Después de cinco horas de espera, Marcia estaba nerviosa,
impaciente, inquieta.
De tanto estar sentada le dolían las vértebras y sentía la pelvis
desarticulada. Trató de hojear una revista pero no pudo concentrarse, imaginó
entonces un zoológico en llamas, pero desechó inmediatamente la idea y decidió
mejor asomarse a la ventana. En el piso de enfrente, a través del ventanal, dos
hombres jóvenes intentaban quitarse la ropa mientras se besaban con fruición.
Curiosa y con la entrepierna húmeda, empezó a observarlos detenidamente, hasta
que su visión se transformó en un sol incandescente, en una nova a punto de
explotar.
Marcia terminó bañada de amarillos metálicos y de reflejos de
ámbar solo por un momento, porque las estrellas fugaces de su vida, acabaron
cercenadas por la guillotina inverosímil del tiempo.
Enfrente, dos jóvenes vestidos impecablemente, observaban a
Marcia que se desvanecía como una figura de arena.
Enero de 1989
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