domingo, 30 de marzo de 2014

CARTA A FLOR CECILIA REYES 2

Te vi joven Flor Cecilia, radiante, esplendorosa, con tu cabellera lustrosa, ondulada, movida por el viento frio de la tardenoche. Hermosa, llena de tu poesía, vestida de negro, como el barro negro de Oaxaca, y tu blusa que te retrataba en el marco solemne de los artesanos de un estado lleno de magia, con ese bordado en hilos amarillos y naranjas. ¡Ay Flor Cecilia! Tus palabras, tu lirismo, me desbordó el corazón.

Sigo siendo tu fiel admirador.


Noviembre de 2013

CARTA A FLOR CECILIA REYES 1

Buenas noches mi queridísima Flor Cecilia. Acabo de terminar de leer tu poemario, ¡sublime! Me encantó, me llevó por desplazamientos de mar y cielo, en un hálito de luz que variaba de intensidad. Muchas gracias por tus palabras, por esas metáforas plenas, por tus cantos directos al corazón:

                                             “Dónde nace el prodigio
                                              en la luz que asciende poderosa”

Te recuerdo diligente en tu lectura en “Hacedores de Palabras” menuda flor de buganvilla, con tus aretes como diminutas campánulas, y tu voz que sabe llegar directa:

                                               “El tiempo pura luz que todo lo trastoca”

¿Nos veremos el año que entra en Oaxaca? Tengo que felicitarte por tu “Soneto del martirio de Artemisa” y por “Prozac 20”
A partir de este momento, me incluyo en las filas de los hechizados por tus poemas.

Recibe un abrazo fortísimo.

Coatzacoalcos Veracruz, finales de julio de 2011  

RECURSO DE FULGORES

Buscamos el amor Eurídice, esa diminuta luciérnaga que arde y se apaga incansablemente.

Anoche dormí cobijado por tu sueño húmedo, higuera mutilada que derrama leche ebria por sus peciolos abiertos, mientras tardíamente  conjugamos juntos el verbo incendio.

Abramos el armario Eurídice, posiblemente el amor este arrumbado entre juegos de cajas chinas, abanicos de sándalo, cucharitas de plata, manteles con encaje de Brujas; oculto entre lepismas, palisandros y lacas.

Mientras nos besábamos, el amor forzó la cerradura de bronce, ahora puede estar libre y perdido en las esquinas de tu dormitorio, que es ataúd y útero al mismo tiempo.

Tu sombra percude los espejos empañados, deteriora  las ventanas cerradas y  cubiertas de vaho, dilata de asombro las pupilas. Entonces me ovillo mientras te deshojas como lirio de agosto.

Leo a Pizarnik  sus poemas me arden en los ojos, porque su voz escrita es inmenso pájaro muerto. Entonces entiendo; el amor dolido está entre las páginas de esta suicida, en los párrafos de su poema Madrugada:

“El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro”.

Sus palabras Eurídice, me lloran en el alma. Fueron vanos los intentos por encontrar el amor diluido. Sin noticias, el verbo incendio se consumió, entonces el humo fue débil esperanza de vida. Las cenizas volaron, ascendieron en pequeñas fumarolas, estornudos grises entre los rescoldos de la noche.


Octubre de 2009    

HISTORIA FILMADA EN CÁMARA LENTA

Dentro del sopor de la noche, Druso se revolvió en el lecho. Tamara tomó unas tijeras y lentamente le cortó los labios.

No se escuchaba música de fondo, solo un lamento de susurros tristes. El tiempo pasó volando como ave mitológica.

De entre los muslos de Tamara brotaba un río de aguas turbulentas, majestuosas, grávidas de medusas rojas.



Julio de 1987

PAISAJE DESPUÉS DEL CAOS

Eran las cinco de la mañana cuando Ulises llegó al muellecito de madera. En la playa estaban las  redes zurcidas, los remos pulidos, la barca reparada. El aire tenía un fuerte olor a sal, a corales, a guano de gaviotas.

A sus oídos llegaron historias de marinos crepusculares, de ballenas gigantescas como islas, de medusas fosforescentes igual que soles, de leviatanes bellísimos que se confundían con sirenas.

Se abrieron los océanos como el Mar Rojo de los hebreos. Ulises estaba en la otra orilla, con el cuerpo cubierto de escamas magníficas y en lugar de pulmones, branquias florecidas de rémora eterna.



Septiembre de 1987

HERBOLARIA

La fruta embriagará cuando madura.
No lo sabe la flor, y se devora.

