Navegaciones
y regresos es la constancia del eterno regreso
de Neruda a Chile, su patria de cielo duro y delgada cintura, y es también la
bitácora de su amor viajero, su largo viaje, crucero de bodas porque al casarse
con Matilde, Neruda ingresaba “al otoño de su vida” como lo dice Hernán Loyola.
No hubiera podido vivir si no vuelve, la vida se le habría salido del mapa. El
retorno, él lo sabía, resultaba más importante que esas amplias travesías en
que los paisajes vienen a estrellarse contra la ventanilla del tren, los
pelícanos sobre el agua, el avión rasga la anchura del cielo llevándolo de ida
y vuelta (siempre de ida y vuelta) a los confines del mundo. “Mañana temprano
me voy / me está esperando en todas partes / la
primavera.”
Cada quien encuentra su lugar sobre sobre la
tierra pero Neruda lo encontró más que nadie. A la tierra la hizo su mujer, la
asumió, le perdonó sus tempestades y rechazos, él mismo se volvió el mar y la
cordillera, su corazón creció como una ola y todo fueron navegaciones y
caminatas. De él podría decirse lo mismo que le dijo a Lenin: “No existió nunca
/ un hombre más terrestre / que V. Uliánov”. Al igual que él tuvo “como virtud
del alma el movimiento”. Neruda viajó casi todos los meses de sus años, se
recostó en la tierra, y todavía unos días antes de su muerte, Matilde preparó
su saco preferido para llevárselo exiliado a México. No alcanzó a ponérselo, ya
su cuerpo había emprendido el último viaje, el de su muerte.
Elena Poniatowska
Random House
Mondadori 2003
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