domingo, 30 de agosto de 2020

SOR JUANA HOY

 


El siglo nos regala dos nuevas apariciones de Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana: la sor Juana de Octavio Paz y la sor Juana de Ofelia Medina. Rebelde a su época y atrapada por el siglo, descarnada y feminista antes de tiempo. Más cortesana después de tomado el velo, contemporánea y anacrónica, se desliza hacia nosotros para indicarnos la hora con el vuelo de su sombra inmóvil cayendo sobre el reloj de sol.

     Nuevo revés; no es Ofelia quien atrae a la monja del pasado sino la monja quien la llama. Los inquisidores se alejan y los fantasmas se esfuman cuando Ofelia avanza, desvanecida y burlada, transformada en sor Juana Inés de la Cruz.

 

Warner Music México 1995

SINFONÍA DE INVIERNO



                                           Para Armando y Lulú Muñoz

 

El silencio

de los amantes

en una agonía inconclusa

en sus cuerpos de hielo.

Destruye.

Como una danza interminable

gime en los pulmones huecos

baila sobre la piel desnuda

besa los labios yertos.

 

José González Gálvez

 

Imagen: Marc Chagall

 

SAUDADES

 


La poesía de Andrés Bolaños, es o no es, la sientes o no la sientes, te compenetras en ella o te vas con un palmo en la nariz. Esto sucede porque sus poemas están en eterno movimiento, son un péndulo, un badajo, un metrónomo joven que te hincha la piel, te seduce los poros. Su numen, reblandece la epidermis y doma el ácido láctico de los músculos más reticentes. Su poesía está llena de metáforas, de vasos comunicantes que todo lo explican y para colmo lo complican; porque en el lirismo pernicioso de Andrés, los: “ojos húmedos tienen sueño” y “el calor puede arrastrar plumas de cuervo”. Su poesía duele, nació con una úlcera que nunca cicatriza; pero es un dolor gozoso que se resquebraja y renace de las cenizas como el ave Fénix mitológico. Es un dolor recalcitrante lleno de misticismo y sensualidad.

    Escribe Alberto Ruy Sánchez: “Hasta los dolores más intensos de la vida se convierten en gozo porque abren nuestra sensibilidad para el placer”.

    El pintor italiano Guido Reni, nos ofrece un San Sebastián joven, sensual, con la vista desviada hacia los cielos, implorando; con el torso de efebo atravesado por dos flechas, nimbado de gloria y colmado de voluptuosidad. Es una parábola de dolor llena de misticismo.

    También el genial pintor español, Salvador Dalí escribe en el prólogo de su novela “Rostros ocultos”, un fragmento que tal vez despeje el sentido en la pasión de los poemas de Andrés: “Porque desde el siglo XVIII la trilogía pasional inventada por el divino Marqués de Sade ha permanecido incompleta: Sadismo, Masoquismo… Era preciso descubrir el tercer término del problema, el de la síntesis y la sublimación: el Cledalismo, nombre que se deriva del de la protagonista de mi novela, Solange de Cleda. El sadismo puede ser definido como el placer experimentado a través del dolor infligido al objeto; el masoquismo, como el placer producido a través del dolor infligido por el objeto. El Cledalismo es el placer y el dolor sublimado por una absoluta identificación trascendente con el objeto. Solange de Cleda restablece la pasión normal; es una santa Teresa profana, Epicuro y Platón ardientes en una sola llama de eterno misticismo femenil”.

    SAUDADES, el quinto libro de Andrés Bolaños, nos descubre un mundo desolado, habitado por seres transparentes llenos de dolor, que buscan redimirse en el sufrimiento, son amores incomprendidos, anémicos, débiles; seres que se nutren morbosamente de su misma agonía, marionetas sin hilos, muñecos de luz sin voltaje.

