martes, 13 de marzo de 2018

SONETO A ELENA PONIATOWSKA



Elena, medio siglo se ha cumplido
Del primer «Lilus Kikus». Ya es la hora
De las obras completas y hoy se añora
El México que salvas del olvido.

Es demasiado México el vivido
Por nosotros y todo se atesora
En tus libros. Su luz más cegadora
Enciende nuestra noche y da sentido

A haber estado aquí por tantos años.
Sin ti este medio siglo quedaría
Sin brillo ni recuento de los daños.

Y si has hecho la crónica sombría
De Tlatelolco y el temblor, es cierto
Que hallaste el agua en medio del desierto

Y en la noche has sembrado luz de día.


José Emilio Pacheco

Tomado del Boletín anual AMÉRICA SIN NOMBRE de la Unidad de Investigación de la Universidad de Alicante.
Revista Proceso. Cultura y Espectáculos 23 de noviembre de 2013 


DIEGO ESTOY SOLA, DIEGO YA NO ESTOY SOLA: FRIDA KAHLO



      Ésa que ahora te mira es la primera de las dos Fridas.

     Queda la que pinté en las telas, la bienamada por la vida, aquélla con la que dialogarán dentro de su corazón. Nunca he conocido a una mujer más cobarde que yo, nunca he conocido a una mujer más valiente que yo, nunca he conocido a una mujer más viva, nunca una más cochina, más cabrona, nunca una tan tirada a la desgracia. Nunca debe quedarse nada sin probar. Desde mi cama, desde mis corsés de yeso, de hierro, de barro, desde la tela, desde el papel fotográfico, les digo mujeres, hermanas, amigas, no sean pendejas, abran sus piernas y no ahorquen a los hijos por venir, duerman atadas al hombro del amado o de la amada, respiren en su boca, tengan el mismo vaho; en el dolor, los movimientos son energía perdida, oigan el latir de su corazón, ese misterioso, ese mágico reloj que todos tenemos dentro.

     Odio la compasión.

     Escribí en mi diario unos cuantos días antes de mi muerte
"Espero alegre la salida y espero no volver jamás".


     Dibujé al ángel negro de la muerte.
     Viva la vida.
     Se equivocó la paloma.

     El cuerpo de Frida envuelto en llamas fue cremado el 14 de julio de 1954, mientras los asistentes entonaban La Internacional. Frida de los demonios, Frida la de Mr. Xólotl, Frida de los pinceles rojos mojados en su propia sangre, Frida la doliente, la crítica, la pícara, Frida cubierta al final con la bandera roji-negra, el martillo rojo, la hoz roja y la estrella blanca siguió siendo una comunista absolutamente apasionada en el cielo. Una Frida se ha ido, la otra queda.

        La que se va es la coyona.

     Ésta que ven ahora, yo misma, Friduchita, Friduchín, Frieda, la niña Fisita de Diego, le prende fuego a su envoltura humana, quema al Judas de cartón, lo hace lumbre, escucha con sus orejas y sus aretes cómo estalla en el cielo llenándolo de luz, asombroso fuego artificial, escucha pegada a la tierra los corridos de Concha Michel, el rasgueo de su guitarra tata chun, tata chun, oye cantar La Internacional, se queda para siempre entre ustedes, ella-yo la chingona, Frida Kahlo.

Elena Poniatowska
Ediciones ERA octubre de 2000

Fotografía: Michael Ochs



COMO UN BÁRBARO ( POEMA DE MARC CHAGALL)



Allí donde se apretujan las casas retorcidas
allí donde se empina el camino del cementerio
allí donde corre un ancho río
allí es donde soñé mi vida
Un ángel vuela por el cielo en la noche
un blanco relámpago sobre los tejados
Me predice un larguísimo camino
va a gritar mi nombre por encima de las casas
Pueblo mío, canto siempre para ti
¿Te gustará este canto?
De mis pulmones surge una voz
llena de pena y de cansancio
Pinto siempre por ti
Flores, bosques, gentes y casas
Como un bárbaro coloreo tu rostro
Noche y día te bendigo





LAS ALZADAS DE CEJA DE MARÍA FÉLIX (FRAGMENTO)



