Te vi distinta
Octavia, ahí, despatarrada sobre el sofá de muaré gris perla. Desnuda,
mostrándome tu sexo pequeño como molusco de nácar. La luz te daba directa, pero
acostumbrada a tu actitud de maniquí, continuabas insoportablemente quieta, con
tu rostro de cera, tus cejas perfectamente depiladas, tu mirada angostada como
gata persa y tus labios entreabiertos, dispuestos a una fellatio sublime.
Te soñé junto a mi
cuerpo, pródiga, saturada de almizcle. Desperté bañado en sudor, deshidratado,
con la garganta seca, incapaz de pronunciar tu nombre.
Las sesiones de
fotografía eran extenuantes, bajo un horario insoportable. Pero tú permanecías
fresca, con tu cabellera rizada encendida en fuegos fatuos, con los pechos
turgentes y tus muslos, columnas jónicas de prístino alabastro. La exposición
debía montarse para fines de octubre, trabajábamos con ahínco desde hacía dos
meses, aún faltaban varias tomas, pero lo más difícil era el revelado, capturar
la nitidez de tu piel en el espacio limitado de una habitación vacía.
-Alejandro –me
dijiste.
-¿Pasa algo?
-Estas sudando
muchísimo, tienes la camisa empapada.
Octavia tu voz me
diluye, me desquicia. Te deseo en todo momento y me conformo con sobarme los
genitales para no ladrar y devorarte a besos. Terminamos por hoy, te vistes con
lentitud, pensando cada movimiento, levantando tu ropa con una parsimonia caso
ofensiva. Las bragas minúsculas que apenas ocultan tu boscaje, la falda de
gitana ridículamente larga, la blusa transparente y escotada, las sandalias, el
turbante. Te invito a cenar y me rechazas, te propongo ir a bailar y me callas
con tu silencio. Te marchas envuelta en tu chal de gasa, con el ruido de una
docena de pulseras de plata y el olor penetrante del pachuli.
-Quiero que me
retrates con el rostro cubierto con una máscara africana. La diosa de la
fertilidad –Sonreíste.
Tu voz Octavia, me
deja sin palabras.
-Por favor con un
alcatraz entre los brazos. Una cala magnífica como las que pintó Tamara de
Lempicka.
Octavia si me
pidieras los ojos te los daba.
Esa noche te sueño
nuevamente. Dormida. Levitando sobre el mar de aguas inquietas, un oleaje casi
embravecido, rugiendo sin cesar. Tu nombre me cierra la garganta.
Continuamos gastando
cientos de película bajo el calor insoportable de los reflectores. Tomas,
poses, movimientos lentos, espaldas, torsos, piernas. Clic, clic, clic. Canon
de Pachelbel a todo volumen. No hay horarios. Octavia quédate así, no te
muevas, abre más los labios, baja los párpados, las manos en el cuello,
voltéate, la cabeza de lado. Así, así.
-Alejandro, estás
sudando de nuevo. Quítate la camisa, te puede hacer daño. ¿Por qué tiemblas?
-¿Puedo pedirte un
favor? Déjame mirarte.
-Tonto, mi miras todo
el día a través de una lente.
-Abrázame.
-No empieces
Alejandro. Soy modelo profesional, no puta de banqueta.
-Octavia, déjame
tocarte.
Puedo ser un idiota,
un jodido fotógrafo clasemediero, ambulante, de feria de pueblo; pero lo que no
puedo negar es que estoy emperrado por ti hasta el tuétano.
-Alejandro, me
ofrecen un comercial para Appleton
Special. Con el salario podría salir de algunas deudas.
-¿Aceptaste?
-No yet, but I
think…
-No trates de
disculparte en otro idioma. Tómalo, te conviene.
-Pero las
fotografías, la exposición.
- Por ti puedo
esperar hasta el día del Juicio Final.
Quiero olvidarte pero
no puedo, y me siento tan lastimado. La noche irrumpe con prisa y no quiero
soñarte, me debilitas. Aprobaste el casting
para el estelar de un mediometraje. Ahora te veo en las pantallas grandes,
flotando en el espacio de una noche infinita.
Mañana me voy a Valle
de Bravo. Tengo fotos pendientes. San José Purúa, Catemaco, Tabasco. Esta por
publicarse un libro. Trabajo fascinante, buena paga. Por el momento es
suficiente.
Por conseguirte
Octavia, te busqué un amante, un joven impetuoso, “un macho hermoso,
acostumbrado a causar placer” fiel descripción de la sublime Antonieta Rivas
Mercado. Pero el experimento no resultó, lo despediste en un abrir y cerrar de
labios. Entonces busqué a una mujer, una matrona de tetas magníficas dispuesta
a continuar amamantándote. Pero tampoco surtió efecto. Desesperado, te conseguí
un viejo proxeneta, pero me mandaste al carajo.
No entiendo, busco tu
felicidad para que yo pueda sentirme feliz. Poco sé de los desórdenes
menstruales y ese altibajo de hormonas que desbaratan el carácter de las
mujeres, pero una cosa te digo, no logro entenderte.
Te encuentro y eres
estatua de sal que aún no ha volteado a verme.
Casi no me hablas, te
concretas a cumplir tu trabajo con una disciplina espartana que a veces me
asusta por la severidad de las reglas que te impones. Existe un enigma que no
logro desentrañar. Mírame Octavia, me muerto por besarte. Sonríes como maja
consciente de su belleza, eres concubina, tehuana, sirena, prima ballerina, novicia, marquesa. Posas todas las noches y te
sueño nadando en un mar sin límites. Ayer descubrí parte de tu secreto: temes
enamorarte.
-El trabajo antes que
nada –Dijiste.
-Eres un ángel que
perdió sus alas en una ciudad sin voces.
-No te burles
Alejandro. Soy una mujer que ama su trabajo y su salario, una mujer de carne y
hueso, con errores, muchos defectos y falta de sueño. Si pudiera dormir para
siempre.
-No sabes lo que
dices.
-No puedo dormir. Me
paso la noche caminando en silencio como aparecida.
-Yo sin embargo me
paso la noche soñándote. Si supieras. Te veo entre mis brazos durmiendo después
del placer.
-El placer es un vaso
con agua mineral helada y tres gotas de jugo de limón.
-Octavia, juegas con
mi amor.
-Así de simple
Alejandro, tu detrás de las cámaras, yo aquí posando. ¿Ves? Así de simple.
-Demasiado cruel.
Ahora no puedo dormir
pensando que tú tampoco duermes. Hemos perdido la capacidad de razonar. Prendo
la televisión, la apago. Enciendo un cigarrillo, se consume entre mis dedos.
Abro la ventana, siento frío. Cierro la ventana, hace calor. Naufragamos
Octavia, convertidos en rocas como imágenes de Magritte. La amargura es un mar
dolido.
Estoy desnudo, recostado
en un sofá de muaré gris perla. Jugando a la ruleta rusa con una vieja pistola que
ignoro si está cargada. Mientras tú Octavia, en el lugar donde te encuentras
corres todas las cortinas sin prisa, hurgas entre tu enorme bolsa de húngara
hasta encontrar un pequeño sacapuntas. Sonríes con dolor. Intuitivamente te
tocas los labios resecos con la yema de los dedos.
-Así de simple
Octavia. Los dos somos cómplices de nuestro destino.
Noviembre de 2008