lunes, 9 de diciembre de 2013

CORAZÓN MÍO QUE ARDES DE NOCHE

Porque tú siempre existes donde quiera
pero existes mejor donde te quiero
Mario Benedetti






Tu imagen me dañó por siempre
demasiado tarde descubrí la estratagema
ya estabas dentro de mis huesos
tu sangre circulaba con la mía
tu almizcle me caló muy hondo
ya no pude escapar de la telaraña
sutilmente fuiste tejiendo mi destino.
¿Ahora qué puedo hacer con mi locura?
con mi dolor que se arrastra por los suelos
con los recuerdos que me calan muy dentro.
¿Qué debo hacer con la humedad
que se debate entre mis piernas?
con las sombras que me arrancan
las lágrimas más recalcitrantes.
¿Qué hacer con las páginas que escribí
delirante, alimentado por tu cuerpo
que ahora es una fumarola
que se extingue lentamente y en silencio?
¿Qué hacer con el aire que llena mis pulmones?
¿Qué hacer con esta sed que me rasga las entrañas?
con esta cicuta que voy ingiriendo poco a poco
con las neuronas que se destazan
en un campo de batalla perpetua.
¿Qué voy a hacer amor infinito
con este corazón mío
que únicamente arde de noche?

José González Gálvez


Abril de 2013



LA VISITA DE LA OTRA NOCHE

Tengo casi cinco días de compartir mi departamento con una mariposa agorera, llegó sin avisarme una noche lluviosa, y efectivamente esperaba un amigo para cenar. Sobrevoló un poco cuando entró Adrián portando una botella de vino tinto que estuvo a punto de tirar, tratando de quitársela porque ya la imaginaba sobre su cabeza. Se posó tranquilamente en una esquina cerca del cortinero y ya no se movió para nada. Mi invitado se marchó después de casi seis horas, y mi nueva inquilina ni se inmutó. Cerré la puerta, levanté lo de la mesa, fui a la cocina, apagué las luces, y me encerré en la recámara, esa noche dormí a pierna suelta como suelen decir.
Con el trajín diario no me acordé de mi visita inesperada, fue hasta la noche, cuando llegué al departamento que la busqué instintivamente, ahí estaba, no se había movido ni un ápice, hasta llegué a pensar que se había muerto y estaba atorada en las pinzas de la cortina. Como estaba muy cansado me fui directo a la cama.
A la mañana siguiente me estaba preparando un jugo, cuando noté que mi invitada estaba volando tranquilamente como reconociendo su nuevo entorno. Y sin prisas me acompañó durante el desayuno. Ya en confianza la bauticé con el nombre de Caliope, y creó le gustó su nuevo apelativo porque voló más bajo y muy cerca de mí. De que se alimenta, lo ignoro, de todos modos dejo por todos lados platitos con agua azucarada.
Ahora Caliope se posó en la puerta de la recámara y no se mueve para nada. Ya la observé detenidamente, sus alas extendidas son parduscas atigradas, con manchas negras y blancas, no tiene antenas, creo las perdió al chocar contra alguna pared perseguida por un depredador humano, las patas ligeramente en ángulo recto están detenidas en la madera. Ya no tengo necesidad de cerrar la puerta, se que Caliope me cuida con esmero, y créanme duermo plácidamente.

José González Gálvez


Julio 20 de 2013   

domingo, 13 de octubre de 2013

TORRE DE PAPEL

Extasiada por siempre con los amaneceres acuosos de Catemaco. En estado lánguido. Profundo.


De la vida de Irene, contada por ella misma.


Cuando Irene llegó a Catemaco tenía 18 años. Era una joven apagada, delgada, con apariencia de huérfana. Vendía legumbres en la placita del centro. Nunca se le conoció familia ni amistades. Solitaria, sentada en su banquita de madera, despachaba con lentitud sus verduras siempre frescas. 