Allí está, blanca y negra, negra y blanca, como reina de baraja, con sus pantalones de Ciffonelli (pronúnciese Chifoneli), “es el sastre de mi marido”, y su casaca de Dior, una chaqueta negra espléndidamente bien cortada, abierta a los lados. Su pelo largo, -“ahora me lo deje crecer”-, ébano, ala de cuervo, brilla con reflejos azul profundo. “Cuando tiene una la suerte de tener bonito pelo, ¿por qué ponerse postizos o pelucas?”. Y sus mejillas, manzanas lisas, también brillan. Camina como las fieras desplazando a su derredor ondas misteriosas. A veces se encabrita sobre sus botitas de charol, y uno la sabe peligrosa, rebelde, fogosa, con un aplomo de amazona que ha franqueado todos los obstáculos. Nunca se sienta. Erguida enseña sus cuadros uno a uno: Leonora Carrington, Leonor Fini, Diego Rivera, Sofía Bassi, Remedios Varo, pero sobre todo Leonora Carrington, de quien María habla mucho porque la quiere. “Es mágica, yo amo la magia. Por ella, por Leonora, pondría mi mano sobre el fuego. Sería capaz de cualquier cosa”. Sobre su pecho lanza destellos una joya flexible y le pregunto si será una pantera.

     -Es un puma –responde María Félix -. Alex, mi marido, me llama “puma”, seguramente por lo buena gente que soy y lo fácil que resulta mi carácter.

     Los aretes, grandes hojas de diamantes y esmeraldas, también son de Cartier. Unas mancuernas: dos ojitos azules, surrealistas y una camisa blanca con cuello de jockey. “Le pedí a mi jockey que me prestara su camisa y se la copié, pero sólo el cuello ¿eh?”. Se quita los aretes de las orejas que se ven muy pequeñas, delicadas, pegadas a la cabeza: “Sí, tengo orejas muy bonitas y están muy limpias. A mí me gusta lo limpio. Si de algo tuviera yo que presumir sería de mis orejas, aunque ya sé que tengo un físico agradable”.

     Lo más llamativo de la Doña es su manera de moverse, de ir hacia un cuadro y otro, buscar la mirada del interlocutor, rescatarla, demandarla imperiosa y atornillar sus ojos en los de uno. Mientras habla y hace ademanes, en el dedo que los campesinos llaman “del corazón” relampaguea un enorme diamante. “¿Verdad? ¿Qué le parece, Elenita? ¿No lo cree usted así?”, inquiere a cada respuesta y el diamante corta el aire con sus mil aristas.

     Dicen que su rostro es duro e inexpresivo, que lo único que sabe hacer es levantar la ceja; “¿Es este un rostro inexpresivo?”, y creo que no, que es quizá un rostro agresivo por vital, por enérgico, por bien dibujado, porque la perfección siempre aturde; un rostro limpio. No, no señoras, María Félix no se pinta, no trae pan-cake ni maquillaje; sólo los labios muy rojos, las pestañas muy negras, los ojos muy brillantes, los dientes muy blancos. No, no señoras, ni una sola arruga, ni un solo pliegue amargo en la comisura de los labios, nada se va a pique.


Elena Poniatowska
Todo México Tomo 1 agosto de 1973

NAHUI OLIN (FRAGMENTOS)



 «Te pertenezco hasta la última partícula de mi carne. Sin ti no existen las cosas ni los seres, contigo resplandezco y ante ti mis ojos verdes se apagan. Pero tengo miedo de que la nube roja te queme y te convierta en cenizas y también tengo miedo de que a pesar de que te pertenezco absolutamente el destino nos separe».

«Te amo, te amo, desesperadamente, lujuriosamente, misteriosamente; como la vida, como la muerte. Perfora con tu falo mi carne —perfora mis entrañas— desbarata todo mi ser —bebe toda mi sangre y con la última gota que me quede yo escribiré esta palabra: te amo, y cuando esa sangre se haya secado, gritaré: te amo».

«No pretendas matarme porque si me matases te matarías a ti mismo porque yo soy tu inspiración y tu propia existencia, porque soy lo que buscas —la inteligencia y el conocimiento y te doy todo porque te amo como nadie ha podido amar y soy tuya con cuanto poseo. Vuelve a mí porque mi cuerpo te llama, porque la lujuria preside mi vida— soy tuya no únicamente en mi carne sino en mi espíritu».