     Para entender mejor el significado del vocablo “saudade” me remito al ensayo “Lisboa y los fantasmas de la ausencia” de Xavier Velazco: “Todos hemos experimentado alguna vez la sensación, pero nos ha faltado la palabra ideal para nombrarla. Hablamos entonces de una nostalgia que duele hondo, algo así como un quejido fantasmal que corre por las venas y se instala en el tuétano para recordarnos las ausencias marinas que nos habitan. Los portugueses, que en esto de navegar los mares de la tristeza poética tienen callo de almirantes, bautizaron a esta inquietante sensación como saudade. Cuando una persona es invadida por la saudade, lo mejor que contrae es un inmenso deseo por escribir poemas. Cada poema no es ya, pues, algo que leemos, sino concretamente una cosa que nos pasa y que nos duele, que enciende los fuegos más recónditos del alma. Los poemas son, por tradición, un canto triste, de textura quimérica y extensión oceánica. La saudade es una sensación que nace, crece, se reproduce y se estremece a partir de un silencio solitario y estruendoso. Acaso el más sonoro de todos los silencios en mitad del más terso de todos los naufragios”.

      Las saudades de Andrés, son fantasmas que se multiplican copulando con el tiempo y sobreviviendo al más espantoso temor de los amores en discordia. El autor escribe: “y estos fantasmas fueron de carne un día. Tuvieron piel, calor, contorno, fueron juego y sonrisa. Tuvieron nombre, edad, medida, tuvieron brazos, hombros, pecho, muslos, vello rizado para su intimidad, manos hermosas, rostro, andar, gustos, enojos… olores y humedades. Ahora pueblan los sucios rincones de la casa y se desmembran en pedazos vivos”.

     SAUDADES de Andrés Bolaños es un poemario lleno de belleza dolida, sumergido en un caldo vivo de sensaciones profanas, irredento en el flujo apabullante de nuestras arterias, donde irremediablemente uno —el lector— queda atrapado en esa vegetación insólita que se desparrama en palabras que destilan desconsuelo, pero que también festejan la ceremonia de la carne que palpita.

 

José González Gálvez

Imagen: Felipe Pérez Contreras (Philip)

PINTURA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO

 


Frida Kahlo tiene situación única, solitaria y magnífica, en el arte de México. Su tragedia hecha canto encierra pasión humana general. Se intuye, como en la buena pintura de México, que sólo en esta tierra de Tezcatlipoca se habría podido pintar así: reúne lo propio con lo gentilicio, con tan perfecto enlace que en ello reside su valor.

    Es una pintura trágica, referida siempre a su vida interior, asediada por dos o tres obsesiones primordiales, refinada y sangrienta, con delectación amarga en el dolor, para librarse de él y exaltar la vida. La autenticidad del sentimiento, de la angustia, es tan patente, que ha creado el lenguaje para su desgarrado monólogo hamletiano.

     Cuando se la ha querido asociar a otras expresiones, señalar influencias, siempre se ha equivocado el camino. En Frida Kahlo no hay influencias de nadie sino de su dolor. Algunos han recordado los retablos populares. Otros, al Aduanero Rousseau, algunas facetas del surrealismo. Han querido combinar tales ingredientes heteróclitos en una receta y explicar, como resultado, la obra intensa y breve de Frida Kahlo. Me inclino a buscar en los orígenes. Nada está más cerca de un clima radicalmente poético que estas sílabas. No hay influencia de retablos, que no la menester de alguna manera, sino la influencia de una actitud de esta expresión frente a la pintura misma. Influencia original, es decir de los orígenes; México, si es tierra del pedernal, de Coatlicue y Huitzilopochtli, también lo es del colibrí y de las muñequitas de Tlatilco.

      En el Aduanero, si vino a México, hay influencias populares. Y si no vino las hay populares, de libros de estampas y del jardín botánico. Invocar al surrealismo en el caso de Frida Kahlo, es desconocer la sensibilidad mexicana. Librarse de su angustia la encamina a reanudar sus vínculos no sólo con los retablos, sino con la viejas civilizaciones indígenas. Golpea y golpea Frida Kahlo en sus telas, como en los sacrificios humanos lo hacían los músicos sobre los teponaxtles: se sacrifica y sus preocupaciones monocordes caen como sangre sobre los ojos. Se desgarra y grita su pasión, sus ansias maternales, su amor por Diego Rivera, su vida explosiva que transcurrió sobre una silla de ruedas. Lo único que no hay en Frida Kahlo es literatura.

