Ariadna se entregó anhelante al
placer gestado durante las caricias febriles y los susurros mágicos. Dócil, se
abrió como una gruta encantada, como un fondo marino bíblico. Después todo
fueron estertores. Ariadna gemía, arañaba, se enroscaba. Terminó inundada por
una erupción volcánica. El final de la obertura fue cruel, sanguinario. Satisfecho, su amante tomó una hoja que reverberó como una flama de acero y la dejó caer en el cuello de Ariadna que aulló de dolor. Su grito de angustia se hundió para siempre en el pozo del
horror pánico. Brotó la sangre, los miembros seccionados, las vísceras
pulsátiles.
Ciudad de México 1977
Bravo. Me gusta el contraste entre la tensión erótica y desenlace sorprendente.
ResponderEliminarCristina Cifuentes Bayo
Bravo. Me gusta el contraste entre la tensión erótica y desenlace sorprendente.
ResponderEliminarCristina Cifuentes Bayo