¿Cuándo tu voz sonora
herirá mis oídos delicada?
Juana Inés Ramírez de Asbaje: Liras
Para Alberto Gironella: In memoriam
Volví a casa
porque me dijeron que Reina Mariana había muerto. Eso me dijeron, por eso
volví.
Me sentía desolada. Vacía. Esperando
eternamente tus palabras. Anoche, ya entrado el horario de los sueños, te soñé,
pero no eras tú, era otro con tu máscara, tus ademanes, tu olor y tus pasos
firmes resonando en los pasillos.
Me dijeron que murió de soledad. Olvidada.
Que se quedó sentada en la sillita china de la estancia. Cosida de telarañas
desde los ojos hasta los pies, incubando comejenes y pequeñas iguanas verdes,
con la cabellera reseca manchada de guano de estorninos.
Leo el periódico todos los días pero no
encuentro noticias que me hablen de ti. Corro al escuchar el silbato del
cartero que nunca se detiene ante la puerta. Desconozco tu paradero. A veces
pienso que nunca existimos, que tanto tú como yo somos víctimas de un
ilusionista. Te busco en el aroma de mi piel macerada de recuerdos, en el
sonido de la lluvia que amenaza con parecer diluvio, en los espejos donde
tantas veces nos vimos desnudos de cuerpo entero.
Falleció sin edad anotada en el registro de
la historia. Cuando llegué a verla, el vuelo de cientos de estorninos me cubrió
de humedad. Esperé paciente a que la amortajaran sobre un lecho de juncia.
Llevaron una sábana de lino, aceite perfumado, un cepillo y un hilo infinito de
perlas engarzadas. Reina Mariana recuperó por un momento su belleza terrenal.
Lleno de miedo toqué sus labios fríos y violáceos.
He llegado a prescindir de alimentos. A
veces tomo un poco de líquidos. Agua destilada, algún zumo, jarabe de fruta.
Pero es inútil, porque comprendo sin remedio que mi verdadera sed eres tú. Tú,
esperándome como siempre en la cama para jugar el juego de los amores
clandestinos. Tú recién bañado, con el cuerpo oloroso a jabón de pastilla, a
lavanda, a maderas turcas.
Nadie sabe si murió pidiendo ayuda. Todos le dimos la
espalda. Cuando me fui, cerró puertas y ventanas. Pero alcancé a verla por el
ojo de la cerradura. Su imagen de angustia, se me clavó profundo en la cavidad
derecha del corazón. La soñé varias noches hasta que su figura marchita
desapareció entre los mil apuntes de la rutina diaria.
Te espero con la mesa puesta, la bata en el
armario y las pantuflas cerca del sillón. Sentada en la sillita de la estancia,
erguida, fumando un cigarrillo mentolado. Esperando como todas las noches.
Entretejida en las trampas de un ritual falso. Obsesionada con tus palabras que
ahora me suenan huecas, y tus caricias que me parecen absurdas. Quiero gritar
tú nombre mil veces para decirte que te perdono todo: los engaños, las
injusticias, la violencia. Quiero rasgarme el pecho para sangrar el veneno de
tu recuerdo. Quiero que olvidemos todo y empecemos de nuevo.
Me dijeron que Reina Mariana murió
esperándome. Firme en su postura de monarca
sin reino. Adelgazada por un hilo de luz perpetua, difuminada hasta la
eternidad por el vuelo de cientos de estorninos enloquecidos y el ruido
monótono de hélices en desorden.
José González Gálvez
José González Gálvez
Noviembre de
2000
Imagen: Alberto Gironella
Imagen: Alberto Gironella
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