miércoles, 25 de septiembre de 2013
EL ESPACIO DESOLADO DE SOFÍA
Para Agustín Monsreal por su amistad
El cielo dibuja sobre las ventanas una
extraña coincidencia. Yo, Eleonora, en pleno uso de mis facultades mentales…
Trato de concluir lo iniciado, pero no
puedo; me siento imposibilitada para hacerlo, abúlica, herida por diminutas pinzas invisibles.
He tomado una determinación, es imposible continuar viviendo una vida que no me corresponde. Todo ese oropel es fingido, una máscara lamentable que jamás podrá tener un final adecuado.
Tomé papel y lápiz. Escribí, ya no recuerdo cuántas horas, sin embargo, al fin pude sellar el sobre, y rotularlo con mi nombre de soltera, que dejará de existir cuando él termine de leer la carta. Imagino su reacción colérica. No la destruirá, por supuesto que no, tiene que existir una constancia para que justifique su actitud de esposo ultrajado.
Por él conocí a Sofía. Una adolescente bella como pintura renacentista. Dijo que era una sobrina que acababa de sufrir una pérdida irreparable. Me pareció huérfana, desprotegida, humilde. Decidí adoptarla. Nos hicimos inseparables, comíamos juntas, nos bañábamos entre risas, y descansábamos abrazadas. Una mañana, cuando cortábamos fresas silvestres, Sofía me descubrió descalza. En silencio, se agachó, me tomó los pies y comenzó a besarlos poco a poco, deteniendo la lengua entre los dedos. Mientras lo hacía, la tomaba de los cabellos, los acariciaba con fruición, y cerrando los párpados me dejé llevar dentro de un vórtice de aguas marinas.
Con el tiempo, él aprendió el abecedario de los celos y en un arranque de furia, sentenció que Sofía debía irse al internado de las Ursulinas. Cuando la pequeña se marchó, medité uno a uno los sucesos, rumiando ese espacio desolado que me lastimaba igual que un cólico miserere.
Escribí toda la noche hasta dejar la carta concluida. La cerré pensando en Sofía, y me dormí de cansancio, recordando sus rizos desmadejados y sus ojos lánguidos atrapados en un cielo tranquilo.
Me levanté sin coordinar los horarios. Me lavé con jabón de sándalo cada pliegue besado por Sofía, hasta quedar satisfecha. En silencio me coloqué el vestido de raso negro, los guantes de encaje y un sobrecuello de pedrería. Me peiné durante horas y cubrí mi rostro con una mantilla española. Entre mis manos sostenía con fuerza, el pequeño ramo de azahares que use cuando novia. No me calcé, recordando las palabras de Sofía cuando acariciaba mis pies desnudos. Entonces me sentía mareada y me dejaba hundir en un pozo salino y profundo.
Han pasado las horas, lo sé, porque desde mi lecho mortuorio de monja coronada, el cielo dibuja sobre las ventanas una extraña coincidencia.
Ciudad de Veracruz, octubre de 2005
martes, 10 de septiembre de 2013
DE AMARILLO ES MI NEGRA SUERTE
La oscuridad es amarilla por dentro.
Francisco Hernández
El color amarillo es para mí como el lóbulo de Van Gogh. De Vincent me gusta su demencia, su pasión por los girasoles, el verse multiplicado en sus cuadros, su pintura que parece brotar como gotas de la tela.
El amarillo es mágico, paroxístico, es el polvo que cubre los pistilos, el gineceo donde duermen todos los sueños y se despiertan los encantamientos.
Algunas semillas tienen el núcleo amarillo, son embriones donde germinan las sílfides, imágenes tenues como un susurro, vestales tersas como los lirios.
De color amarillo es la piel de los hepáticos, de los enfermos incurables, de los impregnados de tedio. El dolor también es amarillo.
De amarillo esta cubierto mi sexo, y tu cuerpo frutecido en sabores ásperos como el níspero. La piel es diáfana y al tacto líquida. Con dedos de agua palpo tu epidermis, tu vello púbico, las uñas de tus dedos. Y me siento complacido.
Me quedo por siempre a tu lado, anhelante, erecto, con gemidos propios de un palúdico. Pero entre nosotros no existen brechas ni fallas telúricas. Tus coordenadas se acoplan perfectamente a las mías. Copulamos sin medida, sin relojes de sol ni brújulas de mar, y desde el fondo abismal de tus aguas marinas, el amarillo se desparrama como lava incandescente, caótica, ictérica.
Después de tantos experimentos genéticos, de utilizar sin tregua el microscopio de los sabios y la piedra filosofal de los alquimistas, logré concebir tu imagen fijada como un cromosoma amarillo.
