
San Jerónimo la vio a pesar de sus ojos apagados como dos piedras lustradas por los años, y en ese brevísimo instante, la sintió como oveja extraviada del rebaño. Se acercó y la tocó con sus manos que habían perdido la habilidad del consuelo desde hacía muchos años. Consiente de su transgresión y sin intentar hacer nada para impedirlo, acercó sus labios resecos a la boca de Melisenda. Una nube de miércoles de ceniza cubrió los cielos a perpetuidad.
Esa noche sin brillo, Melisenda se vio vista por cientos de ojos negros incrustados en los árboles sin hojas. Angustiada por su imprecación trató de cortarse las venas, pero su piel había adquirido la dureza de los fósiles.
Los feligreses querían quemarla en leña verde.
-Sacrilegio- vociferaban.
-Blasfemia- y las mujeres histéricas se cubrían los pechos con espinas.
-Abominación- Un coro de voces estallaba como petardo.
San Jerónimo envilecido, se desgastó lentamente en el hervor de su pecado de animal en celo.
Cuentan que Melisenda vivió con un vitriolo goteándole en las entrañas. Vivió hasta los 180 años cocinándose en la penitencia de tener una flor carnívora entre los muslos consumidos. Antes de perder la cabeza vio un ángel senil revoloteando sin orientación entre la noche sin límites.



Diciembre de 2008

sábado, 1 de noviembre de 2014

AURA (FRAGMENTO)


Dicen que la soledad es necesaria para alcanzar la santidad. Se han olvidado de que en la soledad la tentación es más grande. 

SYLVIA PLATH: FRAGMENTO DE POEMA


Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.

OCTAVIO PAZ: FRAGMENTO DE POEMA


La tinta verde crea jardines, selvas, prados
follajes donde cantan las letras,
palabras que son árboles, 
frases que son verdes constelaciones.

EL CANTO RONCO DEL CHOTACABRAS

La noche profunda se alumbró con las pocas luminarias que aún quedaban de pie; la calle permanecía insólitamente siniestra, abanicada por las ramas de las casuarinas. No había transeúntes. Ahí me había citado Anastasia, -se puntual- me dijo, -once y media, avenida de los frailes número 666- Las enormes casonas coloniales parecían deshabitadas; de los balcones derruidos, los pedazos de cortinas se mecían regidas por el viento. Un chotacabras con su canto ronco, se escondió entre las tejas  contiguas.  

La aparición repentina de Anastasia  me heló del susto, tardé un momento en reponerme, inclinado, deteniéndome las rodillas que cloqueaban como desatadas de sus ligamentos. Cuando pude contenerme quise reprocharle, pero mi amada me lo impidió poniendo un dedo largo, huesudo e increíblemente helado a pesar del calor del trópico, me tomó de la mano y me condujo a través del portón abierto de la casa contigua, cruzamos el patio que antaño debió haber sido un jardín hermoso, quise encender una lámpara de mano, pero nuevamente mi bella guía me lo impidió. Subimos lentamente los escalones y nos internamos en un laberinto de habitaciones que olían a rancio, nos encontramos con un montón de baúles de diferentes tamaños y en la última recámara una cuna de latón. Ahí me soltó la mano   entumecida por el frío. Se acercó lentamente como si levitara y sacó de la cuna un ropón amarillento que besó con delirio. Lo colocó nuevamente dentro de la cuna y se acercó a mí, con aliento glacial me dijo –no lo olvides, Dios en su infinita misericordia nos permite regresar, aunque el pueblo piense que son cosas del innombrable- Me dio la espalda. Salió al balcón y su figura se confundió con las cortinas que flotaban empujadas por una corriente de aire. Escuché nuevamente el sonido ronco del chotacabras. Cuando me acerqué al pretil Anastasia había desaparecido, dos ladrillos flojos se soltaron y cayeron a la calle. Regresé sobre mis pasos deteniéndome del barandal podrido. Para poder salir hube de sortear varias dificultades, pues las habitaciones me llevaban de regreso a mi punto de partida. Cuando por fin llegué al portón lo encontré cerrado. Traté de abrirlo pero estaba atorado, comencé a golpear con fuerza, recuerdo que también grité. Por fin me abrieron dos indígenas muleros que me veían azorados.

