Estamos
ante un caso poco común; el de un gran escritor que tomó también una importante
cantidad de fotografías notables. Aún no podemos saber si las fotografías de
Juan Rulfo (1917-1986) pasarán a formar parte de la historia de la fotografía
mexicana del mismo modo que sus cuentos y novela son parte ya de la literatura
que México ha dado al mundo, pero quizá la selección de imágenes en este libro
—en una colección que lo coloca al lado de artistas, fotógrafos y arquitectos
mexicanos— pueda ofrecernos una respuesta.
Las fotografías de Rulfo son un conjunto
de obra mucho más extenso que su literatura que, como es bien sabido, descansa
en dos libros publicados durante su vida: Pedro
Páramo y el volumen de cuentos El llano
en llamas. Existen alrededor de 7 000 negativos, aunque el número de temas
sin duda es más reducido, ya que muchas secuencias fotográficas corresponden a un
mismo momento. Guillermo Kahlo (1870-1941), de quien se conservan unas 4 500
fotografías, es considerado un autor prolífico dada la precariedad de su equipo
y la enorme inversión de tiempo que requería entonces la fotografía (placas, en
lugar de los modernos rollos de películas). Rulfo tenía una cámara más moderna.
Adquirió su primera Rolleiflex a finales de los años treinta y utilizó ese tipo
de cámara durante unos veinticinco años.
Guillermo Kahlo, quien se especializara en
fotografía arquitectónica, es un caso comparable y un antecedente interesante
para Rulfo. Aproximadamente la mitad de las fotografías de Rulfo son también
edificaciones. Kahlo hacia 1904, Hugo Brehme a principios de los años veinte y
Rulfo probablemente en los cincuenta, tomaron fotografías similares de la
pirámide Cholula desde la cubierta de la Capilla Real, entre múltiples cúpulas.
El predominio de temas arquitectónicos en las fotografías de Juan Rulfo sugiere
un propósito o un proyecto. Su conocimiento de las construcciones y su historia
era considerable, por lo que sus fotografías no son neutrales, a diferencia de
las de Kahlo, que manifiestan un espíritu formal clásico. Por el contrario, la
visión de Rulfo sobre los edificios es expresiva: sentía una atracción por las
continuidades y los efectos del tiempo y el deterioro.
Probablemente las fotografías más notables
de Rulfo no sean las de los edificios en sí mismos, sino aquellas donde
convergen los lugares (en un sentido menos específico) y la gente: elementos
combinados en sus numerosas fotografías de campesinos en pequeñas ciudades
provincianas, los pueblos y sus alrededores, que fueron, además, escenario para
sus cuentos. Estas fotografías ofrecen una oportunidad única de mirar a través
de los ojos de un gran escritor. Son las mujeres y los niños quienes se hacen
más presentes en esos pueblos (puesto que los hombres se han ido a buscar
trabajo), y Rulfo —fotógrafo— mostró gran simpatía hacia ellos, como podemos
deducir de sus ficciones, donde la condición de las mujeres y los niños es una
preocupación fundamental. Rulfo tomó fotografías admirables de niños pueblerinos.
La naturalidad de estas fotografías dice
mucho sobre la habilidad de Rulfo para borrar sus propia presencia, una
cualidad importante para un fotógrafo, como sabemos gracias a Henri
Cartir-Bresson; cualidad natural en Rulfo, cuya personalidad reticente era
legendaria. Rulfo utilizaba una cámara de caja que habría sostenido contra su
pecho mientras miraba hacia abajo para encuadrar al sujeto en el visor, en
lugar de mirar directamente a través de la cámara.
Los ecos de las tradiciones pictóricas en
las fotografías de Juan Rulfo son más hipotéticos que su relación con otras en
cuanto al tema y la composición. Existen paralelismos entre algunas imágenes de
Rulfo y las fotografías tomadas por Manuel Álvarez Bravo (1902-2002) antes,
durante y después de los años en que Rulfo utilizara su cámara (aproximadamente
entre 1940 y 1965). Hay fotografías tomadas por Rulfo que se emparientan con
imágenes de Álvarez Bravo. Y Álvarez Bravo es sólo el ejemplo más obvio de
tales ecos; existen también similitudes con fotografías de Tina Modotti y
Edward Weston.
Pero también podemos hallar asociaciones
con la producción fotográfica posterior. Encontramos, por ejemplo, cierta correspondencia entre las
fotografías de Mariana Yampolsky en Estancias
del olvido, y las ficciones y fotografías de edificios en ruinas que tomó
Rulfo.
Recordando sus primeros años juntos, Clara
Aparicio ha descrito a Rulfo y a su Rolleiflex como inseparables. Pero hacia la
época del Homenaje Nacional, en 1980, Rulfo no había usado su cámara con
regularidad desde principios de los sesenta. Si este periodo marcó el fin de
sus fotografías, fue también el final de una etapa de su vida. La década
anterior había sido intensamente laboriosa y pública. Fue durante ese periodo
cuando publicó sus dos grandes libros de ficción, El llano en llamas (1953) y Pedro
Páramo (1955), escribió su novela corta El
gallo de oro (1958) e hizo una importante contribución al cine a través de
dos películas avant-garde: El despojo (1959), en colaboración con
Antonio Reynoso, y La fórmula secreta (1964),
donde colaboró con Rubén Gámez. El trabajo más importante de Rulfo después de
este periodo lo llevó a cabo en el Instituto Nacional Indigenista, donde se
hizo cargo de las publicaciones, cerca de setenta volúmenes a lo largo de
veintitrés años; de modo que el término “antropólogo” podría añadirse al de
“escritor” y fotógrafo” en cualquier breve descripción de Juan Rulfo.
Las razones por las cuales una nueva generación de
fotógrafos —la generación de Graciela Iturbide— puede no haber conocido la
fotografía de Rulfo tienen que ver, finalmente, con la reticencia y modestia de
Rulfo. Él pudo haber ejercido alguna presión para que estas fotografías fueran
publicadas, pero lo hizo en pocas ocasiones. Casi a pesar suyo, sus dos libros
adquirieron el estatus de clásicos (García
Márquez y Borges lo dijeron con mayor claridad: su novela es una de las más
finas novelas escritas en español y tal vez es cualquier idioma). La modestia
lo caracterizó como hombre, como escritor y como fotógrafo. Y aun así nos ha
dejado un extraordinario trabajo en ambos medios: la literatura y la
fotografía.
Andrew
Dempsey
Círculo de Arte 2005
CONACULTA