Un
alarido, un aullido, mitad horror, mitad triunfo,
como solamente puede brotar del infierno.
Edgar Allan Poe: El gato negro
Había determinado regresar a las escolleras después de mi
caminata vespertina. Fue una decisión que me tomó por sorpresa. Nunca me
imaginé que una aparición tan fugaz determinara mi destino. Fue de momento,
como un flashazo cuando vi una manada de pequeños gatos ocultándose entre las
enormes rocas grises.
Volví en la
noche para buscarlos, les llevaba alimento para poder localizarlos. Eran casi
las diez. Tuve que sobornar al vigilante para poder pasar. Ya había colocado la
gruesa cadena que impedía la entrada. Hacía frio, el viento helado me golpeaba
el rostro. Las enormes luminarias parpadeaban y a lo lejos los buques
permanecían inmóviles. Las olas chocaban necias contra las rocas. Un rumor
sordo inundó el ambiente. Llegué hasta el faro, su luz monótona cambiaba de
rojo a verde. La pequeña puerta metálica que en la tarde estaba cerrada, ahora
permanecía abierta. Me acerqué para preguntar si alguien se encontraba dentro.
Un maullido
potente se coló entre mi piel y comencé a temblar. La oscuridad, como un enorme
gato negro se abalanzó sobre mí. No me dio tiempo ni de gritar.
José González Gálvez
Coatzacoalcos, junio 20 de 2019
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