Jorge Cuesta




Con cada palpitación
un corazón de pitahaya
sangra una leche espesa.


Abril de 2007

lunes, 24 de marzo de 2014

TRIPTICO DEL VERDE OSCURO

Verdes recién salidos del mar.

Octavio Paz











I
Es verde la tarde tinta
con su piso de grana
el atajo sabe a piña madura
guanábana recién abierta.
La calandria canta en cien lenguas
vigilada por los apompos
los palos mulatos
los cuajilotes.
Todo se vuelve más verde
porque una noche
algún Dios soñó un sueño
entintado en verde armonía.


II
Mis manos bailan sueltas
en medio  de un follaje de eucaliptos
son verdes como la savia verde
de los ahuehuetes milenarios.
Mis manos callan mudas
como corteza rugosa craquelada
de secuoyas que miran sin mirar al cielo.
Como viejas plañideras
los sauces lloran inconsolables
mientras mis manos sostienen
el sufrimiento lento de tu mirada.
Las lágrimas son artificios de costura
hilos que hilvanan la piel hecha pedazos
cuando quieres hablar y no hablas.


III
Eres paloma en vuelo
pétalo incendiado
que no genera cenizas ni carbono.
Ceiba enraizada
en el cuerpo desnudo de la selva.
Anochece
el viento teje entre el follaje
una frazada de estrellas titilantes
germinan tus besos en mi piel
se desarrollan los helechos
brotan los palos mulatos
con sus cortezas descarapeladas
las orquídeas proliferan
abrazándose a los troncos que las guardan.
Huyen los guacamayos
se esconden los loros agitando sus plumas
alborotan los tucanes
con sus enormes picos de piedra.
La noche cierra sus alas de murciélago
y el ruido verde de la selva norte
se escucha lento hasta que se pierde.


Coatzacoalcos Veracruz junio de 2007

SYLVIA PLATH: FRAGMENTO DE POEMA


CUANDO EL ODIO ACUDE PUNTUAL A LA CITA

Sorprendido, me abofeteó tu imagen de vestal impropia. Tranqué las mandíbulas, los nudillos de mis manos se amorataron con la presión y un cirio me iluminó la cara. Vomité bilis verdosa, amarga como el sabor de tus labios. No deseaba verte nunca más. Estabas vestida con la pasión más antigua del hombre. Quise cercenar tu imagen pero no encontré navajas para hacerlo.



Veracruz, octubre de 2005

CITA CON LA MUERTE ALEGRE (*)

Esto es lo que soñé:

Federica la Loba inició el vals. Eran exactamente las veinticuatro horas del primero de noviembre. Un buharro escandaloso revoloteó sobre la concurrencia. El salón gótico estaba iluminado con una veintena de cirios tan gruesos como columnas. La música era verdaderamente lúgubre a pesar de que la orquesta, vestida de pajarita, hacía hasta lo indecible por animar la velada. Una Dama aristocrática, muy parecida a nuestra querida Leonora Carrington leía muy atenta un viejo legajo de poemas:

¡Qué prueba de la existencia
habrá mayor que la suerte
de estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
de amar a lo nunca visto
y de esperar lo imprevisto;
este caer sin llegar
es la angustia de pensar
que puesto que muero existo. (**)

Varios ancianos cubiertos de verde fosforescente hacían gala de su pericia ejecutando los más difíciles movimientos de un fox trot arrítmico. La noche, negra como ala de cuervo, extendió sus brazos sobre el castillo. Un grupo de nubes nómadas, se arracimaron sobre la luna. Los meseros sirvieron la primera ronda de champagne. La Dama sentada en una silla episcopal sorbió traguitos de su copa de cristal de Bavaria, a su lado una pareja de hienas reían sin parar. Con una elegancia sin par, se calzó el impertinente para verlas mejor, y no pudo reprimir un respingo, cuando descubrió por el hedor que despedían, que no se habían bañado en semanas. Acudió un mayordomo solemne que las roció con desodorante para apaciguar su mal olor. Las hienas quitadas de la pena siguieron riendo, mientras degustaban ricos panecillo con gelatina amarga.

En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
que desemboca en el acto,
hay un misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante. (**)

Cuando Federica la Loba, divisó a los Duques de Otrato, corrió a besarlos. En su frenética carrera tropezó con un ataúd y sin poder evitarlo cayó de bruces haciéndose añicos. Los aristócratas con un mohín de fastidio, se sacudieron la polilla que les salpicó en la cara.