Rentaba un pequeño cuarto de azotea al cual llegaba después de subir una amplia escalera metálica. Su casita era un pequeño pero imponente jardín botánico, una crisálida hinchada de clorofila. Los helechos crecían exuberantes, las piñanonas parecían inmensos abanicos verdes y las bromélias estallaban en insólitas flores púrpuras. También gustaba de caminar en las madrugadas por los alrededores de la laguna, sorteando toda clase de piedras volcánicas y manglares húmedos, sin alterarse por el vuelo de las garzas blancas y el alboroto de las chachalacas. Era una figura estéril, irisada por el resplandor del silencio.

Había ido a la escuela, sabía leer y escribir. En el vacío sofocante de sus tardes grises, hojeaba con delirio la única revista que se había atrevido a comprar. Era un pasquín descolorido por el uso que ostentaba el título de Confidencias. Después de una serie de consejos inútiles para la belleza, y un artículo insólito sobre las enfermedades secretas de la mujer, se podía leer una serie de anuncios, una letanía increíble ribeteada de corazones flechados:

“Hombre de 40 años, trabajador, sin vicios, no feo, busca la compañía de joven mujer, para emprender juntos un largo camino de amor con fines matrimoniales. Si tu corazón necesita de compañía y consuelo escríbeme, no te arrepentirás”. 

Antes de dormir y de leer veinte veces el mismo anuncio, guardaba la revista doblada en un cofrecito que escondía en el fondo de la gaveta del pequeño armario, le ponía candado y la llave la metía dentro de una lata que colocaba en la repisa de la esquina. Se lavaba la cara, se peinaba y se ponía un largo camisón blanco. 

Así sucedió durante quince años justos. Hasta que una noche, armada de valor escribió la carta de respuesta al anuncio del hombre amado en silencio y a distancia. A vuelta de correo, le contestó la viuda del hombre que había idealizado en un sinfín de noches húmedas, del hombre que había canonizado en un rito de palabras obscenas. Fue así como se enteró de que ellos se habían casado después de un romance epistolar, hasta que él murió ahogado de malos sueños mientras dormía. Cuando terminó de leer la misiva, un puñal de amargura le atravesó el corazón. 

Esa madrugada Irene parecía distinta. El color había desaparecido de su cara. Un viento de humillación se coló bajo su falda. Llovió toda la noche. La neblina se desparramó entre los árboles. 

La encontraron a la deriva, flotando boca abajo, carcomida por un cardumen de mojarras, cubierta de lirios y caracoles tiernos.

José González Gálvez 


Coatzacoalcos Veracruz mayo de 1992

PABLO NERUDA: FRAGMENTO DE POEMA


"Siento arder tu regazo y transitar tus besos 
haciendo golondrinas frescas en mi sueño"

       
       


miércoles, 25 de septiembre de 2013

ELENA PONIATOWSKA: FRASE


EL ESPACIO DESOLADO DE SOFÍA

Para Agustín Monsreal por su amistad




El cielo dibuja sobre las ventanas una extraña coincidencia. Yo, Eleonora, en pleno uso de mis facultades mentales…

Trato de concluir lo iniciado, pero no puedo; me siento imposibilitada para hacerlo, abúlica, herida por diminutas  pinzas invisibles.

He tomado una determinación, es imposible continuar viviendo una vida que no me corresponde. Todo ese oropel es fingido, una máscara lamentable que jamás podrá tener un final adecuado.

Tomé papel y lápiz. Escribí, ya no recuerdo cuántas horas, sin embargo, al fin pude sellar el sobre, y rotularlo con mi nombre de soltera, que dejará de existir cuando él termine de leer la carta. Imagino su reacción colérica. No la destruirá, por supuesto que no, tiene que existir una constancia para que justifique su actitud de esposo ultrajado.

