sábado, 8 de noviembre de 2014

LA TENTACION DE SAN GERONIMO Y MELISENDA

Lo último que Melisenda vio antes de perder la cabeza, fue el vuelo de un ángel en el aciago día de sus miserias.
Su desgracia fue haber conocido a San Jerónimo, un hombre que se había quedado ciego por alcanzar la santidad en vida y la bendición de poder hablar con Dios cuando caía en éxtasis.
Lo conoció en laudes y a partir de ese momento no volvió a tener sosiego, jamás pudo borrar de la memoria su figura adelgazada por el ayuno perpetuo, sus pies de mártir y su cara afilada por la gloria del Espíritu Santo.
Desencajada, se consumía por dentro. Consiente de su culpa no podía dormir, tampoco escuchaba las homilías pues cubría sus oídos con bolas de esparto. No comulgaba, y a solas utilizaba el cilicio anudado a la cintura y los horcones de madera sobre sus hombros.
Pero nada le daba descanso, todo sacrificio le resultaba inútil. Prisionera de los amores en discordia, no podía olvidar la figura de San Jerónimo. Lo imaginaba desnudo, con la piel cubierta de cicatrices, pero con las extremidades firmes a pesar de su cuerpo de estilita, y poseedor de una fortaleza descomunal para los quehaceres del placer.
San Jerónimo la vio a pesar de sus ojos apagados como dos piedras lustradas por los años, y en ese brevísimo instante, la sintió como oveja extraviada del rebaño. Se acercó y la tocó con sus manos que habían perdido la habilidad del consuelo desde hacía muchos años. Consiente de su transgresión y sin intentar hacer nada para impedirlo, acercó sus labios resecos a la boca de Melisenda. Una nube de miércoles de ceniza cubrió los cielos a perpetuidad.
Esa noche sin brillo, Melisenda se vio vista por cientos de ojos negros incrustados en los árboles sin hojas. Angustiada por su imprecación trató de cortarse las venas, pero su piel había adquirido la dureza de los fósiles.
Los feligreses querían quemarla en leña verde.
-Sacrilegio- vociferaban.
-Blasfemia- y las mujeres histéricas se cubrían los pechos con espinas.
-Abominación- Un coro de voces estallaba como petardo.
San Jerónimo envilecido, se desgastó lentamente en el hervor de su pecado de animal en celo.
Cuentan que Melisenda vivió con un vitriolo goteándole en las entrañas. Vivió hasta los 180 años cocinándose en la penitencia de tener una flor carnívora entre los muslos consumidos. Antes de perder la cabeza vio un ángel senil revoloteando sin orientación entre la noche sin límites.



Diciembre de 2008

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