Si
me quieres
no
me recortes
quiéreme
toda
o
no me quieras.
Dulce María Loynaz
La felicidad me
saludó como todas las mañanas, con la puerta en las narices, en todo caso, por
la pluralización, debo tener más de dos
órganos del olfato.
Dubitativo y con mi
apéndice de hebreo, rosa escarlata y adolorido, pensé, la susodicha felicidad
se toma el privilegio de la rectitud, ni más allá ni más acá. Sin pensarlo dos
veces, esa misma felicidad me arrancó el corazón con sus dedos de hielo.
Todos piensan que la
felicidad es como la pintan, pero no, a veces asemeja un cuervo graznando
encima de tu cabeza, otras veces un lebrel con el hocico lleno de espuma.
En ocasiones, la
felicidad dicta tu estilo de vida; si te acostaste enojado puedes tener
pesadillas; si lloras en silencio, es un cólico de amor dolido. Muchas veces
puedes bailar con ella a pesar de tener un cuerpo de espantajo.
La felicidad es un
guiño, una burbuja efímera como un suspiro, un hálito de bosque que se evapora,
unos labios ansiosos por besarte, un heliotropo que fallece cuando el sol se
oculta.
Siempre ha sido así,
por los siglos de los siglos, amén.
Marzo de 2008
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