Por él conocí a Sofía. Una adolescente bella como pintura renacentista.  Dijo que era una sobrina que acababa de sufrir una pérdida irreparable. Me pareció huérfana, desprotegida, humilde. Decidí adoptarla. Nos hicimos inseparables, comíamos juntas, nos bañábamos entre risas, y descansábamos abrazadas. Una mañana, cuando cortábamos fresas silvestres, Sofía me descubrió descalza. En silencio, se agachó, me tomó los pies y comenzó a besarlos poco a poco, deteniendo la lengua entre los dedos. Mientras lo hacía, la tomaba de los cabellos, los acariciaba con fruición, y cerrando los párpados me dejé llevar dentro de un vórtice de aguas marinas.

Con el tiempo, él aprendió el abecedario de los celos y en un arranque de furia, sentenció que Sofía debía irse al internado de las Ursulinas. Cuando la pequeña se marchó, medité uno a uno los sucesos, rumiando ese espacio desolado que me lastimaba igual que un cólico miserere.

Escribí toda la noche hasta dejar la carta concluida. La cerré pensando en Sofía, y me dormí de cansancio, recordando sus rizos desmadejados y sus ojos lánguidos atrapados en un cielo tranquilo.

Me levanté sin coordinar los horarios. Me lavé con jabón de sándalo cada pliegue besado por Sofía, hasta quedar satisfecha. En silencio me coloqué el vestido de raso negro, los guantes de encaje y un sobrecuello de pedrería. Me peiné durante horas y cubrí mi rostro con una mantilla española. Entre mis manos sostenía con fuerza, el pequeño ramo de azahares que use cuando novia. No me calcé, recordando las palabras de Sofía cuando  acariciaba mis pies desnudos. Entonces me sentía mareada y me dejaba hundir en un pozo salino y profundo.

Han pasado las horas, lo sé, porque desde mi lecho mortuorio de monja coronada, el cielo dibuja sobre las ventanas una extraña coincidencia.



Ciudad de Veracruz, octubre de 2005 

martes, 10 de septiembre de 2013

DE AMARILLO ES MI NEGRA SUERTE

La oscuridad es amarilla por dentro.
Francisco Hernández



El color amarillo es para mí como el lóbulo de Van Gogh. De Vincent me gusta su demencia, su pasión por los girasoles, el verse multiplicado en sus cuadros, su pintura que parece brotar como gotas de la tela.

El amarillo es mágico, paroxístico, es el polvo que cubre los pistilos, el gineceo donde duermen todos los sueños y se despiertan los encantamientos.

Algunas semillas tienen el núcleo amarillo, son embriones donde germinan las sílfides, imágenes tenues como un susurro, vestales tersas como los lirios.

De color amarillo es la piel de los hepáticos, de los enfermos incurables, de los impregnados de tedio. El dolor también es amarillo.

De amarillo esta cubierto mi sexo, y tu cuerpo frutecido en sabores ásperos como el níspero. La piel es diáfana y al tacto líquida. Con dedos de agua palpo tu epidermis, tu vello púbico, las uñas de tus dedos. Y me siento complacido.

Me quedo por siempre a tu lado, anhelante, erecto, con gemidos propios de un palúdico. Pero entre nosotros no existen brechas ni fallas telúricas. Tus coordenadas se acoplan perfectamente a las mías. Copulamos sin medida, sin relojes de sol ni brújulas de mar, y desde el fondo abismal de tus aguas marinas, el amarillo se desparrama como lava incandescente, caótica, ictérica.

Después de tantos experimentos genéticos, de utilizar sin tregua el microscopio de los sabios y la piedra filosofal de los alquimistas, logré concebir tu imagen fijada como un cromosoma amarillo.

José González Gálvez


Junio de 2004

LA GALLINA CLANDESTINA

Para Oscar Dávila Jara, por su insistencia



Por Dios que me ha causado problemas incluir a Benemérita en la lista de las plumíferas más sobresalientes. 

Sólo yo sé todos los vericuetos que he tenido que recorrer para lograr su propósito. Es tan vanidosa, tan descocada, tan gallinácea, que no puedo con ella. A veces quisiera convertirla en un buen puchero del domingo. Pero me abstengo, le podría causar un trauma que la derrumbaría por completo, bastante tiene con saberse estéril y haber alcanzado la menopausia. 

