Para Alba Malpica.
La Mar Océana en la
placidez de su extensión, regurgita olas pardas como lomos de manatíes que se
soñaron sirenas. Todo es calma, pero no silencio, porque el rumor de la mar es
continuo, pausado, rítmico, en un vaivén de oleaje perpetuo. No existe infinito
porque no existen fronteras que puedan contener una mar tan grande en un
planisferio de navegante.
De pronto la
tranquilidad se ve rota por una arteria eléctrica. Un despliegue de luz anuncia
la presencia de la divina serpiente emplumada, que se ondula y se busca a sí
misma para morderse la cola, encerrada en un fonograma de chirimías y timbales.
La tormenta
fosforescente se calma, la serpiente con plumas de quetzal se pierde en el
cielo interminable. Asciende convertida en estrella.
La mar vuelve a la
calma hasta que se ve interrumpida por tres enormes casas flotantes que
despliegan sus velas como alas de gaviota. Son las carabelas que traen de otro
continente a los hombres blancos y barbados, a los coalli prometidos, a la peste, a la guerra.
Imperturbable, dentro
de su majestuosidad de astro, la divina serpiente espera.
José González Gálvez
Coatzacoalcos Veracruz 2008
José González Gálvez
Coatzacoalcos Veracruz 2008
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