Anselmo sintió que la garganta
se le cerraba como si un par de tenazas la aprisionaran. Sudó frio y sin
poderse contener se orinó en los pantalones. Despertó invadido por la humedad
en los muslos. El cañón de una pistola le apuntaba en la cara.
¡Pinche cabrón de mierda, ahora
si te va a llevar la chingada!
Trató de llevarse las manos a
la garganta. Un tronido le reventó el rostro y salpicó las almohadas de sangre.
El olor de pólvora doblegó al de amoniaco, y tranquilamente se disolvió a
través de las ventanas abiertas.
Noviembre de 2013
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