En fin, Benemérita es una emplumada opiácea, porque siempre anda como medio dormida, turulata en otra palabra. De figura compacta, pechugona, con plumaje fino, negro como ala de cuervo a pesar de ser gallina. La cola bien respingada, por ser de alcurnia como dice ella. El pico es exacto, delineado, siempre hacia abajo. Los ojos saltones como bicho raro, y la cresta de siete dientes bien marcados, tallados en aluminio puro. Sus alas inútiles son nerviosas, siempre ocultas bajo un echarpe de seda dorada con diseño de lunares concéntricos y ribeteado con estoperoles en oro viejo, que según comenta se lo trajeron de la India. 

En fin, Benemérita es una gallina exótica que se siente garza, por eso siempre está plantada en una sola pata. Estoica como veleta, eternamente atisbando la dirección de los vientos en sus cuatro puntos cardinales. Pero también puede ser falsa, porque se presupone clueca, a pesar de su esterilidad; o ciega cuando incurre en sus caprichos infantiles.

José González Gálvez 

Enero de 2009

Imagen: Jesús Reyes Ferreira 

BAJO LA TEMERIDAD DEL CIELO

   
                     Y sangre es el milagro que va en
                  las venas del aire de mi corazón
                  al tuyo.
                                                         Frida Kahlo













Ahora somos hijos de la misma Madre
sangre negra
negra sangre
fetos anudados del cuello
por un conducto flexible
de músculos lisos.
Tus manos abiertas como espejos
son azogue de plata quemada
lisa superficie
que es metal y mirada de arcángel niño.
Somos hijos de la enfermedad hecha dolor
parto afiebrado que se abrió
en dos cotiledones verdes.
Soy tu hermano
tu sombra congelada
tu sueño soñado
tu piel cuarteada
tu aliento de vinagre
tu ombligo cráter lunar
tu sexo florecido en amapolas.
Somos hermanos por el cordón umbilical
que nos rodea
Friditos que nos alimentamos de mucílago
iluminados por la vieja luna nueva.
Ahora nos tenemos los dos únicamente
frente a frente
boca a boca
abrazados entre brazos
vistos por la pupila de obsidiana
Madre piedra
Madre tezontle
Madre roca volcánica que pare incendios
embriones calcinados cubiertos de un gris recuerdo
mar muerto de sangre muerta
placenta agrietada
por grietas que sudan calcio.
Somos hermanitos enredados
por una manguera de carne y venas.
Salgamos tomados de la mano
dejemos atrás la matriz reventada
el pulso calcinado de las horas
el tren de las seis que no llega a tiempo
el sendero de sal viva que se agita y respira
el ombligo enterrado en un cementerio sin muertos
luz que brota y luego se petrifica
golondrina tatuada entre tus cejas
chupamirto pájaro insecto
colibrí que vuela y zumba.
Soy tu mirada hermano
mírame al otro lado de tu lado
Soy tu cuerpo emancipado
mitad sol atrapado en los aros de Saturno
mitad luna recién parida
por el viento estéril de Mercurio.
Somos llama que enciende y no arde
somos hijos de la misma Madre
gestados en la hora del lobo
cuando el miedo se esconde
debajo de las camas
el miedo que ya no es miedo
sino un simple guiño que se pudre
en el fastidio de las horas.
Nos amamantamos de cielo
pezón oscuro que es noche
cubierto con una sábana de luciérnagas.
Soy tu corona de espinas
tus clavos
tu costado herido
tu columna rota
tu pierna mutilada
tus lágrimas que son cinabrio amargo
como el níspero fermentado
como la uva que se hincha y revienta
como la sandía que hierve de semillas negras
como el pérsico anaranjado
que es dulce y duele morderlo.
Hermanito pintemos un cascabel
para que ruede y suene.
Una boca exangüe
unos labios palpitantes
un carmín que manche al besarse
un cráter que es lava y cenizas al instante.
Tu corazón inmaculado
árbol de la sabiduría
custodia bendita
rosario de ansiedades
sol que nace de la matriz seca.

