Todos hemos experimentado
alguna vez la sensación, pero nos ha faltado la palabra ideal para nombrarla.
Hablamos entonces de una nostalgia que duele hondo, algo así como un quejido
fantasmal que corre por las venas y se instala en el tuétano para recordarnos
las ausencias marinas que nos habitan. Los portugueses, que en esto de navegar
los mares de la tristeza poética tienen callo de almirantes, bautizaron a esta
inquietante sensación como saudade.
Cuando una persona es
invadida por la saudade, lo mejor que
contrae es un inmenso deseo de escribir poemas. Cada poema no es ya, pues, algo
que leemos, sino concretamente una cosa que nos pasa y que nos duele, que
enciende los fuegos más recónditos del alma. Los poemas son, por tradición, un
canto triste, de textura quimérica y extensión oceánica. La saudade es una sensación que nace,
crece, se reproduce y se estremece a partir de un silencio solitario y
estruendoso. Acaso el más sonoro de todos los silencios en mitad del más terso
de todos los naufragios.
Xavier Velazco
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