Toma este vals que se muere en mis brazos.
Federico García Lorca
Un reguero de polvo lunar como escarcha, cubrió todo mi cuerpo. Ahora puedo guardar
celosamente las huellas de tus pisadas en el campo yerto de mi piel, tus
pisadas de pies descalzos.
Por la ceniza
blanca de un volcán que acabó de erupcionar, mi pradera está desolada, como mis
ilusiones que jamás volverán a crecer, igual que la higuera de la esquina. Mis
esperanzas truncas se desbarataron como
estatuas de sal, a orillas de un mar muerto, un mar que permanece inerte, falto
de oleaje, invisible cuando la luna destila su luz blanquecina y silenciosa.
¿Qué haré ahora con tus huellas? ¿Qué haré con mi piel
cristalizada, que por sus cuarteaduras segrega miel que no es dulce? ¿Qué haré
contigo hombre de hielo, con el glaciar de tu amor, con tus palabras que son
agujas de agua helada?
¿Qué haré para que el aire vuele de nuevo, y las aves
gorjeen en las ramas florecidas? Acaso tendré que llevar tu retrato a todos
lados, para llenar de mentiras las primeras estaciones del año.
¿Qué haré para poder llorar de dolor como un títere
dislocado? Porque te siento alejado, porque tu olor a colonia de naranjo ya se
ha ido para siempre.
¿Qué podré hacer para girar desnuda en el campo de las
astromelias y los plúmbagos? Donde me veías, y sin preocuparte de tu traje
impecable me cargabas hasta la casa y me hacías el amor lentamente y me
llenabas de palabras dulces como la menta.
Ahora sólo el silencio responde mis preguntas. Entonces,
enroscada como anélido, lamo mis heridas, hasta que las extremidades se
reproducen por encantamiento, y así, bailo el último vals de la emperatriz sin nombre.
José González Gálvez
Octubre 31 de 2012
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