      Su obra es visceral, un parto siempre. Una conquista sobre su vida, sobre la vida. Una resurrección ritual, como también un sacrificio. En todo lo suyo hay no sé qué de placentario, de muñón sangriento, de terráqueo y fisiológico. Podríamos decir, para explicarnos su singularidad, que usa los pinceles como cuchillos de obsidiana. Así pinta Frida Kahlo: su autobiografía adquiere dimensión humana general. Esta obra es nuevo testimonio de que la plástica de México se cumple por muchos caminos. Se ha asociado su inspiración con algunas formas oníricas, precisamente por ser tan directa y tan sencilla, que quien no conozca cómo Frida Kahlo vivió su pintura, y que su pintura es su vida más recóndita, creerá que piensa en fantasías nostálgicas y crueles.

       Frida Kahlo logró con su canto vencer la vida, que en parte le fue deshecha. La reconstruyó con su dolor.

         Me ha apasionado seguir el cordón umbilical que anuda la obra de Frida Kahlo con la corriente oscura de la sensibilidad mexicana, con la más popular y espontánea, como en la ironía de los corridos (como aquél de Rosita Alvírez, que en la mañana trágica “estaba de suerte: de tres tiros que le dieron, no más uno era de muerte”), en los retablos y la juguetería popular, las cartas de anatomía de la escuela, los judas de cartón, los telones de los fotógrafos de las ferias, sobre todo en aquella macabra y sonriente que surge en torno al Día de los Muertos. Gratuitas son muchas de las asociaciones que se le han descubierto. Su pintura, inmersa en sí misma, se rebela dentro de una hiperestesia que puebla con sueños y monstruos amados su soledad, hasta romper el aislamiento a que se vio obligada.

       Pocos ejemplos en México de mayor sinceridad, de mayor altura en el sollozo. Sin su obra, que es resurrección cotidiana, se habría ahogado en sus propios ojos, que siempre vieron hacia dentro. Queda en mi memoria como algo de lo más real y realista de México, dentro de su tragedia que es la nuestra, porque es la criatura humana la que alienta en su pintura, lejos de toda escuela, lejos de toda tendencia, sin interesarle fijar fantasías, sino liberar su dolor, su obsesión de la muerte, su fuerza vital, que su espíritu encendió en su cuerpo golpeado por el destino.


Luis Cardoza y Aragón

Ediciones Era 1974       

  

PERDIDOS EN LA TRADUCCIÓN

 

 


“Michael K. Schuessler nos lleva al sueño mexicano de excéntricos y famosos forasteros que dejaron su huella en este lado de la frontera y se llevaron las cicatrices cómplices de sus alturas y abismos. Vidas intensas y curiosidades que arrebatan el aliento lector.” Mónica Lavín

 

“Igual que los cinco personajes incluidos en este atractivo libro, Michael K. Schuessler se dejó seducir por México y lo mexicano.  Cada  relato —todos basados en acontecimientos reales— recrea sus sueños, miedos y secretos más íntimos.” Elena Poniatowska

OTRO POEMA DE ISABEL FRAIRE

 


El agua

huyendo y regresando

llena de despojos

las grutas submarinas

 

una larga hoja verde

gira sobre sí misma

va y viene

 

criaturas oscuras

de ojos alucinantes

se ocultan debajo del coral

 

animales informes

o de formas extrañas

se arrastran

                  giran

                           ruedan

avanzan ondulantes

 

las aguas luminosas

                    hipnotizantes

                             danzan

MUJERES DE MÉXICO



  A Luz Souza, Mamá de Cuqui, Antonio y Gema.

 

Las manos recogen una bolita de masa, la aplanan y luego palmean una y otra vez rociándola con el agua de cal. La tortilla va y viene, —vuelo pequeño de una mano a la otra—, y cuando está delgadita, en su punto va a dar al comal para cocerse en pan nuestro de cada día. El palmoteo resuena en todas las calles, en todos los pueblos, en todas las ciudades, como un lenguaje secreto cuyas sílabas van condensándose en pequeños mundos. Las tortillas, pequeñas lunas de maíz, calientes como soles, porque también allí se han amasado los rayos, redondas, círculos que comienzan y terminan en todos sus puntos, son la vida y el rescoldo del hogar. Al engendrarlas, suavizándolas entre sus palmas, las mujeres amasan su propia gallardía, su recia mansedumbre.

