domingo, 15 de marzo de 2020

LAS NIÑAS BIEN (FRAGMENTOS)


 


¿Quién examina a los yupis, a los fresas, a las niñas de la Ibero, a las que traen una bolsa Hermes, un traje Chanel, un perfume Dior y se derrumban como la Cenicienta después de las doce de la noche porque en vez de Nueva York dicen Nueva Yor? ¿Quién camina con zapatos Gucci y llega tarde a presentaciones y conferencias y se conquista al público obviamente guadalupano con su intervención graciosa y desparpajada? ¿Quién se peina como un paje y siempre tiene una palabra de trigo dulce para los demás? Es fácil adivinar que se trata de Guadalupe Loaeza que ahí viene estupendamente vestida, llena de proyectos y de entusiasmos, envuelta en las noches tibias y calladas de Veracruz, el hastío es pavorreal que se aburre de luz por la tarde y Granada, tierra soñada por mí, aunque en el caso de Lupita, Granada sería París porque, Caballero de la Legión de Honor, no hay mexicana más devota de Francia que ella, después de Charles Trenet (claro, exagero, pero Guadalupe incita a los excesos).
     Las niñas bien salieron a la calle en 1987 pero ya Guadalupe Loaeza tenía más de cuatro años analizándolas en sus artículos, primero en unomásuno y luego La Jornada. Guadalupe las sacó de Las Lomas, de San Ángel y las catalogó: niña bien fresa, niñas bien, universitarias, niña bien pobretona pero con tipo de gente decente, niña bien hija de político, altanera y déspota con sus guaruras. Las “niñas bien” se ofendieron, sus papás se enojaron, los lectores se regocijaron. Por fin una visión crítica, fresca y original de quienes figuraban en la sección de “Sociales” que los domingos se transformaba en “Ensalada Popoff”. Hasta entonces, a los “trescientos y algunos más” los retrataban con mucho comedimiento los cronistas de las páginas de “Sociales” de los cuatro grandes periódicos: El Universal, Excélsior, Novedades, y el más gobiernista de todos El Nacional. Las crónicas eran anodinas y elegiacas, el Duque de Otranto, Carlos León, Agustín Barrios Gómez, Rosario Sansores, Armando Valdés Peña, reflejaban en sus reseñas un mundo plateado como la cubierta de la revista Social. Guadalupe Loaeza invirtió los términos e hincó su ingenio y su capacidad de observación en las mejillas sonrosadas de festejadas y consumistas y su análisis resultó demoledor porque era juez y parte, es decir, escribía desde dentro y enjuiciaba a su propio mundo.
     Al periodismo mexicano, Guadalupe Loaeza le aportó un estilo desenfadado, antisolemne y le dio importancia a lo que aparentemente no importa: las hombreras, las medias negras, los anteojos para el sol, ,sacadólares y la depilación de las cejas. Salió a la pública palestra a romper esquemas establecidos, irritó y llamó la atención. Rosario Castellanos era una humorista en su conversación pero no lo era en su literatura. María Lombardo de Caso, esposa de Alfonso Caso, pudo ser la Jorge Ibargüengoitia feminista pero su célebre marido la tragó y la encerró en la tumba 7 de Monte Albán. Guadalupe le dio un enfoque tan diferente a lo que suele leerse, que Las niñas bien siguen siendo, después de un cuarto de siglo, un verdadero triunfo. Guadalupe gusta mucho, la gente la llama mucho, le escribe mucho al periódico Reforma. Su contraparte, a quien llama Sofía y con la que dialoga de día y de noche, puede estar muy orgullosa. Siempre hay una intención en lo que ella escribe, no esconde nada, es muy clara y eso el lector lo agradece. Dentro del periodismo, siempre lleno de malas intenciones, Guadalupe es un soplo de aire fresco, un ramo de alcatraces, una ollita de barro de caldo de camarón que se ofrece como aperitivo, un buen tequila, y la certeza de un diálogo dadivoso y espléndido.

Elena Poniatowska
Editorial Océano de México 2010

Imagen de la portada: Pedro Friedeberg 

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