José González Gálvez


Junio de 2008

                                                  

lunes, 8 de julio de 2013

EL SEGUNDO ESTERTOR DE LA TARDE

Qué has hecho qué hemos hecho qué hicimos
nosotras dos, tú sola por separado, separándote
de mí en cualquier momento.

Cristina Peri Rossi


Aun no terminaba la tarde cuando dos mujeres de edad imprecisa, vestidas como actrices de cine de época, entran a una sala de café, ambientada en una obsesión de intelectualidad. Sentadas junto al enorme ventanal, una frente a otra, se miran y sonríen cubriéndose la boca. Ya tomada la orden, platican quedamente bañadas por la luz cetrina que atraviesa la cristalería de la ventana. Por un momento se quedan en silencio, se saben hermosas a pesar de sus sombreros hongo, porque su belleza resplandece como luz votiva.

Marcia mordisquea una tostada de pan, mientras ve detenidamente el espacio ceñido por las luces parpadeantes del anuncio luminoso cuyas letras no vislumbra del todo. Un cigarrillo se consume en un cenicero de plata vieja. Voltea y ve a Martha. En silencio se toman de las manos entrelazando los dedos. Se miran y un calor repentino les enciende las mejillas mientras una arteria de fuego líquido les cruza la columna vertebral y Martha siente los pezones erectos, apenas visibles a través del escote en v de su blusa verde. 

Se saben cómplices y sin embargo saben también que no pueden conjugar un verbo a solas.

El cigarrillo se consume lentamente. Un abrigo colgado de la pared se desprende de momento, pero las dos mujeres, absortas, no escuchan el estropicio.

Marcia con sus labios rojos permanece callada, en silencio recuerda las claves plateadas que dejan los caracoles jóvenes en su recorrido. Recuerda al sol que la muerde involuntariamente mientras sueña con los ojos abiertos. Recuerda una fotografía gastada donde los rostros permanecen borrados y las manos ya no son manos sino garras de pájaro.

El reflejo del muro que separa las ventanas se angosta con el paso de las horas. Un mesero se acerca y recoge en silencio la vajilla de porcelana. Las facciones de las mujeres se difuminan hasta ser imprecisas. 

Martha se desanuda la bufanda y cruza las manos. Se queda en silencio mientras Marcia trata de acariciarle el rostro. Las claves de los caracoles jóvenes están descifradas. El cigarrillo consumido completamente se desbarata en el cenicero. La mano derecha de Marcia roza los labios de Martha, que gimotea desesperada, mientras sus facciones van desquebrajándose como cascarón de huevo. 

Antes de que acabara por terminar la tarde, casi anocheciendo, Martha había desaparecido. Sobre la silla que ocupaba, se encuentra ahora un reguero de escamas blancas y un olor a piel de gazapo.

José González Gálvez


Julio de 2009

Imagen: Edward Hopper


EL ÚLTIMO VALS DE LA EMPERATRIZ SIN NOMBRE

Toma este vals que se muere en mis brazos.
 Federico García Lorca

Un reguero de polvo lunar como escarcha,  cubrió todo mi cuerpo. Ahora puedo guardar celosamente las huellas de tus pisadas en el campo yerto de mi piel, tus pisadas de pies descalzos.
 Por la ceniza blanca de un volcán que acabó de erupcionar, mi pradera está desolada, como mis ilusiones que jamás volverán a crecer, igual que la higuera de la esquina. Mis esperanzas  truncas se desbarataron como estatuas de sal, a orillas de un mar muerto, un mar que permanece inerte, falto de oleaje, invisible cuando la luna destila su luz blanquecina y silenciosa.
¿Qué haré ahora con tus huellas? ¿Qué haré con mi piel cristalizada, que por sus cuarteaduras segrega miel que no es dulce? ¿Qué haré contigo hombre de hielo, con el glaciar de tu amor, con tus palabras que son agujas de agua helada?
¿Qué haré para que el aire vuele de nuevo, y las aves gorjeen en las ramas florecidas? Acaso tendré que llevar tu retrato a todos lados, para llenar de mentiras las primeras estaciones del año.
¿Qué haré para poder llorar de dolor como un títere dislocado? Porque te siento alejado, porque tu olor a colonia de naranjo ya se ha ido para siempre.
¿Qué podré hacer para girar desnuda en el campo de las astromelias y los plúmbagos? Donde me veías, y sin preocuparte de tu traje impecable me cargabas hasta la casa y me hacías el amor lentamente y me llenabas de palabras dulces como la menta.
Ahora sólo el silencio responde mis preguntas. Entonces, enroscada como anélido, lamo mis heridas, hasta que las extremidades se reproducen por encantamiento, y así,  bailo el último vals de la emperatriz sin nombre.

