En lontananza, paso lentamente las yemas de mis dedos por tu espalda. Esa amplia superficie de piel desnuda, abierta, libre de ataduras como la inmensidad de un cielo límpido.
Acariciando tu dermis expuesta, rememoro
los momentos de paz que me produce el vivir contigo, compartiendo día a día y a
cada instante la bitácora de nuestra historia.
Soy una vieja raíz fibrosa, barbuda, que
crece quedamente dentro de tu cuerpo para hacerme indispensable. Te amo y te
necesito tanto, que mi existencia no la concibo sin ti. Vivo detenido en el
germen verde del tiempo que pasamos juntos. Cuidándote. Oliendo quedamente el
eco que perdura durante tu sueño.
Esa vieja raíz ha madurado, y ahora mi
corazón es una gladiola encarnada en el interior de tu pecho. Somos tú y yo al
unísono, regidos por el metrónomo del amor. Somos sístole y diástole.
Se consolida el tiempo de nuestras vidas.
Abrazados nos fundimos como nube de luz que se desfasa. Somos labios que al
entreabrirse callan.
José
González Gálvez
Coatzacoalcos,
septiembre de 2020
Imagen: Alexander Traugot
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