Como una luz callada
Flor Cecilia Reyes
Una débil luz la
penetró desde la vagina hasta el cuello. Al despertar encontré un pequeño
caracol dejando su baba plateada en el muslo de Ligia. Mi saliva cuando está
seca también se argéntea en la piel satinada de su espalda. Ayer nos besamos
con fruición, después mi lengua se perdió en al abulón vivo de su sexo. Gimió
apretando con fuerza las sábanas. Enardecida abrió los muslos en abanico y
empujó mi cabeza en su fondo marino. Ligia despertó cuando el caracol se durmió
en la geografía placentera de su entrepierna.
En el verano anterior,
se entretuvo cortando espigas de centeno. Hoy duermen debajo de las almohadas.
Por eso creo que soñamos con pan recién horneado, gavillas suculentas, un sol
que nunca descansa.
Ligia permitió que los
caracoles anidaran en su axila izquierda. De ahí, los rastros de plata vieja
llegaron a su pobre corazón abierto en cavidades. Consternada lloró entre
espasmos, y no se detuvo hasta que una aurora boreal germinó en su matriz
debilitada. Mi dolor se esgrafió cerca de su pecho, pero Ligia transfigurada dejó que sus manos encontraran la llanura apacible de mi escroto. “Mañana” me
dijo al oído, cuando una débil luz la penetró desde la vagina hasta el cuello.
José González Gálvez
2011
Su texto me ha parecido definitivamente excelente: es el justo medio entre la poesía y la narrativa.
ResponderEliminarJosé Antonio Durand