jueves, 29 de enero de 2015

LA CEREMONIA



Estamos ante uno de los cineastas japoneses más importantes actualmente: Nagisa Oshima. Y de su película La ceremonia (Gishiki), bien podemos afirmar que es una de las obras más valiosas que se han producido en esta década.

La ceremonia es un filme que por su contenido se inscribe en la corriente de revisión crítica hacia lo establecido socialmente, partiendo para ello del examen de las contradicciones en la vida de una familia japonesa, donde la única posición que cabe es la tradicional, autoritaria y represiva. La película, temáticamente hablando, se une a otras que como ella han abordado, con diferente rigor, la institución familiar en países como Italia a través de Marco Bellocchio en Con los puños en los bolsillos (I pugni in tasca), en Estados Unidos con Las familias del odio (The Lolly-Madonna war) de Richard C. Sarafian, o en México con El castillo de la pureza de Arturo Ripstein.

A través de una sucesión de ceremonias donde resaltan bodas y funerales, un hombre va recordando veinticinco años de su vida partiendo desde su niñez. Este es el hecho que toma Oshima para afirmar lo que es su motivación principal de análisis: la experiencia de los jóvenes japoneses y su imposibilidad para adaptarse a la sociedad prevaleciente, lo que equivale a decir, en sus propias relaciones familiares e individuales. ¿Y cuál es la respuesta a este estado de cosas? ¿El suicidio, la enajenación, el anarquismo? A reserva del conocimiento y la interpretación que pueden darnos otras películas de Oshima, de las cuales sólo una más se ha visto en México: El muchacho (Shonen), donde parece haberse moldeado el incisivo enfoque para La ceremonia, la evidente conclusión que corresponde ante todo esto no puede ser sino la lucidez de una conciencia política.

Oshima nos dice que la sociedad japonesa está en crisis, pero que ésta crisis tiene indelebles razones culturales e históricas, mismas que es necesario superar en el actual momento si no se quiere volver a caer en errores que desembocaron trágicamente con la guerra y la muerte.

Sala Fernando de Fuentes

Texto extraído de la Cineteca Nacional, 1974

FEDERICO GARCÍA LORCA (FRASE)


viernes, 9 de enero de 2015

DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS (FRAGMENTO)


La guardiana que entró a prepararla para la sexta sesión de exorcismos la encontró muerta de amor en la cama con los ojos radiantes y la piel de recién nacida.

NAHUI OLLIN


“¿De donde provienen los ojos de sulfato de cobre de algunas mexicanas que las hacen parecer encandiladas, posesas, veladas por una hoja de árbol, una ola de mar? De que Nahui Ollin tenía el mar en los ojos no cabe la menor duda. El agua salaba se movía dentro de las dos cuencas y adquiría la placidez del lago o se encrespaba furiosa tormenta verde, ola inmensa, amenazante. Vivir con dos olas de mar dentro de la cabeza no ha de ser fácil. Convivir tampoco. El Doctor Atl la vio en un salón y se abrió ante él un abismo verde como el mar. ‘Yo caí en ese abismo, instantáneamente, como el hombre que se resbala de una roca y se precipita en el océano. Atracción extraña, irresistible. La invitó a ver su pintura en una vieja mansión de la calle Capuchinas número 90. –Quizá le gustaría a usted ver mis cosas de arte. Así le dijo la serpiente a Eva, y empezó el paraíso para ambos. ¡Pobre de Nahui! ¡Pobre del Doctor Atl!.” Vulcanólogo, vulcanizado. Su volcana rugía más que el Iztaccíhuatl. Inflamada, no dormía no dormía jamás. Se quejaba, pedía más, otra vez, cada día pedía más. Sus escurrimientos no eran lava, eran fuego. Sus fulgores venían de otro mundo. ¡Hay volcana! ¡Pobre del Dr. Atl! 

Elena Poniatowska
Ediciones Era 2000

CON LA CERTEZA DE MI AMOR DOLIDO


                                                                                   
                                                                                                                Como una luz callada
                                                                                                                Flor Cecilia Reyes

Una débil luz la penetró desde la vagina hasta el cuello. Al despertar encontré un pequeño caracol dejando su baba plateada en el muslo de Ligia. Mi saliva cuando está seca también se argéntea en la piel satinada de su espalda. Ayer nos besamos con fruición, después mi lengua se perdió en al abulón vivo de su sexo. Gimió apretando con fuerza las sábanas. Enardecida abrió los muslos en abanico y empujó mi cabeza en su fondo marino. Ligia despertó cuando el caracol se durmió en la geografía placentera de su entrepierna.

En el verano anterior, se entretuvo cortando espigas de centeno. Hoy duermen debajo de las almohadas. Por eso creo que soñamos con pan recién horneado, gavillas suculentas, un sol que nunca descansa.

Ligia permitió que los caracoles anidaran en su axila izquierda. De ahí, los rastros de plata vieja llegaron a su pobre corazón abierto en cavidades. Consternada lloró entre espasmos, y no se detuvo hasta que una aurora boreal germinó en su matriz debilitada. Mi dolor se esgrafió cerca de su pecho, pero Ligia transfigurada dejó que sus manos encontraran la llanura apacible de mi escroto. “Mañana” me dijo al oído, cuando una débil luz la penetró desde la vagina hasta el cuello.

José González Gálvez 

2011 

WALT WHITMAN: HOJAS DE HIERBA (FRAGMENTO)



Mi aspiración y mi espiración, el latido de mi pecho, el paso de la sangre y del aire por mis pulmones, el olor de las hojas verdes y de las hojas secas, y de la ribera y de oscuras rocas marinas, y del heno del granero, el áspero sonido de las palabras en mi boca que se pierden en los remolinos del viento.