El cielo se llenó de sombras extrañas. Del torreón se desprendió una parvada de murciélagos chillones. La Dama se arregló la peluca, sus zapatillas de piel de iguana viva, lengüetearon con parsimonia. Un señor muy pequeño, del tamaño de un hongo, se acercó para invitarla a bailar, pero la Dama en forma correcta denegó la invitación pretextando una fuerte jaqueca.

Un grupo de esqueletos de azúcar glass pasaron acompañados de una mujer joven con cara de yegua. De golpe se abrió la puerta principal. Todos los invitados se quedaron estupefactos. Un aliento glacial azul prístino entró arrastrando sus hilachas. La Dama sintió frío y se cubrió con su capa de plumas de Ave Fénix.

“La Muerte se columpia en la cola de un gato. El gato maúlla un poco, sin enterarse de lo que pasa. A la Muerte el traje de noche le arrastra por el suelo, pero no le importa ensuciarlo”. (***)

La fiesta continuó entre los acordes de una polka, donde bailaban frenéticas varias gárgolas, cinco nosferatus y un homúnculo. La Dama se quedó dormida para siempre sentada en su sillón episcopal, bajo sus pies estaban regados unos pergaminos. Incansables y sin dejar de tejer, dos tarántulas le cerraron los párpados. El reloj de péndulo dejó de funcionar. La neblina azul metálico abandonó la estancia, sus retazos dejaron un reguero de escarcha.

En vano amenazas Muerte,
cerrar la boca de mi herida
y poner fin a mi  vida
con una palabra inerte.
¡Que puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera! (**)


Coatzacoalcos Veracruz, Día de los Fieles Difuntos 1993
(*) Título de un filme de Juan Luis Buñuel
(**) Décima muerte, poema de Xavier Villaurrutia
(***) Aventura con la Muerte de fuego, cuento de Maruxa
           Vilalta




LLOVIZNA DE SILENCIO

En una noche inmensamente silenciosa como pocas, donde no se escuchan ni el barullo del viento, ni el rumor de las olas que terminan por desaparecer en la playa.

Una joven mujer camina con dos niñas, una de cada mano. Al fondo el viejo faro continua  con su rutina de siempre.

Esta es la portada del cuarto libro de María de Lourdes,  LLOVIZNA DE SILENCIO, que en su poemario SANTUARIO DE VERSOS, nos obsequia 21 poemas inusitados, trabajos en verso libre signados con la cruz de la esperanza y la belleza de los amaneceres. Propuestas que poseen cuerpo y alma porque fueron gestadas mientras la autora escuchaba la música de Massenet y ponía a buen recaudo el lirismo más puro que es el inspirado por el amor.

                    Por mi ventana
                      el viento rodaba

Escribe Lulú, pero el viento tranquilo de las noches entraba por una ventana y salía por otra llevándole ecos de otros vientos, de distancias remotas, de sortilegios para bordar sus poemas, y así poder escribir:

                     Tuvo que ser primavera
                     porque miré la rosa,
                     porque me hirió su espina,
                     porque lloré rocío
                     y en la fértil pradera
                     germiné junto a ti.

Pero también se permite hacer juego de palabras para recordarnos la imposibilidad de la negligencia:

                     ¿Recuerdas…
                      que olvidamos recordar
                      nuestros recuerdos?

Lulú es una poeta forjada lentamente en el yunque de las sensaciones nobles, acrisolada en la luz de la esperanza, protegida por el sentimiento de amistad que la une con la vida.
De su poema Llovizna de silencio, me permito escribir lo siguiente:

La marea lenta, llena de silencios y susurros, que maneja María de Lourdes con sus dedos y las fibras del corazón, tienen una directriz fijada desde que la luz es luz y el agua de mar es infinita. El viento sopla para que todo navegue y el calor saque a relucir los misterios de una piel que no ha perdido la capacidad de asombro, y el sol se esconda en invierno y los sueños sean rapsodias que se repiten en los silencios más profundos. En el mapa privilegiado de la escritora, existen mundos, cielos, estrellas que son alfabetos, lunas, y las estaciones del año cambian de primaveras a otoños. Pero es aún más, porque el cierzo del norte, sólo se cubre con el manto nocturno de los sueños.
Esta marea lenta regurgita en ocasiones, pero María de Lourdes no pierde el timón, y con brazos ondulantes desciende a ese mar que es madre y mausoleo infausto, ahí puede contemplar cardúmenes, cetáceos perdidos, mustios habitantes que se mueven con una rapidez inusitada.

