Empieza como una acuarela, de tonos delicados y tranquilos, florecidos de bruma. Jugadores de futbol sobre la playa de Positano, una muchacha a caballo, ese “caballo ocre…lo monta una muchacha rubia, la crin del caballo y la melena de la muchacha son del mismo color, los lomos y la piel del mismo color, la muchacha cabalga y levanta subes de arena del mismo color: el mar es ocre como ellos…”.
Pero esto es demasiado frágil, es frágil y
se rompe; la playa quieta y dulce de Positano abre un mundo al que rodean los
fantasmas de una infancia, las quimeras, las perrerías de una memoria, de una
vida, la muerte. Al final de Zona Sagrada
se vuelve a encontrar una imagen de muchacha a caballo, igualmente bella pero
desgarrada, tergiversada, como si la muerte, que se agazapa suave y muda en la
sombra de la vida, surgiera al fin a pleno sol: “cuando sueño, sólo veo a una
muchacha muerta al lado de mi caballo muerto en una playa muerta”. Leyendo al
escritor mexicano Carlos Fuentes, se piensa en este poema chino:
La vida es la risa
en los labios de la
muerte.
“Nosotros sabemos que el sueño
es la fotografía de la muerte”, escribe también Fuentes. El sueño y su cortejo
de fantasmas no dejan de atormentar a los vivos. La intrusión inagotable de la
memoria y de los sueños en la vida caracteriza el mundo de Fuentes, quien, al
mismo tiempo que su novela Zona sagrada,
acaba de publicar en Francia una compilación: Cantar de ciegos.
Francois Bott
Le
Monde, París Francia.
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