Los gatos son esos seres suaves, ondulantes, crueles y tiernos, siempre imprevisibles, solitarios y nocturnos que introducen en nuestro mundo cotidiano el ámbito de lo desconocido. Los otros mundos, espacios secretos e incomprensibles que nuestro mundo niega para poder asegurarse cierta invulnerabilidad, la protección de las cuatro paredes de un pequeño universo doméstico y sin sorpresas, son por su naturaleza misma indescriptibles. ¿Cómo hacer, entonces, para cercar un tema tan evasivo, resbaladizo y esotérico?
Apoyadas las dos patas delanteras en el
tronco de un árbol de corteza casi desgajada, de copa amarilleada por el otoño,
recibiendo las gotas de lluvia que derrama una sola nube de tormenta,
ligeramente amenazadora, en la superficie superior del cuadro, un gato helecho
nos mira con pupilas verdes e inmóviles.
El gato helecho de Remedios Varo comparte la naturaleza vegetal, pasiva,
receptiva, femenina de esas plantas que proliferan en la humedad y en la sombra
y se extienden como los hongos, los musgos y todas las especies de vegetaciones
parásitas. Ha dicho Octavio Paz que Remedios Varo no pinta el mundo al revés
sino el revés del mundo y es ese revés del mundo, precisamente, el que sugiere
la mirada abismal de los gatos. Cuando aparece lo fantástico en lo cotidiano
rondan los gatos. Son ellos nuestro contacto con todo lo que es imaginario,
inasible, insondable e inaccesible. Por eso hay tantos gatos en los recintos de
especulación fabulosa que nos entreabre Remedios Varo. Gatos de hojas secas,
gatos híbridos que son un poco mujeres y un poco lechuzas, gatos que saltan
bruscamente sobre mesas con manteles puestos e introducen el desorden, que
traen al interior de los cuartos cerrados un aire extraño y fantasmal, que al
ser acariciados despiden chispas por un inusitado artilugio eléctrico; gatos
que asoman la cabeza por huecos abiertos en el piso, que vienen de otra parte,
de quién sabe dónde, que nos miran con una mirada procedente de algún lugar
fuera del cuadro y aun fuera del mundo, desde el principio de la creación, con
la impasividad de una esfinge.
Obsesión del tiempo, presencia de lo
inmemorial, de lo antiguo, del alba de la conciencia y del fin de todas las
cosas. Testigos privilegiados de la vida y de la muerte.
Julieta Campos
Siglo XXI Editores 1968
Imagen: Remedios Varo
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