José González Gálvez


Octubre 31 de 2012

SOLES DE OAXACA


Para Julio Ramírez

Soles bordados en algodón tela
guajolotes pintados sobre papel amate.
¿Qué nos recuerdan los mijes cuando lloran?
En sus tierras cuarteadas por la sed
ríos de polvo que laten
en el calor de la serranía.
¿Dónde están los sueños
que esconden las abuelas bajo sus enaguas?
¿Dónde los huajes con agua fresca del río?
Son arroyos de lodo estéril
que resecan la garganta.
Oaxaca primor de filigrana
vientos lánguidos de palma y plata.
Vi tus construcciones en muro
de teja rota, de adobe,
de cantera verde cuando está humedecida.
Vi magueyes petrificados
por los minerales de la noche
bajo el comal nuevo de la luna nueva.
Vi un enorme zócalo
cruzado por eternos laureles de la India
arcos pertrechados de recuerdos
zureo de palomas tornasoles
sabor de pipían, de quesillo, de chapulines.
Sublime Oaxaca de barro negro
te soñé con fiebres de amante joven
cobijándote entre brazos firmes
como raíces de ahuehuete.
Te canté mi canto en lengua de turquesas
mi abecedario de brotes nuevos
acaricié Oaxaca, tus curvas de ocelote
bebí de tus arroyos, de las salinas,
de aguas salobres.
Vieja Antequera de conquistadores
hervor de luz
infinitura.

José González Gálvez

Ciudad de Oaxaca diciembre de 2009

COSA DE MUJERES VII

Para Carolina Guzmán Sol

Me llamo Julia, soy alta, espigada, de huesos pronunciados y una coloración aceitunada de la piel, herencia posiblemente de mis antepasados que se procrearon en una isla desperdigada de la Polinesia. Siempre visto de blanco, aún en reuniones de ejecutivos bancarios y empresarios extranjeros. Me siento cómoda dentro de mis amplias ropas de diseño único. Cristina, una amiga íntima, que tiene derecho a decirme todo lo que le venga en gana, me ruega que deje en paz esos accesorios de teatro. Pero a pesar de mi aspecto estrafalario, los hombres me buscan, y eso no puedo evitarlo. Me hace sentir deseada, y los dejo ser, como el gato que persigue al ratón, hasta conocer el final del juego.
Lo que estoy escribiendo no se trata de un diario, es la relación de hechos ocurridos desde que conocí a Jesús en casa de Cristina. No voy a reseñar su físico, porque lo verdaderamente valioso es que, desde la presentación, sentí de golpe los latidos de su corazón y el movimiento de la sangre a través de las venas. Me doblegué a su juventud y a su piel sensible al roce de mis dedos.
Nos amamos sin olvidar esquina alguna de nuestros cuerpos. De conocer sin prisas la gramática del sexo, de llegar al delirio en la eclosión del momento, y desplomarnos entre sábanas húmedas de sudor y el olor ácido del orgasmo.
Quiero a Jesús, con la necesidad imperiosa de una sed que me abrasa las entrañas. Lo necesito sabiendo de antemano, que una tarde cualquiera se irá  para siempre, y será por mi pecado, por la gula obscena de mi cuerpo, como una ciudad que crece y se pierde.
La última vez que nos vimos, estaba cubierta con un sari transparente, escuchando música de Mozart, el exquisito piano concierto número 21 en C mayor. Entró a la recámara sosteniendo entre las manos un ramo de azucenas. No pude hablar, porque el embriagante aroma de su piel, aniquiló mis sentidos. Fui a su encuentro con movimientos silenciosos y lentos como una mantarraya nadando en aguas tranquilas.
Jesús amaneció desnudo, con el cuello lacerado y cubierto de costras tiernas, en su rostro se dibujaba un rictus de dolor beatífico.
La luz se impregnó de humedad compacta. Las azucenas estaban regadas en el suelo, la música de Mozart había enmudecido, sólo se escuchaba el incesante zumbido de insectos frenéticos.
Extraño a Jesús, pero a veces existen zonas sagradas, donde el ansia encierra deseos inconfesables.

