lunes, 9 de diciembre de 2013

LA VISITA DE LA OTRA NOCHE

Tengo casi cinco días de compartir mi departamento con una mariposa agorera, llegó sin avisarme una noche lluviosa, y efectivamente esperaba un amigo para cenar. Sobrevoló un poco cuando entró Adrián portando una botella de vino tinto que estuvo a punto de tirar, tratando de quitársela porque ya la imaginaba sobre su cabeza. Se posó tranquilamente en una esquina cerca del cortinero y ya no se movió para nada. Mi invitado se marchó después de casi seis horas, y mi nueva inquilina ni se inmutó. Cerré la puerta, levanté lo de la mesa, fui a la cocina, apagué las luces, y me encerré en la recámara, esa noche dormí a pierna suelta como suelen decir.
Con el trajín diario no me acordé de mi visita inesperada, fue hasta la noche, cuando llegué al departamento que la busqué instintivamente, ahí estaba, no se había movido ni un ápice, hasta llegué a pensar que se había muerto y estaba atorada en las pinzas de la cortina. Como estaba muy cansado me fui directo a la cama.
A la mañana siguiente me estaba preparando un jugo, cuando noté que mi invitada estaba volando tranquilamente como reconociendo su nuevo entorno. Y sin prisas me acompañó durante el desayuno. Ya en confianza la bauticé con el nombre de Caliope, y creó le gustó su nuevo apelativo porque voló más bajo y muy cerca de mí. De que se alimenta, lo ignoro, de todos modos dejo por todos lados platitos con agua azucarada.
Ahora Caliope se posó en la puerta de la recámara y no se mueve para nada. Ya la observé detenidamente, sus alas extendidas son parduscas atigradas, con manchas negras y blancas, no tiene antenas, creo las perdió al chocar contra alguna pared perseguida por un depredador humano, las patas ligeramente en ángulo recto están detenidas en la madera. Ya no tengo necesidad de cerrar la puerta, se que Caliope me cuida con esmero, y créanme duermo plácidamente.

José González Gálvez


Julio 20 de 2013   

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