Una noche, en una fiesta en su departamento de la
calle de Duero me conminó, la voz muy alta:
-¡No te compares con tu tía de sangre! ¡No
te compares con tu tía de fuego! ¡No te atrevas a aparecerte junto a mí, junto
a mis vientos huracanados, mis tempestades, mis ríos! ¡Yo soy el sol,
muchachita, apenas te aproximes te carbonizarán mis rayos!
Al día siguiente, a la una de la tarde,
sonó el teléfono. Era Pita como la fresca mañana:
-¿Eres feliz, corazón?
Le dije que sí, que mucho. Entonces me
preguntó que dónde podría conseguir unos zapatos de charol con un moño en forma
de mariposa para salir a pisar la tarde antes de que a ella le dieran siete
pisotones.
En 1954, Pita me prohibió usar mi apellido
materno. Mamá y Pita son primas hermanas, hijas de dos hermanos, Emmanuel,
padre de Pita, y Pablo, padre de mamá. Ella fue la séptima de siete amores, la
última, la ultimita: Mimí, Carito, José, Elena, Inés, Maggie (Margarita) y
Pita, hijos de Emmanuel Amor y de Carolina Schmidtlein. Emmanuel Amor tuvo un
hijo de su primer matrimonio: Nacho, a quien todos llamaban “Chin”. Pita fue la
consentida, la muñeca, la de los caprichos y rabietas, la de los terrores
nocturnos, la torturadora de la nana Pepa. Era una criatura tan linda que
Carmen Amor (esposa de Chin) estrenó su cámara fotográfica con ella y le sacó
tantas fotografías desnuda, en varias posturas, que quizá por eso a Pita le
pareció natural posar desnuda para Diego Rivera. Pita siempre se vió en el
espejo, siempre se encantó viéndose a sí misma y todavía hoy pregunta con su
voz de barítono:
-¿Cómo me veo? Divina, ¿verdad?
Posiblemente en esas fotos de niña está el
origen de su exhibicionismo, la adoración por sí misma, por su cuerpo y el
exagerado cuidado que tuvo de su persona durante su adolescencia, su juventud y
los primeros años de su madurez. Si era una niña preciosa fue una adolescente
realmente bella; pequeña de estatura llamaban la atención tanto sus desplantes
como sus grandes ojos abiertos, su voz rotunda como su cara redonda y aniñada y
su pelo peinado con un chino como los “cupies” de amor: esos cupiditos que
revolotean siempre en torno a los enamorados.
De niña en la calle de Abraham González,
nunca aprendió lo que sus hermanas sabían a la perfección, las buenas maneras;
el francés lo habló por encimita, el inglés también. Nunca la obligaron a hacer
lo que no quería. Para ella no hubo disciplina, sólo pasteles. Era la chiquita,
la más bonita, la más chistosita. Divertía mucho a sus padres, a sus hermanos.
Se le ocurrían cantidad de maldades y nadie le puso el alto. Carolina
Schmidtlein pero sobre todo Emmanuel Amor ya eran grandes. Pita sólo recuerda
lo recuerda sentado al sol en el balcón con un plaid escocés sobre las
rodillas. Más tarde fue la piedra de escándalo como lo fue en la calle de
Génova junto a la iglesia de La Votiva en el Paseo de la Reforma cuando se le
antojó ir a misa de una, la más concurrida y la más popoff, y gritar en el alto
silencio de la elevación: “¿Saben, hipócritas?, tuve un aborto”.
También salía al Paseo de la Reforma,
frente al Ciro´s en la esquina del hotel Reforma a gritar desnuda bajo su
abrigo de mink: “Yo soy la reina de la noche”.
Elena Poniatowska
Editorial Terracota 2009
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