“¿De
donde provienen los ojos de sulfato de cobre de algunas mexicanas que las hacen
parecer encandiladas, posesas, veladas por una hoja de árbol, una ola de mar? De que
Nahui Ollin tenía el mar en los ojos no cabe la menor duda. El agua salaba se
movía dentro de las dos cuencas y adquiría la placidez del lago o se encrespaba
furiosa tormenta verde, ola inmensa, amenazante. Vivir con dos olas de mar
dentro de la cabeza no ha de ser fácil. Convivir tampoco. El Doctor Atl la vio en un salón y se abrió ante él un abismo verde como el mar. ‘Yo caí en
ese abismo, instantáneamente, como el hombre que se resbala de una roca y se
precipita en el océano. Atracción extraña, irresistible. La invitó a ver su
pintura en una vieja mansión de la calle Capuchinas número 90. –Quizá le
gustaría a usted ver mis cosas de arte. Así le dijo la serpiente a Eva, y empezó
el paraíso para ambos. ¡Pobre de Nahui! ¡Pobre del Doctor Atl!.” Vulcanólogo, vulcanizado. Su volcana rugía más que el Iztaccíhuatl. Inflamada, no dormía no dormía jamás. Se quejaba, pedía más, otra vez, cada día pedía más. Sus escurrimientos no eran lava, eran fuego. Sus fulgores venían de otro mundo. ¡Hay volcana! ¡Pobre del Dr. Atl!
Elena Poniatowska
Ediciones Era 2000
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