     -Pos que hacía ahí Patrón, ¿No sabe que en esa casa espantan?-

Septiembre de 2013


  

DEL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA


SOLO QUIERO QUE ME QUIERAN

Para Rainer Werner Fasbinder: In memoriam

Tengo once años de navegar en la superficialidad de los amores fatuos, y siempre encallo en las ínsulas más extrañas, llenas de arenas falsa que con el tiempo se convierten en fango. La premisa es tan simple: sólo quiero que me quieran.

Pero por lo visto debo seguir navegando a través de aguas turbulentas, posiblemente hasta que el velamen amplio de mi embarcación se convierta en hilachos. Me han fallado el astrolabio y el sextante, y la brújula parece girar en sentido contrario.

He atracado en muelles diferentes, pero existe un extraño sortilegio, no puedo declarar en la aduana el impuesto más caro que existe. Siempre abandono el puerto con el corazón devastado, y con unas cicatrices profundas marcadas por el desasosiego.

No creo sucumbir al canto de las sirenas, pienso que mi destino es una isla ignota llamada: soledad. Ahí acabaré con mis huesos blanqueados por la sal del viento, hasta que se conviertan en esquirlas tan diminutas que no se puedan localizar ni con lupa.



Septiembre de 2005

JORGE LUIS BORGES (FRASE)


POR SIEMPRE OCTAVIA

Te vi distinta Octavia, ahí, despatarrada sobre el sofá de muaré gris perla. Desnuda, mostrándome tu sexo pequeño como molusco de nácar. La luz te daba directa, pero acostumbrada a tu actitud de maniquí, continuabas insoportablemente quieta, con tu rostro de cera, tus cejas perfectamente depiladas, tu mirada angostada como gata persa y tus labios entreabiertos, dispuestos a una fellatio sublime.

Te soñé junto a mi cuerpo, pródiga, saturada de almizcle. Desperté bañado en sudor, deshidratado, con la garganta seca, incapaz de pronunciar tu nombre.
Las sesiones de fotografía eran extenuantes, bajo un horario insoportable. Pero tú permanecías fresca, con tu cabellera rizada encendida en fuegos fatuos, con los pechos turgentes y tus muslos, columnas jónicas de prístino alabastro. La exposición debía montarse para fines de octubre, trabajábamos con ahínco desde hacía dos meses, aún faltaban varias tomas, pero lo más difícil era el revelado, capturar la nitidez de tu piel en el espacio limitado de una habitación vacía.

-Alejandro –me dijiste.
-¿Pasa algo?
-Estas sudando muchísimo, tienes la camisa empapada.

Octavia tu voz me diluye, me desquicia. Te deseo en todo momento y me conformo con sobarme los genitales para no ladrar y devorarte a besos. Terminamos por hoy, te vistes con lentitud, pensando cada movimiento, levantando tu ropa con una parsimonia caso ofensiva. Las bragas minúsculas que apenas ocultan tu boscaje, la falda de gitana ridículamente larga, la blusa transparente y escotada, las sandalias, el turbante. Te invito a cenar y me rechazas, te propongo ir a bailar y me callas con tu silencio. Te marchas envuelta en tu chal de gasa, con el ruido de una docena de pulseras de plata y el olor penetrante del pachuli.

-Quiero que me retrates con el rostro cubierto con una máscara africana. La diosa de la fertilidad –Sonreíste.
Tu voz Octavia, me deja sin palabras.
-Por favor con un alcatraz entre los brazos. Una cala magnífica como las que pintó Tamara de Lempicka.

Octavia si me pidieras los ojos te los daba.
Esa noche te sueño nuevamente. Dormida. Levitando sobre el mar de aguas inquietas, un oleaje casi embravecido, rugiendo sin cesar. Tu nombre me cierra la garganta.

Continuamos gastando cientos de película bajo el calor insoportable de los reflectores. Tomas, poses, movimientos lentos, espaldas, torsos, piernas. Clic, clic, clic. Canon de Pachelbel a todo volumen. No hay horarios. Octavia quédate así, no te muevas, abre más los labios, baja los párpados, las manos en el cuello, voltéate, la cabeza de lado. Así, así.