    Según la leyenda, las mujeres hicieron de maíz al primer hombre. Cogieron tantita masa, así, en el hueco de la mano, le fueron dando forma, y poco a poco surgió un muñeco. De maíz hicieron su carne. La tarea no fue fácil. Vieron con desencanto, aquella informe masa no estaba bien, sino que se caía, se amontonaba, se ablandaba, se fundía. Al principio la cabeza no quería moverse. El rostro quedábase vuelto a un solo lado, la vista estaba velada. Y las procreadoras molían la carne del hombre entre sus dientes para galvanizarlo.

      Por fin, resolvieron lanzar los granos de maíz para que se asieran, se ajustaran, y, erguidos como una mazorca, formaran al hombre. Entonces y sólo entonces, el pobrecito hombre se endureció y logró sostenerse en pie bajo la predicción del encantamiento. Las robustas mujeres recurrieron a las Palabras Mágicas y a la ayuda del Abuelo, de la Abuela, del Antiguo Secreto y de la Antigua Ocultadora. Para que el hombre construido, el hombre moldeado, el hombre maniquí cobrara vida se llamó a los antiguos. Presenciaron la germinación el Maestro Mago del Alba, el Maestro Mago del Día, la Pareja Procreadora, la Pareja Engendradora, el Gran Cerdo del Alba, Los de las Esmeraldas, Los de las Gamas, Los del Punzón, Los de la Verde Jadeíta, Los de La Resina, Los de los Trabajos Artísticos, la Abuela del Día, y la Abuela del Alba. Más tarde se invocaron los espíritus para que le metieran al hombre tantito sentido en la cabeza: “¡Venid a picar ahí, o Espíritus del Cielo!”

      Así como en el Popol Vuh, el maíz servía y sirve, por la disposición que presenta después de ser arrojado, para predecir el porvenir, así vislumbró la mujer a su hombre de maíz, a ese hombre que todos los días come tortilla con sal.

      De pequeño, cuida que sus manos no se sequen, de que suficiente humedad y sangre habiten su cuerpo, de que sus mejillas se redondeen como frutos y sus miembros se compriman para fortalecerse. Con su niño de la mano, nombra las cosas de la tierra y bajo su voz, los árboles crecen altos, el aire sale de viaje, las barrancas se profundizan, el follaje se hace más espeso, las palmeras y los tamarindos dejan caer sus semillas y las hierbas son curativas porque ella lo ha decido así.

       Y como todas las mujeres del mundo, le dice al verlo ya crecido: “¡Ahora tú serás mi sostén, mi nutridor, mi invocador, mi conmemorador!”

       Con la yema de los dedos le enseña a deshojar la caricia y más tarde a descubrir la trascendencia de las rosas. Sus manos enlazan en la noche otras manos, y de pronto florecen. Envuelven como la hiedra, rozan apenas; musgo dócil, rodean; dos brazos de agua impalpables. Vuelan los dedos henchidos de savia; desatan todos los nudos, y el vientre ya no es vientre sino una rosa de fuego. El hombre balbucea entonces, las primeras palabras: “Mi tierra pequeña, mi agua, mi yerba, mi surco, mi cosecha, mi amor”.

       De la maternidad, esa inmensa herida que viene de muy dentro desgarrándolo todo en su camino, brota una paloma de ternuras que más tarde mecerá entre sus brazos: un niño con encías rosas, labios también de rosa, uñas pequeñísimas; conchas de mar, blanco pecho de espuma, párpados pesados de vida anterior, transparencias de alba.

      La mujer anciana, la que no puede amamantar, se comprime y se empequeñece. Como una nuez, las arrugas la surcan. Se dobla en dos —pasita, vulnerable por dentro—. Vuelve a ser niña, allá en el rincón de la casa, pegada a la pared. Solitaria, en la oscuridad recuerda sus chiquillerías; cómo corría por el monte, cómo barría y regaba la entrada del patio, y después, el huso y la rueca, la cuchilla de hilar y el darle gusto a su marido.

