Al llegar al tercer piso, entramos en una inmensa habitación
destinada a los niños, donde, esparcidos por todas partes, se veían centenares
de juguetes descompuestos y rotos. Lucrecia se acercó a un caballo de madera
inmovilizado en actitud de galope, a pesar de la edad, que debía frisar en los
cien años.
ILUSTRACIONES
DE
MAX ERNST
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