Me llamo Julia, soy alta, espigada, de huesos pronunciados y una coloración aceitunada de la piel. No recuerdo mi edad, pero por años mis antepasados se han alimentado de sangre tibia.

José González Gálvez 

viernes, 28 de junio de 2013

RAINER MARÍA RILKE (FRASE)


CEMENTERIO PERE LACHAISE

Duerme aquí, silencios e ignorado,
el que en vida vivió mil y una muertes. 

Xavier Villaurrutia



Para Angélica Carmona



Escucha, recorres la necrópolis, el magno recinto de arquitectura neoclásica. Monumento decimonónico. Urbe impenetrable, laberíntica, ordenada dentro del caos. Caminas lentamente, tropezando con volutas de niebla, acarreando un sudario de bostezos. En vigilia, con un frío inmisericorde que te corta los huesos y te lame las entrañas como medusas de hielo. Pisando las huellas de cientos de ánimas, hilachos podridos que acudieron puntuales a la cita con el péndulo.

Los árboles desnudos tienen las ramas ateridas y los troncos rugosos. Silenciosos centinelas del silencio, que perdieron las lenguas verdes y los ojos se les cayeron como castañas podridas. Las hojas secas se arrastran empujadas por el viento, dentro de un enmudecido condominio de huesos en polvo, perturbados a veces por el graznido obsceno de los cuervos. 

Bellos mausoleos de mármol y granito, resguardados por pesadas puertas cubiertas de herrumbre, profanados por la soledad, violados por la miseria del olvido. Suntuoso columbario, que guarda las cenizas frías de muchas palabras que crepitaron en los hornos del adiós. Cementerio de voces que ayer gritaron. Hoy solo son lamentos que se confunden con el ulular tranquilo del viento.

Gritó el Rey Lagarto, y su agonía en la tina de baño se confundió con el sopor dulzón de los sueños artificiales. LIGTH MY FIRE aulló Jim Morrison, y el fuego se extinguió con todo y pabilo. Bramaron de dolor los HOMBRES DE MAIZ de Miguel Angel Asturias, y su mitología fue traicionada por la dictadura atroz de los emperadores del miedo. Cantó María Callas el aria triste de la ópera NORMA, cuando el desconsuelo se volvió miedo en el refugio de su orfandad. Gritaron también Edith Piaf, Frédéric Chopin, Isadora Duncan, Amedeo Modigliani, Paul Éluard, René Lalique, George Bizet, Sarah Bernhardt, Gustave Doré, Max Ernest y Oscar Wilde, que ahora duermen arrullados por los ángeles que en invierno se cubren de muérdago.

CEMENTERIO MARINO de Paul Valéry, que en sus primeros versos menciona esas tumbas que palpitan bajo el sol de mediodía, ese panteón de sal que se desborda en los límites del dolor ajeno.

José González Gálvez


En París, una mañana húmeda de 2004

EL MALOGRADO AMOR DE SEBASTIÁN

Para Jaime Humberto Hermosillo


Un baño de luz desnudó el cuerpo sublime de Sebastián. Una luz de cuarzo líquido, opalescente luz húmeda.

