Buscamos el amor
Eurídice, esa diminuta luciérnaga que arde y se apaga incansablemente.
Anoche dormí cobijado
por tu sueño húmedo, higuera mutilada que derrama leche ebria por sus peciolos
abiertos, mientras tardíamente conjugamos juntos el verbo incendio.
Abramos el armario
Eurídice, posiblemente el amor este arrumbado entre juegos de cajas chinas,
abanicos de sándalo, cucharitas de plata, manteles con encaje de Brujas; oculto
entre lepismas, palisandros y lacas.
Mientras nos besábamos,
el amor forzó la cerradura de bronce, ahora puede estar libre y perdido en las
esquinas de tu dormitorio, que es ataúd y útero al mismo tiempo.
Tu sombra percude los
espejos empañados, deteriora las
ventanas cerradas y cubiertas de vaho,
dilata de asombro las pupilas. Entonces me ovillo mientras te deshojas como
lirio de agosto.
Leo a Pizarnik sus poemas me arden en los ojos, porque su
voz escrita es inmenso pájaro muerto. Entonces entiendo; el amor dolido está
entre las páginas de esta suicida, en los párrafos de su poema Madrugada:
“El viento y la lluvia
me borraron
como a un fuego, como a
un poema
escrito en un muro”.
Sus palabras Eurídice,
me lloran en el alma. Fueron vanos los intentos por encontrar el amor diluido.
Sin noticias, el verbo incendio se consumió, entonces el humo fue débil
esperanza de vida. Las cenizas volaron, ascendieron en pequeñas fumarolas,
estornudos grises entre los rescoldos de la noche.
Octubre de 2009
El texto tiene una resonancia poética en la voz del personaje.
ResponderEliminarIgnacio García
Su texto me ha parecido definitivamente excelente: es el justo medio entre la poesía y la narrativa.
ResponderEliminarJosé Antonio Duran