      A la hora de la muerte, balbucea el primer y el último llamado: “Mamá”. Entonces, se inclinan los hijos hacia ella y la arrullan para adormecerla.

                   La niñita, criaturita,

                   tortolita, pequeñita,

                   tiernecita, bien alimentada.

 

                  Como un jade, una ajorca,

                  turquesa divina,

                  pluma de quetzal,

                 cosa preciosa,

                  la más pequeñita,

                 digna de ser cuidada

                 tierna niña que llora

 

Elena Poniatowska

Revista Artes de México 1959

Fotografía de la portada: Bernice Kolko

lunes, 24 de agosto de 2020

LAUDATORIA PREMIO NOBEL 1990 : OCTAVIO PAZ

 

 

Por una apasionada escritura con amplios horizontes, caracterizada por la inteligencia sensorial y la integridad humanística.

 

LAUDATORIA PREMIO NOBEL 1982 : GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

 


 

Por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto  de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente.

 

LA COLUMNA ROTA

 

                                                        


 Para Frida Kahlo, In memorian

 

Aunque tus heridas rezuman

                                          lágrimas

y tu corazón suplique piedad

mantente firme.

Enaltece tu dolor

tamiza tus amarguras

enarbola el apostolado

                                 del martirio

pero mantente firme.

Deja que la tierra se agriete

y que los cielos sean un

                                 cúmulo de borrasca

que tu matriz aborte

                     ilusiones truncas

pero mantente firme.

Si tu cuello se cubre

                    con espinas

mientras tus piernas giman de agonía

y la columna brote

                      adolorida

mantente firme.

La sierpe emerge de

                      tu cuerpo

como vegetación enloquecida.

a ti acuden los cervatos

los monos y

                     los loros.

Por siempre el prodigio de

                                tus manos

creó el espectáculo maravilloso

                                              de la vida.

Mantente firme con tus pinceles

con tus lienzos y contigo

                                misma.

Frida alma transparente

sublime dualidad de mujer y

                                             de artista.

contrapartida rotura desenlace

mantente firme hasta que la marea baje.  


José González Gálvez 

JERARQUÍA DE PRICIPIOS

 

Supongamos que el verdeaguamar

se localiza en tu matriz de jade

en tus cotiledones abiertos como libro

en la quintaesencia

de tu luz linterna mágica.

Supongamos que no eres diosa

sino prostituta

que tu rin verde malaquita

festonea el carnaval de los horarios.

Hay marea baja

en el trópico de la cabra

licor de barlovento

almizcle penetrante de potranca brava.

Supongamos que tu cuerpo

es de fibras vegetales

de yute henequén agave

que tu clítoris es pistilo

botón de adormidera.

Supongamos que el verdeocéano

de tu mirada

señala el nadir de los amantes

es el sitio del encuentro

equinoccio cuarto creciente

ruedatarde brújula embrujada.

 

José González Gálvez

 

Imagen: Catrin - Wels - Stein

  

EL ÚLTIMO GUAJOLOTE (FRAGMENTO)

 


Toda esta agua en la cual se fundó Tenochtitlan, las múltiples lagunas que nos rodeaban, los ríos que nos humedecían, eran una bendición. El valle de Toluca donde nacía el río Lerma era el más rico, el Lago de Texcoco una valiosa fuente de aprovisionamiento, y mientras los sabios aztecas hicieron diques para evitar en época de lluvias las inundaciones, Enrico Martínez, que ahora tiene su calle, inició durante la Colonia la desecación del Lago que no trajo sino calamidades porque nos resecamos como arenques, como pescado bacalao, como monjas con bigotes, y el polvo giratorio de las tolvaneras nos llenó de piedritas el alma y nosotros que éramos volátiles no supimos migrar como las golondrinas o los chichicuilotes que ahora solo quedan en el recuerdo.

     —¿No tomarán chichicuilotitos vivos? —cantaba doña Emeteria.