-Alejandro, estás sudando de nuevo. Quítate la camisa, te puede hacer daño. ¿Por qué tiemblas?
-¿Puedo pedirte un favor? Déjame mirarte.
-Tonto, mi miras todo el día a través de una lente.
-Abrázame.
-No empieces Alejandro. Soy modelo profesional, no puta de banqueta.
-Octavia, déjame tocarte.

Puedo ser un idiota, un jodido fotógrafo clasemediero, ambulante, de feria de pueblo; pero lo que no puedo negar es que estoy emperrado por ti hasta el tuétano.
-Alejandro, me ofrecen un comercial para Appleton Special. Con el salario podría salir de algunas deudas.

-¿Aceptaste?
-No yet, but I think…
-No trates de disculparte en otro idioma. Tómalo, te conviene.
-Pero las fotografías, la exposición.
- Por ti puedo esperar hasta el día del Juicio Final.

Quiero olvidarte pero no puedo, y me siento tan lastimado. La noche irrumpe con prisa y no quiero soñarte, me debilitas. Aprobaste el casting para el estelar de un mediometraje. Ahora te veo en las pantallas grandes, flotando en el espacio de una noche infinita.

Mañana me voy a Valle de Bravo. Tengo fotos pendientes. San José Purúa, Catemaco, Tabasco. Esta por publicarse un libro. Trabajo fascinante, buena paga. Por el momento es suficiente.
Por conseguirte Octavia, te busqué un amante, un joven impetuoso, “un macho hermoso, acostumbrado a causar placer” fiel descripción de la sublime Antonieta Rivas Mercado. Pero el experimento no resultó, lo despediste en un abrir y cerrar de labios. Entonces busqué a una mujer, una matrona de tetas magníficas dispuesta a continuar amamantándote. Pero tampoco surtió efecto. Desesperado, te conseguí un viejo proxeneta, pero me mandaste al carajo.

No entiendo, busco tu felicidad para que yo pueda sentirme feliz. Poco sé de los desórdenes menstruales y ese altibajo de hormonas que desbaratan el carácter de las mujeres, pero una cosa te digo, no logro entenderte.
Te encuentro y eres estatua de sal que aún no ha volteado a verme.

Casi no me hablas, te concretas a cumplir tu trabajo con una disciplina espartana que a veces me asusta por la severidad de las reglas que te impones. Existe un enigma que no logro desentrañar. Mírame Octavia, me muerto por besarte. Sonríes como maja consciente de su belleza, eres concubina, tehuana, sirena, prima ballerina, novicia, marquesa. Posas todas las noches y te sueño nadando en un mar sin límites. Ayer descubrí parte de tu secreto: temes enamorarte.

-El trabajo antes que nada –Dijiste.
-Eres un ángel que perdió sus alas en una ciudad sin voces.
-No te burles Alejandro. Soy una mujer que ama su trabajo y su salario, una mujer de carne y hueso, con errores, muchos defectos y falta de sueño. Si pudiera dormir para siempre.
-No sabes lo que dices.
-No puedo dormir. Me paso la noche caminando en silencio como aparecida.
-Yo sin embargo me paso la noche soñándote. Si supieras. Te veo entre mis brazos durmiendo después del placer.
-El placer es un vaso con agua mineral helada y tres gotas de jugo de limón.
-Octavia, juegas con mi amor.
-Así de simple Alejandro, tu detrás de las cámaras, yo aquí posando. ¿Ves? Así de simple.
-Demasiado cruel.

Ahora no puedo dormir pensando que tú tampoco duermes. Hemos perdido la capacidad de razonar. Prendo la televisión, la apago. Enciendo un cigarrillo, se consume entre mis dedos. Abro la ventana, siento frío. Cierro la ventana, hace calor. Naufragamos Octavia, convertidos en rocas como imágenes de Magritte. La amargura es un mar dolido.

Estoy desnudo, recostado en un sofá de muaré gris perla. Jugando a la ruleta rusa con una vieja pistola que ignoro si está cargada. Mientras tú Octavia, en el lugar donde te encuentras corres todas las cortinas sin prisa, hurgas entre tu enorme bolsa de húngara hasta encontrar un pequeño sacapuntas. Sonríes con dolor. Intuitivamente te tocas los labios resecos con la yema de los dedos.

-Así de simple Octavia. Los dos somos cómplices de nuestro destino.

Noviembre de 2008