José González Gálvez
Junio de 2004
LA GALLINA CLANDESTINA
Para Oscar Dávila Jara, por su insistencia
Por Dios que me ha causado problemas incluir a Benemérita en la lista de las plumíferas más sobresalientes.
Sólo yo sé todos los vericuetos que he tenido que recorrer para lograr su propósito. Es tan vanidosa, tan descocada, tan gallinácea, que no puedo con ella. A veces quisiera convertirla en un buen puchero del domingo. Pero me abstengo, le podría causar un trauma que la derrumbaría por completo, bastante tiene con saberse estéril y haber alcanzado la menopausia.
En fin, Benemérita es una emplumada opiácea, porque siempre anda como medio dormida, turulata en otra palabra. De figura compacta, pechugona, con plumaje fino, negro como ala de cuervo a pesar de ser gallina. La cola bien respingada, por ser de alcurnia como dice ella. El pico es exacto, delineado, siempre hacia abajo. Los ojos saltones como bicho raro, y la cresta de siete dientes bien marcados, tallados en aluminio puro. Sus alas inútiles son nerviosas, siempre ocultas bajo un echarpe de seda dorada con diseño de lunares concéntricos y ribeteado con estoperoles en oro viejo, que según comenta se lo trajeron de la India.
En fin, Benemérita es una gallina exótica que se siente garza, por eso siempre está plantada en una sola pata. Estoica como veleta, eternamente atisbando la dirección de los vientos en sus cuatro puntos cardinales. Pero también puede ser falsa, porque se presupone clueca, a pesar de su esterilidad; o ciega cuando incurre en sus caprichos infantiles.
José González Gálvez
Enero de 2009
Imagen: Jesús Reyes Ferreira
Enero de 2009
Imagen: Jesús Reyes Ferreira
BAJO LA TEMERIDAD DEL CIELO
las
venas del aire de mi corazón
al tuyo.
Frida
Kahlo
Ahora somos hijos de la
misma Madre
sangre negra
negra sangre
fetos anudados del cuello
por un conducto flexible
de músculos lisos.
Tus manos abiertas como
espejos
son azogue de plata quemada
lisa superficie
que es metal y mirada de
arcángel niño.
Somos hijos de la enfermedad
hecha dolor
parto afiebrado que se abrió
en dos cotiledones verdes.
Soy tu hermano
tu sombra congelada
tu sueño soñado
tu piel cuarteada
tu aliento de vinagre
tu ombligo cráter lunar
tu sexo florecido en
amapolas.
Somos hermanos por el cordón
umbilical
que nos rodea
Friditos que nos alimentamos
de mucílago
iluminados por la vieja luna
nueva.
Ahora nos tenemos los dos
únicamente
frente a frente
boca a boca
abrazados entre brazos
vistos por la pupila de
obsidiana
Madre piedra
Madre tezontle
Madre roca volcánica que
pare incendios
embriones calcinados cubiertos
de un gris recuerdo
mar muerto de sangre muerta
placenta agrietada
por grietas que sudan
calcio.
Somos hermanitos enredados
por una manguera de carne y
venas.
Salgamos tomados de la mano
dejemos atrás la matriz
reventada
el pulso calcinado de las
horas
el tren de las seis que no
llega a tiempo
el sendero de sal viva que
se agita y respira
el ombligo enterrado en un
cementerio sin muertos
luz que brota y luego se
petrifica
golondrina tatuada entre tus
cejas
chupamirto pájaro insecto
colibrí que vuela y zumba.
Soy tu mirada hermano
mírame al otro lado de tu
lado
Soy tu cuerpo emancipado
mitad sol atrapado en los
aros de Saturno
mitad luna recién parida
por el viento estéril de Mercurio.
Somos llama que enciende y
no arde
somos hijos de la misma Madre
gestados en la hora del lobo
cuando el miedo se esconde
debajo de las camas
el miedo que ya no es miedo
sino un simple guiño que se
pudre
en el fastidio de las horas.
Nos amamantamos de cielo
pezón oscuro que es noche
cubierto con una sábana de
luciérnagas.
Soy tu corona de espinas
tus clavos
tu costado herido
tu columna rota
tu pierna mutilada
tus lágrimas que son
cinabrio amargo
como el níspero fermentado
como la uva que se hincha y
revienta
como la sandía que hierve de
semillas negras
como el pérsico anaranjado
que es dulce y duele
morderlo.
Hermanito pintemos un
cascabel
para que ruede y suene.
Una boca exangüe
unos labios palpitantes
un carmín que manche al
besarse
un cráter que es lava y
cenizas al instante.
Tu corazón inmaculado
árbol de la sabiduría
custodia bendita
rosario de ansiedades
sol que nace de la matriz seca.
José González Gálvez
Junio de 2008
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