«La vida no fue hecha para mí soy una llama que se devora a sí misma».

«Sé que mi belleza es superior a todas las bellezas que tú pudieras encontrar. Tus sentimientos de esteta los arrastró la belleza de mi cuerpo, el esplendor de mis ojos, la cadencia de mi ritmo al andar, el oro de mi cabellera, la furia de mi sexo, y ninguna otra belleza podría alejarte de mí».


LA TÍA PITA (FRAGMENTO)




Una noche, en una fiesta en su departamento de la calle de Duero me conminó, la voz muy alta:

     -¡No te compares con tu tía de sangre! ¡No te compares con tu tía de fuego! ¡No te atrevas a aparecerte junto a mí, junto a mis vientos huracanados, mis tempestades, mis ríos! ¡Yo soy el sol, muchachita, apenas te aproximes te carbonizarán mis rayos!

     Al día siguiente, a la una de la tarde, sonó el teléfono. Era Pita como la fresca mañana:

     -¿Eres feliz, corazón?

     Le dije que sí, que mucho. Entonces me preguntó que dónde podría conseguir unos zapatos de charol con un moño en forma de mariposa para salir a pisar la tarde antes de que a ella le dieran siete pisotones.

     En 1954, Pita me prohibió usar mi apellido materno. Mamá y Pita son primas hermanas, hijas de dos hermanos, Emmanuel, padre de Pita, y Pablo, padre de mamá. Ella fue la séptima de siete amores, la última, la ultimita: Mimí, Carito, José, Elena, Inés, Maggie (Margarita) y Pita, hijos de Emmanuel Amor y de Carolina Schmidtlein. Emmanuel Amor tuvo un hijo de su primer matrimonio: Nacho, a quien todos llamaban “Chin”. Pita fue la consentida, la muñeca, la de los caprichos y rabietas, la de los terrores nocturnos, la torturadora de la nana Pepa. Era una criatura tan linda que Carmen Amor (esposa de Chin) estrenó su cámara fotográfica con ella y le sacó tantas fotografías desnuda, en varias posturas, que quizá por eso a Pita le pareció natural posar desnuda para Diego Rivera. Pita siempre se vió en el espejo, siempre se encantó viéndose a sí misma y todavía hoy pregunta con su voz de barítono:

      -¿Cómo me veo? Divina, ¿verdad?

     Posiblemente en esas fotos de niña está el origen de su exhibicionismo, la adoración por sí misma, por su cuerpo y el exagerado cuidado que tuvo de su persona durante su adolescencia, su juventud y los primeros años de su madurez. Si era una niña preciosa fue una adolescente realmente bella; pequeña de estatura llamaban la atención tanto sus desplantes como sus grandes ojos abiertos, su voz rotunda como su cara redonda y aniñada y su pelo peinado con un chino como los “cupies” de amor: esos cupiditos que revolotean siempre en torno a los enamorados.

     De niña en la calle de Abraham González, nunca aprendió lo que sus hermanas sabían a la perfección, las buenas maneras; el francés lo habló por encimita, el inglés también. Nunca la obligaron a hacer lo que no quería. Para ella no hubo disciplina, sólo pasteles. Era la chiquita, la más bonita, la más chistosita. Divertía mucho a sus padres, a sus hermanos. Se le ocurrían cantidad de maldades y nadie le puso el alto. Carolina Schmidtlein pero sobre todo Emmanuel Amor ya eran grandes. Pita sólo recuerda lo recuerda sentado al sol en el balcón con un plaid escocés sobre las rodillas. Más tarde fue la piedra de escándalo como lo fue en la calle de Génova junto a la iglesia de La Votiva en el Paseo de la Reforma cuando se le antojó ir a misa de una, la más concurrida y la más popoff, y gritar en el alto silencio de la elevación: “¿Saben, hipócritas?, tuve un aborto”.

     También salía al Paseo de la Reforma, frente al Ciro´s en la esquina del hotel Reforma a gritar desnuda bajo su abrigo de mink: “Yo soy la reina de la noche”.


Elena Poniatowska
Editorial Terracota 2009