I
Me
parece increíble haber vislumbrado la espalda de Tarcila. Ahora puedo dejarme
ir en paz. Jamás mis ojos verán de nuevo tal magnificencia. Es tan perfecta la
geografía de su torso desnudo, la tersura de su piel aduraznada, la intensidad
de sus omoplatos, el arco de su cuello, sus cabellos color miel olorosos a
lavanda. Quiero imaginar también las columnas dóricas de sus piernas ocultas
por la sábana de satén, sus muslos opulentos, la curvatura delicada de sus
nalgas. Complacido, mi retina captó su silueta engarzada en ese ámbito de luz
azul agua de mar, su imagen de vestal satisfecha. Por siempre en mi conciencia,
en mis sueños, en mi vigilia. En todo mi ser la figura de Tarcila, en el calor
de la entrepierna, en el tímpano de mi cólera secreta.
II
Si
tengo que recordar el homenaje al amor, invariablemente vienen a mi memoria las
figuras de Drusila y de Ivette, las delicadas púberes de las playas encantadas.
Las dulces primas con piel de melocotón, cabellos de oro viejo y cuerpos
estilizados con movimientos de grullas. Las niñas de pies desnudos, olorosos a
jazmines, veloces y pequeños como peces ciegos. Tendría también que recordar
sus besos tenues, inocentes, ensalivados, sus primeros besos de ninfas
caprichosas, y sus caricias de miel, de seda, de alas de mariposa. Evocar los
suspiros que me negaron, la humedad, el rocío de sus lirios, la ambrosía del
momento. Si tengo que recordar a las niñas de mis ojos, no me bastaría la
memoria, el laberinto de mis pensamientos, todo el fragor de mi apetito
desmedido.
III
Aquel
baño de luz líquida, luz de ópalo y manzana. Luz de luz Giannina, baño de oro
en tu espalda, en tu piel dorada, en tu cabellera trenzada. Rememorando el
paisaje de tu cuerpo desnudo en el pulso de la tarde. Abierto a la vigilia, a
los pensamientos sofocados de silencio. Luz ámbar atrapada en la vegetación
olorosa a sándalo de tu sexo. Luz trémula Giannina, claridad que me acompaña
siempre, esplendor inverosímil en tus manos, en la pulpa de tus pechos, en el
incendio de tus cabellos rojos. Luz de luz Gianinna, luz vidriada en tus
párpados, en tus pupilas, en el bisel de tu mirada. De por vida Giannina
entregado a ti en el perfil ligero y pálido de tu nariz, en la tenue densidad
de tus labios, en la confluencia polinizada de tu abrazo.
Diseño de portada: Liliana Lerma de la Torre
Fotografías: David Hamilton
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