Adormilado, se giró quedando boca arriba, sus pectorales lampiños oscilaban en un ritmo exageradamente lento. Sus tetillas pardas, florecieron temprano dentro del compás de un solsticio ebrio. Los pies delgados, impregnados de lavanda, de aguamiel, exhalaban un perfume dulce y animal al mismo tiempo. El cabello caía en rizos sobre la almohada, abundante cascada de ajonjolí dorado.

Vi a Sebastián soñando el sueño de los arcángeles. Diáfano en esa luz cetrina de fines de otoño. Apacible.

No lo interrumpí. Lo dejé navegando en los siete mares de la indulgencia. En la pacífica brisa que viene de occidente.

El olor de Sebastián, marcó para siempre mi frente con una cruz de dolor. Hoy, después de varios años, mi cuerpo aún sangra por un costado, y los estigmas son perpetuos como monedas de plata brilladas por la luz eterna.

José González Gálvez 


Noviembre de 2009

martes, 18 de junio de 2013

OCTAVIO PAZ : PREMIO NOBEL


BRUNO ES UN GATO QUE A VECES NOS VISITA

Para Emilia Ponce, quien como siempre tiene la razón. 


En este relato he decidido llamarme Morgana, como la bruja del simple de Arturo y todos sus Caballeros de la Mesa Redonda que siempre he sospechado fue cuadrada. Soy amante de las mitologías. Por eso decidí rebautizarme así en el lenguaje secreto de mis amigos íntimos. Mi nombre más cercano en el santoral significa: Virgen. Que fastidio. Pero amo ser Morgana este verano.

A pesar de que enarbolo con mano firme la bandera de mujer liberada, en el fondo me siento atada al convencionalismo social y a un apellido de abolengo. No puedo cortar de tajo el cordón umbilical de lo establecido. Soy ambivalente, critico pero no produzco, destruyo pero no creo. Antiguamente lectora incansable, ahora cinéfila empedernida, en una etapa anterior aprendiz en un taller de teatro, aeróbica y fisicoculturista. Vivo encerrada en mi Isla Misteriosa, en mi Torre de Marfil, soy una típica Robinsona.

Siento la noche como epidermis de felino (Felis catus), como un ejemplo de breviario cultural para este relato. Los gatos son fascinantes, fetiches necesarios en el encantamiento del amor. Los adoro cuando veo el topacio encendido de sus ojos, dos brazas oblicuas, insondables. Me enternece su ronroneo y el terciopelo atigrado de sus lomos. Amo el placer que me producen las cosas bellas, los cuerpos deseables, el sopor dulzón que persiste después de la mecánica del sexo.

De todas las mascotas que llegan a mi casa, Bruno es mi preferido, me imagino que debido a ese instinto de veterinaria de pueblo que no he podido desterrar a pesar oficio actual de mujer de negocios: business woman (traducción).

Bruno ama a Morgana. Y siento su lengüeta cálida lamiendo mis pies, su pelambre erizado frotándose contra mis piernas. Escucho sus maullidos que reclaman atención. En la ortofónica la voz de Cat Stevens con “Where to the children play” y Gato Barbieri con “Encontros”. Bruno, entrega de bostezos y miradas fijas, rodar de bolas de estambre, almohadones en el suelo y gasas en los sofás.

Bruno de mis tardes de tedio.

Bruno de mis noches de ansiedad.

Bruno de mis amaneceres plagados de recuerdos.

En la literatura contemporánea existen dos gatos relacionados con los placeres de la piel: “El gato” de Juan García Ponce y “Orientación de los gatos” de Julio Cortázar, y un excelente ensayo de Julieta Campos, sobre las apariciones gatunas en las letras: “De gatos y otros mundos”.

Ayer tarde me preguntaron quien era Bruno, simplemente les respondí: -Bruno es un gato que a veces nos visita.

José González Gálvez


Coatzacoalcos, Veracruz 1985

Imagen: Louis Wain


RAY BRADBURY: FRASE