Severine terminó de
leer el penúltimo capítulo de la novela, y después de cerrarlo se quedó
pensativa, inquieta supuso que toda esa lectura bien podría tratarse de una
burla del destino, o que tal vez todo fuera una equivocación. No podía imaginar
que el contenido revelara en forma tan cruel la trama exacta de su mente febril
y enfermiza. Dócil como acostumbraba, ni siquiera se movió para que Pierre no
sospechara de su inquietud, para que su angustia creciente no la delatara. En
la chimenea el fuego estaba por extinguirse, sintió frio y su piel se erizó por
los poros, abierta, suplicante. El la miró amoroso, complaciente, y ella solo
pudo devolverle una sonrisa forzada. Recordó nuevamente la novela, inquieta no
quiso saber el desenlace, y en un giro la arrojó a las últimas llamas. Pierre se asustó, pero acostumbrado a
la actitud de su esposa, no le dijo nada. Severine lo deseó en ese mismo
momento, lo deseó con un hambre carnal, quería que Pierre la tomara entre sus
brazos y la estrujara con fuerza, que le rasgara la blusa y le pellizcara los
pezones, pero no, él estaba fuera de todo movimiento que significara violencia.
Lo tomo del brazo y en silencio se fueron a acostar. Esa noche Severine soñó
con Buñuel.
José González Gálvez
José González Gálvez
Coatzacoalcos Veracruz
febrero de 1980
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