La propuesta de la creadora es infinita, no existe borrasca que la detenga ni tempestad que la limite en la búsqueda inagotable del oscuro objeto del deseo, la llovizna es el plano, y el silencio convertido en lirismo, el más hermoso estado de gracia de María de Lourdes.


Coatzacoalcos Veracruz julio de 2012


EL ESPECTÁCULO

La mujer leopardo se arremolinó sobre su propio cuerpo. Un bostezo de fastidio marcó el final de la función. Afuera de la barraca se colgó un letrero donde se leía la palabra: CERRADO.

Me colé entre bastidores por debajo de unas cajas de madera. Arrastrándome llegué hasta la jaula. Sin hacer ruido, levanté la cortina poco a poco. Debajo de una nube de mosquitos dormitaba la cautiva. En ese momento llegó el domador, blandió el látigo, se descalzó las botas, se quitó la ropa y desnudo se acercó a la fiera. La mujer leopardo parpadeo y nuevamente cerró los ojos. Si movió la cola debió haber sido imperceptible su esfuerzo. El domador metió las manos a través de los barrotes, y sin temor acarició el lomo afelpado de la fiera. Su cara se descompuso mientras se tallaba contra la jaula. Un rugido de dolor me sacó de mi ensimismamiento.
Esa segunda función me dejó un enorme vacio en el corazón. Salí deshecho, con los puños en los bolsillos, ignorando aún si el bramido lo vomitó el hombre o la bestia.

Después de muchos años, todavía recuerdo el tristemente célebre espectáculo, de la mujer que se convirtió en felino, por morder la mano del hombre que le prodigó su amor.




Coatzacoalcos Veracruz, abril de 1994

RETRATO DE DAMA CON SOMBRERO

Berenice se golpeó la frente tratando de recordar,  juraba haber visto a ese hombre en algún lado. Mentalmente pasó revista de aniversarios, bautizos, galas y pompas fúnebres.


El hombre de la chaqueta gris volteó para tomar una copa de champagne del servicio que pasó a su lado, discretamente mordisqueó un panecillo con caviar y sin perder la compostura se limpió los labios.


Decidida al fin después de tantos titubeos, se levantó para saludarlo. En ese instante, se desprendió una cortina de lava hirviendo. El acercamiento no fue posible, el hombre impecable estaba rodeado de fuego.

Imagen: Kees van Dongen

IMÁGENES DE MI PUEBLO

Para Liliana del Rivero

I
He caminado muchos senderos. Cuando descanso la luna me guiña un ojo. Viejo calzado lleno de recuerdos. Ayer te vendieron en un mercado del pueblo. Tu historia me sabe a polvo. Si te dijera lo que me contaron.



II
En mi caja de zapatero remendón tengo guardadas mis esperanzas. No existe negligencia. Es que a veces los ojos se me llenan de agua y los suspiros se me atoran en la garganta.

III
El sol me ha doblado la espalda. Los zapatos me sacaron ampollas. Soy de oficio barrendero. Mi padre fue barrendero. Mi hijo será barrendero. Pero tenemos agallas. Somos vástagos de un mismo Dios.


Julio de 1993


NI UN MINUTO MÁS NI UN MINUTO MENOS




Si me quieres
no me recortes
quiéreme toda
o no me quieras.

Dulce María Loynaz



La felicidad me saludó como todas las mañanas, con la puerta en las narices, en todo caso, por la pluralización,  debo tener más de dos órganos del olfato.

Dubitativo y con mi apéndice de hebreo, rosa escarlata y adolorido, pensé, la susodicha felicidad se toma el privilegio de la rectitud, ni más allá ni más acá. Sin pensarlo dos veces, esa misma felicidad me arrancó el corazón con sus dedos de hielo.

Todos piensan que la felicidad es como la pintan, pero no, a veces asemeja un cuervo graznando encima de tu cabeza, otras veces un lebrel con el hocico lleno de espuma.

En ocasiones, la felicidad dicta tu estilo de vida; si te acostaste enojado puedes tener pesadillas; si lloras en silencio, es un cólico de amor dolido. Muchas veces puedes bailar con ella a pesar de tener un cuerpo de espantajo.

La felicidad es un guiño, una burbuja efímera como un suspiro, un hálito de bosque que se evapora, unos labios ansiosos por besarte, un heliotropo que fallece cuando el sol se oculta.

Siempre ha sido así, por los siglos de los siglos, amén.


Marzo de 2008

QUERER QUE NUNCA TERMINA