sábado, 1 de noviembre de 2014

POR SIEMPRE OCTAVIA

Te vi distinta Octavia, ahí, despatarrada sobre el sofá de muaré gris perla. Desnuda, mostrándome tu sexo pequeño como molusco de nácar. La luz te daba directa, pero acostumbrada a tu actitud de maniquí, continuabas insoportablemente quieta, con tu rostro de cera, tus cejas perfectamente depiladas, tu mirada angostada como gata persa y tus labios entreabiertos, dispuestos a una fellatio sublime.

Te soñé junto a mi cuerpo, pródiga, saturada de almizcle. Desperté bañado en sudor, deshidratado, con la garganta seca, incapaz de pronunciar tu nombre.
Las sesiones de fotografía eran extenuantes, bajo un horario insoportable. Pero tú permanecías fresca, con tu cabellera rizada encendida en fuegos fatuos, con los pechos turgentes y tus muslos, columnas jónicas de prístino alabastro. La exposición debía montarse para fines de octubre, trabajábamos con ahínco desde hacía dos meses, aún faltaban varias tomas, pero lo más difícil era el revelado, capturar la nitidez de tu piel en el espacio limitado de una habitación vacía.

-Alejandro –me dijiste.
-¿Pasa algo?
-Estas sudando muchísimo, tienes la camisa empapada.

Octavia tu voz me diluye, me desquicia. Te deseo en todo momento y me conformo con sobarme los genitales para no ladrar y devorarte a besos. Terminamos por hoy, te vistes con lentitud, pensando cada movimiento, levantando tu ropa con una parsimonia caso ofensiva. Las bragas minúsculas que apenas ocultan tu boscaje, la falda de gitana ridículamente larga, la blusa transparente y escotada, las sandalias, el turbante. Te invito a cenar y me rechazas, te propongo ir a bailar y me callas con tu silencio. Te marchas envuelta en tu chal de gasa, con el ruido de una docena de pulseras de plata y el olor penetrante del pachuli.

-Quiero que me retrates con el rostro cubierto con una máscara africana. La diosa de la fertilidad –Sonreíste.
Tu voz Octavia, me deja sin palabras.
-Por favor con un alcatraz entre los brazos. Una cala magnífica como las que pintó Tamara de Lempicka.

Octavia si me pidieras los ojos te los daba.
Esa noche te sueño nuevamente. Dormida. Levitando sobre el mar de aguas inquietas, un oleaje casi embravecido, rugiendo sin cesar. Tu nombre me cierra la garganta.

Continuamos gastando cientos de película bajo el calor insoportable de los reflectores. Tomas, poses, movimientos lentos, espaldas, torsos, piernas. Clic, clic, clic. Canon de Pachelbel a todo volumen. No hay horarios. Octavia quédate así, no te muevas, abre más los labios, baja los párpados, las manos en el cuello, voltéate, la cabeza de lado. Así, así.

-Alejandro, estás sudando de nuevo. Quítate la camisa, te puede hacer daño. ¿Por qué tiemblas?
-¿Puedo pedirte un favor? Déjame mirarte.
-Tonto, mi miras todo el día a través de una lente.
-Abrázame.
-No empieces Alejandro. Soy modelo profesional, no puta de banqueta.
-Octavia, déjame tocarte.

Puedo ser un idiota, un jodido fotógrafo clasemediero, ambulante, de feria de pueblo; pero lo que no puedo negar es que estoy emperrado por ti hasta el tuétano.
-Alejandro, me ofrecen un comercial para Appleton Special. Con el salario podría salir de algunas deudas.

-¿Aceptaste?
-No yet, but I think…
-No trates de disculparte en otro idioma. Tómalo, te conviene.
-Pero las fotografías, la exposición.
- Por ti puedo esperar hasta el día del Juicio Final.

Quiero olvidarte pero no puedo, y me siento tan lastimado. La noche irrumpe con prisa y no quiero soñarte, me debilitas. Aprobaste el casting para el estelar de un mediometraje. Ahora te veo en las pantallas grandes, flotando en el espacio de una noche infinita.

Mañana me voy a Valle de Bravo. Tengo fotos pendientes. San José Purúa, Catemaco, Tabasco. Esta por publicarse un libro. Trabajo fascinante, buena paga. Por el momento es suficiente.
Por conseguirte Octavia, te busqué un amante, un joven impetuoso, “un macho hermoso, acostumbrado a causar placer” fiel descripción de la sublime Antonieta Rivas Mercado. Pero el experimento no resultó, lo despediste en un abrir y cerrar de labios. Entonces busqué a una mujer, una matrona de tetas magníficas dispuesta a continuar amamantándote. Pero tampoco surtió efecto. Desesperado, te conseguí un viejo proxeneta, pero me mandaste al carajo.

No entiendo, busco tu felicidad para que yo pueda sentirme feliz. Poco sé de los desórdenes menstruales y ese altibajo de hormonas que desbaratan el carácter de las mujeres, pero una cosa te digo, no logro entenderte.
Te encuentro y eres estatua de sal que aún no ha volteado a verme.

Casi no me hablas, te concretas a cumplir tu trabajo con una disciplina espartana que a veces me asusta por la severidad de las reglas que te impones. Existe un enigma que no logro desentrañar. Mírame Octavia, me muerto por besarte. Sonríes como maja consciente de su belleza, eres concubina, tehuana, sirena, prima ballerina, novicia, marquesa. Posas todas las noches y te sueño nadando en un mar sin límites. Ayer descubrí parte de tu secreto: temes enamorarte.

-El trabajo antes que nada –Dijiste.
-Eres un ángel que perdió sus alas en una ciudad sin voces.
-No te burles Alejandro. Soy una mujer que ama su trabajo y su salario, una mujer de carne y hueso, con errores, muchos defectos y falta de sueño. Si pudiera dormir para siempre.
-No sabes lo que dices.
-No puedo dormir. Me paso la noche caminando en silencio como aparecida.
-Yo sin embargo me paso la noche soñándote. Si supieras. Te veo entre mis brazos durmiendo después del placer.
-El placer es un vaso con agua mineral helada y tres gotas de jugo de limón.
-Octavia, juegas con mi amor.
-Así de simple Alejandro, tu detrás de las cámaras, yo aquí posando. ¿Ves? Así de simple.
-Demasiado cruel.

Ahora no puedo dormir pensando que tú tampoco duermes. Hemos perdido la capacidad de razonar. Prendo la televisión, la apago. Enciendo un cigarrillo, se consume entre mis dedos. Abro la ventana, siento frío. Cierro la ventana, hace calor. Naufragamos Octavia, convertidos en rocas como imágenes de Magritte. La amargura es un mar dolido.

Estoy desnudo, recostado en un sofá de muaré gris perla. Jugando a la ruleta rusa con una vieja pistola que ignoro si está cargada. Mientras tú Octavia, en el lugar donde te encuentras corres todas las cortinas sin prisa, hurgas entre tu enorme bolsa de húngara hasta encontrar un pequeño sacapuntas. Sonríes con dolor. Intuitivamente te tocas los labios resecos con la yema de los dedos.

-Así de simple Octavia. Los dos somos cómplices de nuestro destino.

Noviembre de 2008


No hay comentarios:

Publicar un comentario