domingo, 15 de marzo de 2020

SUEÑO



Los bostezos de la luna rielan sobre la inmensidad del mar.

José González Gálvez 

Febrero de 2020

MARY SHELLEY Y LA INVENCIÓN DE UN MITO LITERARIO


 

Existen diversos misterios alrededor de Mary Shelley (Londres, 1797-1851) y de los factores que influyeron en la escritura de Frankenstein, su libro más famoso. Hija del filósofo anarquista William Godwin y de la escritora, pionera del feminismo, Mary Wollstonecraft, creció en una realidad influida por la literatura y el pensamiento. No obstante, la verdadera aventura para escribir Frankenstein inicia en 1814, cuando conoce a Percy Bysshe Shelley, joven escritor, representante del romántico rebelde, liberal y ateo. Al ser seguidor de las ideas anarquistas de Godwin, la relación fue inmediata, a pesar de que Percy estaba casado y tenía una hija. Como buenos espíritus románticos, nada los detendría, así que decidieron irse, “escapar” de Inglaterra para encontrar la inspiración y crear arte con su pluma. Existe un dato que no se puede olvidar: se llevarían consigo a la media hermana de Mary, Claire Clairmont. El acto provocó un gran escándalo.
     En esa travesía por Europa, visitaron lugares y leyeron a los autores de la época. En un viaje por Alemania, en un lugar llamado Darmstadt, parte de la “inspiración” llegó: visitaron un castillo del siglo XVII, donde un alquimista de nombre Conrad Dippel había realizado experimentos para hallar la cura contra la muerte. Se decía que había robado cuerpos de tumbas, mezclado polvo de huesos con sangre e inyectando cadáveres con la intención de resucitarlos. La leyenda fascinó a Mary.
     Para 1814, pasan el verano en Ginebra, en compañía del poeta Lord Byron. En una noche de clima terrible, surge un reto entre los escritores. ¿Quién podía escribir la historia de horror más fascinante? Mary puso manos a la obra y produjo el borrador de lo que sería Frankenstein un par de años después. Desde el momento de su publicación, en 1818, fue un suceso.
     En ese entonces, se creía que los escritores románticos que vivían esa “Nueva sensibilidad” (como se le conocía al Romanticismo) tenían dones especiales para obtener la inspiración. Eran seres tocados por una especie de aura misteriosa que los llevaba a ser distintos del resto de las personas, lo cual era un embuste. La misma Mary declaró años después que la idea de Framkenstein le llegó en una pesadilla durante su estancia en Ginebra. Es probable que haya inventado esta historia para proteger la honorabilidad de su autoría, ya que los valores puritanos eran muy reticentes a aceptar historias transgresoras. Menos si las había escrito una mujer.
     Por otro lado, a pesar de que Mary y Percy quisieron vivir bajo las premisas del Romanticismo, la realidad llegó a cuartear sus ilusiones. Las dificultades económicas no cesaban y, en pocos años habían enterrado a sus primeros bebés. Esa relación rebelde era más una utopía que una realidad.
     En 1822, la tragedia llegó. En Italia, en la bahía de Spezia, Percy murió ahogado. El golpe fue devastador para Mary. Sin embargo, nada la detuvo y pudo escribir tres novelas más, Valperga, Matilda y El último hombre. Fue también una autora importante de biografías y textos enciclopédicos.
     A Mary le debemos también que la literatura de Percy Shelley no cayera en el olvido, pues ella se dedicó a compilarla y buscarle publicación.
     Frankenstein es más que la primera novela de ciencia ficción o una terrorífica historia gótica. Es un mito literario que cifra las principales inquietudes de la humanidad. Existe un creador que deja en desamparo a su creación y ésta debe hacerle frente a una sociedad que lo rechaza por su aspecto. Él sólo quiere compañía, respuestas, un poco de felicidad. La quiere, la exige, pero el creador, ese doctor “Dios”, se la niega. En este relato enloquecido, Mary pudo representar las preocupaciones existenciales que el ser humano lleva cargando durante siglos.

Abraham Miguel Domínguez
Revista Capitel 2020
Universidad Humanitas

LAS NIÑAS BIEN (FRAGMENTOS)


 


