viernes, 3 de mayo de 2013

EL OFICIO DE LA TARDE

-Abre las ventanas, -dijo ella desde el tocador -para que salgan todos los humores y los vientos extraviados. 

Sentado en su sofá preferido, fumando con parsimonia su enésimo cigarrillo, veía como el cielo se llenaba de nubes encarnadas que ocultaban la luz diáfana del sol, convirtiendo la tarde en una superficie parda. 

-Te pedí por favor que abrieras las ventanas. 

Dejó caer la ceniza sobre el piso ajedrezado, se levantó, juntó unos papeles donde escribía la biografía de un emperador romano y las guardó en un folder rubricado. 

-Podrías ayudarme un poco, no te pido mucho, abrir las ventanas no representa un gran esfuerzo. 

Fue hasta el baño, se lavó la cara y las manos, se peinó concienzudamente y se ajustó el chaleco. Se encaminó hasta la ventana de la sala, hizo a un lado las cortinas de gasa y de un tirón la abrió, lo recibió el viento aletargado de la tarde. Sin prejuicios se recargó en el dintel. Una paloma gris picoteaba nerviosa el quicio de la pared. Con la mirada, quiso encontrar que buscaba tan afanosamente. Cuando el ave presintió que la miraban, levantó el vuelo. Él se paró en el dintel y se tiró al vacio.

José González Gálvez
 

Septiembre de 2012

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