  —¡Mercarán pollos! —voceaba el pollero con sus mareados e infelices pollos asomando su pescuezo de pollo por las rendijas del huacal.

     —¡Vivos o cocidos los chichicuilotitos! Mercaráaaan chichicuilotitos!

     No los alcancé a ver, los guardo en las litografías de la imaginación aunque mejor fuera tenerlos en las de Linati. A los que sí conocí es a los guajolotes de la Navidad que desde el 1º. de diciembre recorrían la Colonia del Valle a pie. Empujados por su dueño que los apuraba y los mantenía juntos con un mecatito amarrado a un palo, atravesaban la calle frente al rojo camión Colonia del Valle-Coyoacán y los motores rugientes. Primero eran numerosos y sacudían su moco y su cabeza interrogativamente. Yo sentía que no entendían y estaban preguntando algo a lo cual nunca tuve una respuesta (porque nunca he tenido una respuesta para nada). Quién sabe en dónde los resguardarían en la noche, pero echaban a andar al amanecer y desde la ventana podían verse sus lomos lustrosos de plumas pachonas y el rápido y sorpresivo rojo de su garganta así como su voz que se venía en cascada y permanecía en el aire durante muchas horas después de su partida. Para el día 24 quedaban pocos despertando sospechas, quizá tres, y el campesino de calzón de manta amarrado a los tobillos agitaba su mecate contra ellos. “No —le decía la señora— ya está muy corrioso, a éste ni los zopilotes van a querer entrarle. Se imagina cuánto no habrá caminado desde que empezó el mes.” El dueño no lo imaginaba, lo había pastoreado día tras día sobre el asfalto negro y caliente como comal ardiendo y al rato el guajolote había dejado de mirarlo para que no le viera la vergüenza en los ojos. Sólo gritaba cada vez más lastimeramente. En esta ciudad despiadada no había nadie para tomarlo en brazos, nadie para acariciar su plumaje antes de meterle cuchillo, y él seguía ahí parado como idiota, apergaminándose, los músculos más endurecidos que los de Charles Atlas. ¿De qué servían los muchos kilómetros caminados y la tantísima gente con la que se había cruzado? A veces lo escogieron de entre el montón para sopesarlo, a veces, también, cuando algún perro amenazó su integridad, el amo lo cargó un rato bajo la tupida sombra de su brazo, pero la mayor parte del tiempo había sido de caminar y caminar, caminar y caminar y ni modo de decirle al dueño: “quiero quedarme parado en esta esquina para siempre.”

     —¿No tomarán chichicuilotitos vivoooos?

    

Elena Poniatowska

Martín Casillas Editores 1982

domingo, 16 de agosto de 2020

CUBIERTO DE SUEÑOS

 



Quiero hundirme en el azul desquiciante

de tu mirada.

Besar tu cuerpo

cubrirte de lluvia,

de hojarasca y de sueños.

Seguir buscando tus puntos débiles

el lento silabeo cuando duermes

las muecas de equinoccios viejos

la parcela donde mis manos cultivan

embriones de azafrán y menta.

Cuidar tus pies húmedos de lágrimas

cansados de tanto ajetreo

en el mapa oscilante

de tu deseo violento.

 

José González Gálvez

 

Imagen: Fotografía de Alicia Ahumada  

miércoles, 5 de agosto de 2020

UN POEMA DE RENATO LEDUC



UNA FRASE DE OCTAVIO PAZ


ALTAZOR POEMARIO



Altazor, publicado por primera vez en 1931 en Madrid, España, es el poema más influyente de Vicente Huidobro y la catedral lírica a cuyas Aen práctica del movimiento creacionista —una revolución de un solo hombre, pero inmenso en su talento— relata el viaje de Altazor en un “parasubidas” (paracaídas inverso que propicia el vuelo) a través de siete cantos en que se acrisolan todas las tradiciones de la hispanidad y todas las rebeldías de la Europa de principios del siglo XX. Tanto Altazor como Temblor de cielo son lecturas obligadas para cualquier persona interesada en la historia de la literatura latinoamericana y aún más: la literatura sin adjetivos y lo latinoamericano sin sustantivos.

 

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes 2009