sábado, 1 de noviembre de 2014

EL CANTO RONCO DEL CHOTACABRAS

La noche profunda se alumbró con las pocas luminarias que aún quedaban de pie; la calle permanecía insólitamente siniestra, abanicada por las ramas de las casuarinas. No había transeúntes. Ahí me había citado Anastasia, -se puntual- me dijo, -once y media, avenida de los frailes número 666- Las enormes casonas coloniales parecían deshabitadas; de los balcones derruidos, los pedazos de cortinas se mecían regidas por el viento. Un chotacabras con su canto ronco, se escondió entre las tejas  contiguas.  

La aparición repentina de Anastasia  me heló del susto, tardé un momento en reponerme, inclinado, deteniéndome las rodillas que cloqueaban como desatadas de sus ligamentos. Cuando pude contenerme quise reprocharle, pero mi amada me lo impidió poniendo un dedo largo, huesudo e increíblemente helado a pesar del calor del trópico, me tomó de la mano y me condujo a través del portón abierto de la casa contigua, cruzamos el patio que antaño debió haber sido un jardín hermoso, quise encender una lámpara de mano, pero nuevamente mi bella guía me lo impidió. Subimos lentamente los escalones y nos internamos en un laberinto de habitaciones que olían a rancio, nos encontramos con un montón de baúles de diferentes tamaños y en la última recámara una cuna de latón. Ahí me soltó la mano   entumecida por el frío. Se acercó lentamente como si levitara y sacó de la cuna un ropón amarillento que besó con delirio. Lo colocó nuevamente dentro de la cuna y se acercó a mí, con aliento glacial me dijo –no lo olvides, Dios en su infinita misericordia nos permite regresar, aunque el pueblo piense que son cosas del innombrable- Me dio la espalda. Salió al balcón y su figura se confundió con las cortinas que flotaban empujadas por una corriente de aire. Escuché nuevamente el sonido ronco del chotacabras. Cuando me acerqué al pretil Anastasia había desaparecido, dos ladrillos flojos se soltaron y cayeron a la calle. Regresé sobre mis pasos deteniéndome del barandal podrido. Para poder salir hube de sortear varias dificultades, pues las habitaciones me llevaban de regreso a mi punto de partida. Cuando por fin llegué al portón lo encontré cerrado. Traté de abrirlo pero estaba atorado, comencé a golpear con fuerza, recuerdo que también grité. Por fin me abrieron dos indígenas muleros que me veían azorados.

     -Pos que hacía ahí Patrón, ¿No sabe que en esa casa espantan?-

Septiembre de 2013


  

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