¿Quién examina a los yupis, a los fresas, a las niñas de la Ibero, a las que traen una bolsa Hermes, un traje Chanel, un perfume Dior y se derrumban como la Cenicienta después de las doce de la noche porque en vez de Nueva York dicen Nueva Yor? ¿Quién camina con zapatos Gucci y llega tarde a presentaciones y conferencias y se conquista al público obviamente guadalupano con su intervención graciosa y desparpajada? ¿Quién se peina como un paje y siempre tiene una palabra de trigo dulce para los demás? Es fácil adivinar que se trata de Guadalupe Loaeza que ahí viene estupendamente vestida, llena de proyectos y de entusiasmos, envuelta en las noches tibias y calladas de Veracruz, el hastío es pavorreal que se aburre de luz por la tarde y Granada, tierra soñada por mí, aunque en el caso de Lupita, Granada sería París porque, Caballero de la Legión de Honor, no hay mexicana más devota de Francia que ella, después de Charles Trenet (claro, exagero, pero Guadalupe incita a los excesos).
     Las niñas bien salieron a la calle en 1987 pero ya Guadalupe Loaeza tenía más de cuatro años analizándolas en sus artículos, primero en unomásuno y luego La Jornada. Guadalupe las sacó de Las Lomas, de San Ángel y las catalogó: niña bien fresa, niñas bien, universitarias, niña bien pobretona pero con tipo de gente decente, niña bien hija de político, altanera y déspota con sus guaruras. Las “niñas bien” se ofendieron, sus papás se enojaron, los lectores se regocijaron. Por fin una visión crítica, fresca y original de quienes figuraban en la sección de “Sociales” que los domingos se transformaba en “Ensalada Popoff”. Hasta entonces, a los “trescientos y algunos más” los retrataban con mucho comedimiento los cronistas de las páginas de “Sociales” de los cuatro grandes periódicos: El Universal, Excélsior, Novedades, y el más gobiernista de todos El Nacional. Las crónicas eran anodinas y elegiacas, el Duque de Otranto, Carlos León, Agustín Barrios Gómez, Rosario Sansores, Armando Valdés Peña, reflejaban en sus reseñas un mundo plateado como la cubierta de la revista Social. Guadalupe Loaeza invirtió los términos e hincó su ingenio y su capacidad de observación en las mejillas sonrosadas de festejadas y consumistas y su análisis resultó demoledor porque era juez y parte, es decir, escribía desde dentro y enjuiciaba a su propio mundo.
     Al periodismo mexicano, Guadalupe Loaeza le aportó un estilo desenfadado, antisolemne y le dio importancia a lo que aparentemente no importa: las hombreras, las medias negras, los anteojos para el sol, ,sacadólares y la depilación de las cejas. Salió a la pública palestra a romper esquemas establecidos, irritó y llamó la atención. Rosario Castellanos era una humorista en su conversación pero no lo era en su literatura. María Lombardo de Caso, esposa de Alfonso Caso, pudo ser la Jorge Ibargüengoitia feminista pero su célebre marido la tragó y la encerró en la tumba 7 de Monte Albán. Guadalupe le dio un enfoque tan diferente a lo que suele leerse, que Las niñas bien siguen siendo, después de un cuarto de siglo, un verdadero triunfo. Guadalupe gusta mucho, la gente la llama mucho, le escribe mucho al periódico Reforma. Su contraparte, a quien llama Sofía y con la que dialoga de día y de noche, puede estar muy orgullosa. Siempre hay una intención en lo que ella escribe, no esconde nada, es muy clara y eso el lector lo agradece. Dentro del periodismo, siempre lleno de malas intenciones, Guadalupe es un soplo de aire fresco, un ramo de alcatraces, una ollita de barro de caldo de camarón que se ofrece como aperitivo, un buen tequila, y la certeza de un diálogo dadivoso y espléndido.

Elena Poniatowska
Editorial Océano de México 2010

Imagen de la portada: Pedro Friedeberg 

ESPACIO SIN TIEMPO


 


Te siento fuera de mi cuerpo
mujer sola en tu soledad
de amplios vuelos.
Estás de espaldas ocultando el rostro
entre los últimos rayos
de un viejo sol de invierno.
El aire desmenuza tus cabellos
y un amor sin límites
te brota como alas del pecho.
Sueñas con emprender el vuelo
en una parodia de arcángel joven
llevándote en el viaje
la soledad que quieres abandonar
aunque te abres las venas
en la mansedumbre de un suicidio pleno.
Te siento fuera como un reloj de péndulo
de espaldas al crepúsculo
bañada en luz sepia
como delicado bronce del medioevo.
Firme mujer sola
en tu soledad de amplios vuelos.

José González Gálvez 

CATÁLOGO DE ÁNGELES MEXICANOS




Detrás de las figuraciones de Elena Poniatowska acaba dibujándose el contorno de un ángel, un ángel caído, baldado: Jesusa Palancares, un ángel viejo, un guajolote que la vida ha apaleado; Gaby Brimer, un ángel nuevo con el cuerpo roto; Quiela Beloff, un pájaro azul atrapado en la ausencia de Diego; Tina un ángel rojo, perseguido por la pasión y la muerte en el amor, la revolución y el arte. No hay ángel más desamparado que Paulina. Todos, inclusive Mariana/Elena, son ángeles caídos, que han perdido su pureza, manchados de diferentes formas. Todas las protagonistas son ángeles caídos, especialmente las marías y las mulitas, arrojadas al vendaval del Distrito Federal.
     En esta operación de inventario, la escritora imagina a México entre la pertenencia y el extrañamiento. Su narrativa se comporta como una cámara fotográfica: “Puesto que toda foto es contingente y (por ello fuera de sentido) la fotografía sólo puede significar (tender a una generalidad) adoptando una máscara” (Barthes). En este catálogo de ángeles mexicanos la significación corre por cuenta de la mirada y el deseo de la escritora.

Carmen Perilli
Beatríz Viterbo Editora 2006