Dentro del sopor de
la noche, Druso se revolvió en el lecho. Tamara tomó unas tijeras y lentamente
le cortó los labios.
No se escuchaba
música de fondo, solo un lamento de susurros tristes. El tiempo pasó volando
como ave mitológica.
De entre los muslos
de Tamara brotaba un río de aguas turbulentas, majestuosas, grávidas de medusas
rojas.
Julio de 1987
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