Sorprendido, me
abofeteó tu imagen de vestal impropia. Tranqué las mandíbulas, los nudillos de
mis manos se amorataron con la presión y un cirio me iluminó la cara. Vomité
bilis verdosa, amarga como el sabor de tus labios. No deseaba verte nunca más.
Estabas vestida con la pasión más antigua del hombre. Quise cercenar tu imagen
pero no encontré navajas para hacerlo.
Veracruz, octubre de
2005
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