Ismael compartió su tiempo conmigo. En el espacio
de una alcoba, descubrimos paso a paso nuestros cuerpos como ciegos que leen
Braille. La experiencia fue increíble
como una luz en silencio, un intermezzo palpitante.
Guardo el grato sabor
de su piel en mi boca y la sensación de sus dedos entrelazados en mis manos. Su
calidez invadió mis sentidos, en una onda ascendente que terminó electrizandome
la curvatura del abdomen.
La memoria es una caja
registradora de emociones varias. Tu recuerdo lo conservaré por siempre entre
las páginas de mi diario, como los pétalos de una flor seca por el paso de los
años.
Junio de 1993
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